Al calor de las sábanas

PROLOGO

Goodwood House, Sussex

1810

La pequeña niña de nueve años, lloraba desconsoladamente en el jardín trasero de la enorme casa de campo donde vivía. Sus sollozos fueron escuchados por el alto y elegante caballero rubio de ojos marrones que se acercó para consolar a la criatura que hace apenas una semana perdió a sus padres en un trágico accidente de carruaje.

En su camino hasta la pequeña Sami, como la llamaban habitualmente sus padres y tío, Marc tomó una de las pocas flores que resistieron al invierno y siguió andando hasta la niña. Cuando llegó hasta ella, se inclinó y le tendió la flor amarilla que estaba a punto de marchitarse.

—No tengo palabras que borren la tristeza que ahora sientes, Samanta, pero te prometo que el tiempo te compensará y en el futuro serás muy feliz. Ya no llores, por favor, pequeña… —susurró con la voz intermitente, muy conmovido por la pérdida de sus amigos.

Harry Fitzroy, duque de Richmond, era el mejor amigo de Beaufort y hermano menor de la madre de la niña a quien intentaba consolar. El marqués de Huntly fue cuñado de Harry y un gran amigo para él, por lo que su presencia en Goodwood House se debía únicamente para apoyar a la familia en la desgracia que los envolvió de repente el destino.

—Ya no tengo a nadie, excelencia… —sollozó la niña, tomando la flor que el duque le ofreció.

—Eso no es cierto, Samanta. Tienes a tu tío Harry que te adora, y también me tienes a mí. Siempre te protegeremos, pequeña. Además, está la tía Helen que siempre está dispuesta a jugar contigo, y la tía Olivia que estoy seguro te amará como si fuera tu madre —aludió, refiriéndose a su hermana que en poco tiempo contraería nupcias con el conde de Granard, y a su prima; la prometida de Harry, lady Olivia Howard.

—El tío Harry pronto se casará con esa horrible dama… —susurró la niña, jugando con la flor que había tomado—. Lo siento. —Se disculpó, recordando de pronto que la prometida de su tío era pariente del duque.

—¿Por qué dices que lady Olivia es una horrible dama? ¿Acaso te ha hecho algo? —cuestionó, frunciendo sus cejas.

Samanta negó con la cabeza, pero Beaufort no se convenció. Algo debió suceder para que una niña como ella dijera esas cosas.

—Confía en mí, pequeña. ¿Sucedió algo?

—Es que, lady Olivia no me quiere.

—¿Quién no te querría a ti? No digas esas cosas.

—Escuché cuando discutía con mi tío Harry —reveló con la mirada culpable por haber espiado a su tío.

—¿De qué discutían?

—Ella… ella dijo que no pensaba hacerse cargo de una huérfana; mi tío también me abandonará cuando se case con ella —volvió a sollozar y se abrazó con fuerza a Marc.

El duque no podía creer que su prima hubiera dicho semejante atrocidad. Pensó, que quizás la pequeña oyó mal o, en todo caso, malinterpretó las palabras de Olivia.

Suspiró, la abrazó y frotó su espalda hasta que dejó de llorar porque se había quedado dormida en sus brazos. Marc la cargó y se dirigió al interior de la casa, haciéndole señas a la nana de la pequeña que lloraba de tristeza por su niña.

—La subiré a su alcoba —informó Marc.

La doncella caminó delante de él, guiándolo al dormitorio de Samanta. El duque la dejó con delicadeza en la cama y le dio un beso en la frente antes de dejarla al cuidado de la mujer que de inmediato arropó a la niña.

—Señora Banks. —Se dirigió a la sirvienta y le hizo señas con la mano para que saliera fuera del dormitorio, junto a él.

—¿Qué se le ofrece, excelencia? —indagó la mujer de unos cuarenta años.

—No me gusta andarme por las ramas, por lo que necesito que sea sincera conmigo —inició—. Lady Olivia, ¿ha venido y se ha marchado tan pronto?

—Excelencia, soy una simple sirvienta. Yo no…

—Por favor, no tema. Asumiré cualquier consecuencia en su nombre, señora Banks. ¿Qué sucedió para que lady Olivia se marche tan pronto? —insistió.

—Con todo respeto, estoy al tanto de que milady es su prima, pero esa mujer no tiene corazón —aseguró, torciendo con sus dedos el delantal por los nervios—. El duque y ella tuvieron una escandalosa pelea que resonó en toda la casa. No es que sea chismosa, sino que ambos no se contuvieron y discutieron a los gritos. Todo el personal está al tanto del altercado y…

—¿Y qué? —insistió Marc.

—Todos aquí y en Shelter Manor, deseamos que el duque de Richmond no se despose con esa dama —confesó la doncella, negando con la cabeza—. Lo lamento, pero usted preguntó, excelencia. La niña sufrirá mucho si esa mujer llega a ser parte de esta familia. Si me disculpa…

La señora Banks inclinó la cabeza y Beaufort se hizo a un lado, dándole permiso de marcharse.

En su mente no cabía la posibilidad de lo que la criada había mencionado, pero resultaba improbable que mintiese de aquella forma y que la propia niña se refiriera a su prima como una horrible señorita.

Confundido por toda la situación, volvió a mirar por la pequeña abertura de la puerta, viendo dormir plácidamente a la niña.




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