No tenía muy claro cuánto tiempo llevábamos en aquel taxi. Lo que sí tenía claro era que nos saldría bastante caro. Claudia, al contrario que yo, no dejaba de mirar historias de instagram. Mientras yo miraba por la ventanilla, y dejábamos atrás mi ciudad.
—¿Tía cuando queda?—le pregunté con cansancio.
—No mucho. La casa está muy cerca de aquí.
Yo aún no veía el mar. Simplemente varias casas en los extremos de la carretera. Esas casas de campo, en las que vivirían las personas más tranquilas de la ciudad. Con familia totalmente estructurada.
Minutos después, los rayos del sol ya se reflejaban en las olas del mar. Entramos en aquel pequeño pueblo costero. La señal de “Brisazul”, nos daba la bienvenida. Claudia puso su móvil entre sus piernas, y comenzó a disfrutar del paisaje. Bajó su ventanilla, y el aroma salado del mar, ya anunciaba un día perfecto.
—¿Es en la siguiente calle, verdad?—preguntó el taxista mirando a Claudia por el espejo.
—Sí, exacto.
El coche se detuvo delante de una casita de madera. Me quedé un poco abobada, mientras miraba el paseo adoquinado que daba a la entrada de la casa. También mientras observaba las cortinas azules que se reflejaban a través de las dos ventanas delanteras. Nos bajamos ambas del coche tras pagarle al taxista. Nos dirigimos al maletero, y una vibración en el bolsillo de mi pantalón, me hizo impactarme.
Bass: Me he levantado bien, aunque echándote muchísimo de menos. Necesito verte. Yo ya he hecho mi primera actuación. Me ha salido bastante bien, aunque los nervios por poco me traicionan. ¿Tú cómo estás? ¿Cómo ha salido ese trabajo de Historia?
Pd: Tu novio te ama mucho más.
Expulsé una sonrisita de medio lado. Ilusionada. Y decidí contestarle. Pero los gritos de Claudia me lo impidieron.
—¡Sara! ¿Me puedes ayudar a bajar las maletas?—gritó con la mano en el maletero abierto.
—Sí, perdón. Me ha escrito Bass y…
—Ah, no, no, no. Aquí hemos venido a desconectar—me quitó el móvil de la mano y se lo guardó en el bolsillo de su vaquero.
—¡Oye! Déjame contestarle al menos.
Me miró con cara de enfado. Analizó cualquier expresión, o excusa, que pudiera añadir a la conversación. Resopló, y sacó de nuevo mi móvil.
—Última vez que hablarás con Bass—dijo con seriedad.
Extendí la mano boca arriba y esperé a que pusiera mi teléfono en ella. Tras recibirlo, comencé a teclear.
Sara: Del trabajo de historia ni hablemos. Claudia ha decidido que nos vayamos antes a la playa. Así que… ¡Ya estamos aquí! No veas qué mareo en el taxi. Pero ha merecido la pena. ¡Vaya casa!
Envié un emoji lanzando un beso, y levanté la mirada del móvil hasta encontrar el rostro de Claudia. Me recibía la misma cara de enfado de antes. Yo por el contrario sonreía con los dientes, buscando comprensión.
—¿Ya?—preguntó cruzándose de brazos.
—Sí. Ya—respondí guardando mi móvil en mi bolsillo sin que se diera cuenta.
Nos pusimos manos a la obra y comenzamos a bajar todas las maletas. Las fuimos colocando en el suelo, y cerré el maletero al finalizar. Nos despedimos del taxista alzando la mano, y caminamos hacia la casa. La observé durante unos segundos, mientras agarraba el asa de mi maleta. Lancé un suspiro y la analicé detenidamente. Estaba hecha de madera envejecida. Seguramente a consecuencia del sol que allí deslumbraba. Las cortinas azules de sus ventanas, se balanceaban al paso del ligero viento. Como si estuvieran respirando la brisa marina. Me sorprendió que se dejaran las ventanas abiertas. No creo que los padres de Claudia hubieran ido en los últimos meses. Las flores de la entrada parecían algo secas. Aunque no muertas.
Comencé a caminar por el sendero de adoquines. Me encantaba la tranquilidad que inundaba el ambiente. A su alrededor, las pequeñas plantas tropicales de la entrada de aquel lugar, abrazaban las paredes exteriores.
Claudia llegó a la puerta principal, y rebuscó en su bolsillo. En busca de la llave del lugar, supongo. La introdujo en la cerradura, y entró junto a su maleta. Subí los pequeños escalones antes de llegar a la puerta y por fin respiré un aroma a madera.
Nos detuvimos en el pasillo central de la casa. Donde casi se podía apreciar cualquier rincón de aquel sitio. Miré a la derecha, y el salón, pequeño pero acogedor, me invitó a disfrutar de mi estancia. Una mesita de madera rústica ocupaba el centro del espacio. Tras ella un sofá blanco impecable. Sensacional para un día después de un chapuzón en la playa. La televisión era bastante antigua. Dudé si aún funcionaría, pero no le di importancia. Al otro lado del pasillo, se encontraba la cocina. Americana creo. Tenía una barra muy mona con una cafetera moderna justo encima, y varias tacitas. Pegada a la barra, unas sillas altas también de madera.
Una ligera corriente de aire me despeinó. Miré a Claudia algo sorprendida.
—¿Dejáis las ventanas abiertas mientras no estáis?—pregunté metiendo mi mechón de pelo revoltoso tras mi oreja.
—Ah, sí. El pueblo es bastante tranquilo. Nunca entra nadie aquí—soltó el asa de su maleta y me enfocó—. Menos Robert, claro.
—¿Robert?—enarqué una ceja.
—Sí. Es un amigo de mis padres. Vive a dos calles de aquí y viene siempre que no estamos. A regar las plantas, a usar la televisión para que no se estropee, y a limpiar un poco la vivienda.
Asentí despacio con la cabeza. Intentando comprender toda la información.
Mi móvil vibró de nuevo, y tosí un poco para que claudia no escuchara ninguna vibración. El silencio era tan grande, que se podían escuchar los pasos de una hormiga. Seguramente Bass ya me había contestado. Intenté ignorarlo unos instantes. Luego, con más tranquilidad le contestaré. Justo al final del pasillo, se alzaban unas escaleras de madera. Qué raro. Claudia paró antes de subir ningún escalón y se giró para verme.