Al mirarte a los ojos

CAPÍTULO 4

Me estiro en la cama aún envuelta en mi manta. El dolor de cabeza me está matando. Dejo escapar un pequeño bostezo. Me froto los ojos con pereza y el suelo frío ya toca mis pies. Sin siquiera arreglarme, salgo de mi habitación y bajo las escaleras con paso lento. Adormilada. Tras tocar el último escalón, unas risitas provenientes de la cocina captan mi atención. Me dirigí, y vi a Claudia y a mi madre hablando.

—¿Qué… qué haces aquí?—Pregunté entre titubeos.

—Buenos días a ti también, dormilona—respondió Claudia, mientras daba un sorbo a la taza de café que tenía en la mano.

—Claudia ha venido a preparar todo para que os vayáis a la casa de la playa—mamá se unió a la conversación con una sonrisa.

—Pe-pero, ¿no nos íbamos el lunes? Aún es sábado—me acerqué a la mesa y cogí una de las tostadas con mermelada.

—Bueno… Lo he pensado mejor, y cuanto antes nos vayamos, más disfrutaremos—Claudia soltó su taza vacía en la mesa.

—¡¿Qué?!—Abrí los ojos como platos—. Yo tenía pensado ir el Lunes a clase, y entregar el trabajo de Historia…

—¡Mierda! El trabajo de Historia. Bueno, da igual. Mis padres ya se han ido a Mallorca esta madrugada. No hay tiempo que perder.

Suspiré. Odio los cambios de planes. Le lancé una mirada desafiante a Claudia. Ella en cambio sonreía.

—¿Qué te parece la idea hija?—preguntó mi madre levantándose al friegaplatos.

—Pues…, así sin un café…, me trastoca.

—Vamos a ver, Sara—Claudia se puso en pie y se acercó a mí—. ¿Qué más quieres esperar?

—Joder, Clau. Pues por lo menos ir a clase el Lunes a entregar el trabajo.

—¿Para qué? Si simplemente es para subir nota.

—Es exactamente lo que necesito, Claudia.

—¡Ay! Sara. Deja de pensar en las clases.

—Claro, como tu no lo haces, tengo que dejar de pensar yo también, ¿no?

Me he pasado. Su expresión me lo hacía saber. Apretó los labios y apartó la mirada de mí. Con paso firme se esfumó de la cocina e instantes después, escuché la puerta principal de mi casa cerrarse con fuerza. Resoplé. Miré la cara de mi madre que curvaba sus labios hacia abajo con pena.

—Pero Sara…—mamá se acercó a mí, y me acarició el hombro—. Vete a buscarla, anda.

Decidí hacerle caso. Volví a resoplar y me fui de la cocina. Llegué a la puerta y al abrirla, Claudia estaba con su brazo apoyado en el marco.

—¿Ya me vas a pedir perdón?—preguntó sonriendo pícaramente.

—Eres imbécil. Pensé que te habías enfadado de verdad—le di un manotazo en el brazo que tenía apoyado, que le hizo perder el equilibrio.

—Yo no me enfado por las realidades. Ahora ponte guapa, coge tu maleta, y vámonos a la playa.

Suspiré con fuerza y le sonreí de medio lado. Volvió a entrar en casa y cerré la puerta tras su paso.

Mientras mi madre y Claudia hablaban y yo me comía alguna que otra tostada, pensaba en que Claudia tenía razón. ¿Para qué iba a esperar más? Terminé de comer, así que después de decirles que me iba a vestir, subí a mi habitación. Agarré el móvil que estaba en mi mesilla de noche, y entré en el chat de Bass. El último mensaje fue el mío. Un “Buenas noches”, con un sticker de un bebé haciendo un corazón. Me dejó en visto, pero no fue impedimento para darle la bienvenida a un nuevo día.

Sara: Buenos días. amor. ¿Cómo te has despertado? Espero que bien. Claro, allí hay varias horas de diferencia. Pero bueno, cuando leas esto escríbeme, supongo que estarás muy cansado. Un beso.

pd: Tu novia te ama.

Y nuevamente un sticker de una niña pequeña lanzando un beso.

Me apresuré a buscar algo de ropa con la que ir a la casa de la playa. En mi armario, apenas quedaban prendas. Tras una corta pero desafiante búsqueda, logré encontrar un vaquero corto, junto a un top blanco básico. Lo ajusté a mi cuerpo a la vez que me miraba en el espejo. Arrugué la nariz. No era la vestimenta perfecta, pero no tenía muchas más elecciones. Cogí el cargador de mi teléfono y agarré mi maleta. Miré una última vez mi habitación. Apagué la luz que dejé encendida, y salí. Al llegar al salón, Claudia me esperaba de nuevo, hablando con mi madre. Mi padre ya se había levantado. Estaba reprochado en el sofá. Con unas ojeras bastantes cuestionables. Seguramente anoche se bebió alguna botella que habría escondido para que nosotras no la encontráramos. Hice el amago de acercarme a él.

—Adiós, papá—intenté acercar mi cara para despedirme con un beso en la mejilla, pero su mano se interrumpió en el camino.

—¿A dónde te vas?—preguntó con cara seria y enarcando una ceja.

—Claudia me ha invitado a su casa de la playa. Pasaré un tiempo ahí en lo que intento no pensar mucho en Bass.

—Déjate de pensar en amores, Sara. Y piensa en tu futuro. Nos hemos dejado mucho dinero en tu universidad. ¿Qué piensas hacer con las clases?

—Bueno… solo queda una semana y luego vendrán las vacaciones.

Nos quedamos unos segundos mirándonos profundamente a los ojos. Conocía esa mirada de mi padre.

—¿De verdad piensas que esa escapada a la playa, es más importante que tus estudios? Céntrate un poco en la vida.

Sus palabras me llegaban directamente al corazón. Pero ya no dolían. Mis ojos ya no se inundaban como antes. Mi alma ya no sentía. Agaché el torso, y llevé mi boca a su oído.

—Estoy más que centrada. Te digo mis planes por educación. Aquella que tú ya perdiste por completo. Me voy a ir a esa playa, y me pienso olvidar de los estudios por un tiempo. Al igual que tú te olvidaste de tú familia para siempre—noté como su respiración se agitó—. Y controlate, por favor. Porque como me entere que haces daño a mamá, ya sea físico o mental, no tendré nadie que me detenga para presentarme en la puerta de casa con la guardia civil. Ya no me das pena, papá. Ya no me das miedo.

Me despegué de él. Pude contemplar la infinidad de rencor que albergaba su cuerpo. Pude ver el odio reflejado en su cara. Me di media vuelta. Enfoqué la cara de mi madre sorprendida, y la de Claudia sonriendo sin ganas. Me han escuchado, y les ha impactado. Les dediqué una sonrisa a ambas, y fui al encuentro de mi madre.




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