El bullicio de la gente, hacía que mis nervios fueran en aumento. A mi lado estaba él, jugueteando con el móvil, y lanzando algún que otro suspiro. Yo me encontraba en medio de los dos. De Bass y de Rosa, su madre. El apoyo que aquella mujer me brindaba siempre, hacía que yo pudiera estar bien con Bass.
—¿Te encuentras bien?—pregunté enfocando la cara de Bass.
Era una pregunta sin sentido. Yo ya sabía que no estaba bien.
—Em… —ahora me miraba—. Sí…, sí que estoy bien.
Vi el miedo reflejado en su cara. Nunca había cogido un avión, pero esta oportunidad no podría rechazarla. Lo habían contratado en una banda de música en Los Ángeles, durante un año entero. Al principio lo había rechazado, pero siempre había sido su sueño.
—Será solo un año, cariño—Rosa le dedicaba su mejor cara de apoyo.
—Un año fuera de casa… Sin mis amigos, sin mis cosas…, sin ustedes…—sus manos se fueron a su cara, cubriéndose de alguna lágrima que pudiera salir.
—Un año para brillar como nunca, Bass—dije mientras mis ojos ya preparaban las primeras lágrimas. Me negaba a expulsar alguna.
El sonido del megáfono del aeropuerto nos impactó.
“Pasajeros del vuelo 7253 destino Los ángeles, ya pueden pasar a embarque”
Mi corazón comenzó a latir con fuerza. Mis emociones comenzaron a debatir entre ellas. Sentía lástima por tener que alejarme de la persona que amo. Pero también estaba orgullosa de todo lo que Bass estaba logrando hacer. Un paso seguía al otro, y el otro al otro. Y así hasta llegar a la puerta de embarque. Nos detuvimos nada más llegar. Bass iba un paso por delante de nosotras. Su cuerpo se giró y su mirada nos encontró. Los ojos le bailaban entre su madre y yo.
—Os voy a echar mucho de menos—dijo con las cejas arqueadas—. Pero prometo volver cuando triunfe.
—Mucha suerte, hijo—Rosa se acercó a él y se unieron en un fuerte abrazo.
Yo metí las manos en los bolsillos de mi sudadera, rebuscando el último detalle que le daría a Bass. Un último acto. En cuánto se separaron, yo avancé hasta él. Saqué mi mano cerrada del bolsillo, y la estiré hacia Bass.
—Antes de que te vayas, me gustaría darte esto—abrí mi mano y dejé aquel colgante a la vista.
Era un collar con dos corazones entrelazados. Uno grande que arropaba al otro más pequeño. El brillo que desprendía me llamó la atención en cuánto lo vi. Lo encontré tirado en la acera, cerca del bar en el que iría momentos después, a tomar mi primer café diario. Donde conocería a Bass, y me botaría el café por encima. Fue el mejor desastre que me podría haber ocurrido.
—Este collar me lo encontré en la calle el día que nos conocimos—me acerqué un poco más a él—. ¿Te acuerdas? El día de la mancha de café en mi ropa. Tras investigar un poco en internet, descubrí que era una especie de amuleto que atraería hacia la persona que lo tenga, al amor de su vida. Ese mismo día te conocí.
Bass continuaba sorprendido. Seguía mirándome con ojos lagrimosos. Atrapó el colgante con su mano, y la arrastró por la mía, hasta tirarme de ella y acercarme a él.
—Te amo, Sara—dijo con un hilo de voz.
Sus manos agarraron mi cabeza por los costados, y pegó su frente a la mía. Ahora llorábamos. Ahora nos sentíamos más cerca del otro. Paradójico que en instantes, nos fuéramos a sentir tan lejos. Rosa también lloraba. También sentía. Se acercó a nosotros y nos abrazó mientras seguíamos unidos.
“Última llamada para el vuelo 7253, destino Los ángeles.”
Un escalofrío recorre mi espalda. Separé mi cuerpo del suyo, con tensión.
—Te amo—dije con la voz quebrada—. No me olvides por favor.
Las lágrimas que intentaba aguantar, ahora salían sin parar.
—Pídele al sol que deje de iluminar la mañana—dijo con tristeza mientras sus ojos verdes se inundaban.
Una última unión de labios. Un ligero suspiro compartido. Un adiós con la mirada. Nos alejamos del otro. Bass agarró el asa de su maleta, y se puso a sus espaldas una mochila cargada. Apenas lograba cerrarse. Nos lanzó un beso y emprendió camino hacia su sueño. Mi vista lo seguía. Con los ojos llenos de dolor.
Segundos después, se perdió entre la multitud, y algo en mí, dejó de sentir.
En un abrazo sincero, nos unimos la madre de Bass y yo, tras despedirnos de él. Ella siempre ha sido un gran apoyo para mí. Cuando Bass me invitó a su casa por primera vez, fue muy amable conmigo, pero nuestra relación se reforzó más cuando comencé a prácticamente vivir en su casa.
—Bueno…—miró al suelo cruzándose de brazos—. Tranquila que en un año volveremos a abrazarlo—intentó apoyarme, pero era casi imposible.
—Lo dices como si un año fueran tres días—murmuré.
—Mira Sara… Un año puede ser eterno si pasas los trescientos sesenta y cinco días llorando en tu habitación. Pero si en vez de eso, sigues haciendo tu vida con normalidad, ese año, serán los tres días de los que hablas—dijo tras pararse enfrente de mí.
Era cierto. Soy una persona muy sentimental, muy pronto comenzaría a echarlo de menos, a estar sin poder dormir, y a sollozar por las esquinas sin centrarme en nada.
—Tienes razón Rosa. Intentaré poco a poco, acostumbrarme a estar sin Bass, aunque eso incluya desafiar mi subconsciente.
Intenté autoconvencerme. Intenté, por una vez, ser yo misma, no pensar tanto las cosas. Lo tenía complicado, eso estaba claro.
Me subí en el coche de la madre de Bass, el que aún tenía su perfume. El aroma a masculinidad que siempre lo rodeaba, me hizo recordar aquella vez que decidí regalarle ese perfume, por nuestro aniversario de los primeros dos meses de relación. Ese frasco me llamó la atención, parecía único. Su color dorado, invitaba a que cualquier persona se le acercara. Lo abrí, cogí un papelito y esparcí algunas gotas. El olor refrescante y sensual, se me asemejaba demasiado a cómo era Bass, así que no vi mejor detalle.
El camino hacia mi casa fue intenso. Rosa, intentó poner algo de música, y aunque sonó mi canción favorita, no fui capaz de ni siquiera tararear. Pasamos por San Andrés, la pequeña ciudad en la que se encontraba el bar donde trabajaba Bass, y vi esa esquina. La esquina donde me encontré el amuleto. Aún recuerdo mi cara confusa, cuando lo vi brillando en el suelo.