Al mirarte a los ojos

CAPÍTULO 6

—O sea. Qué te ha llevado a un sitio maravilloso, que estaba alejado de todo. Os habéis bañado desnudos en un río que había allí. Y luego hicisteis el amor hasta el anochecer—Claudia se quedó unos instantes mirando mi rostro.

—Sí. Y fue… mágico—respiré profundamente.

—Pero que bonito, Sara—su mirada se iluminó.

—Y lo más bonito de todo, fue que nos hicimos una promesa…—Claudia ladeó la cabeza con curiosidad—. Nos prometimos nunca olvidarnos, y que cuando nos volviéramos a encontrar, sería en aquel lugar—miré al suelo con pena.

—Joder, tía. Que solo será un año. Parece que se iba a la guerra.

—Bueno… sí. Solo será un año. Pero un año sin el amor de mi vida, Clau—enfoqué su rostro.

Le estaba relatando, cómo fue la despedida que me hizo Bass. Al lugar tan mágico al que me llevo. Como nos bañamos sin ropa en el río, y como nuestros cuerpos se complementaron hasta que las estrellas, en una noche cerrada, nos iluminaron el cielo.

—¿Y qué es lo que te agobia? En este año estarás ocupada. Además, tenéis un teléfono para seguir en contacto—Claudia se incorporó y se sentó con cuidado en la hamaca.

—Eso es justo lo que me agobia—bebí un sorbo del poco martini que quedaba en mi copa—. Tenemos una franja horaria muy diferente. No sé cuando escribirle. No sé cuando está ocupado. Es por eso que aprovecho cuando él me escribe para contestarle lo antes posible.

Claudia me comprendía. Su mirada analizante, y su rostro compasivo, me lo demostraba.

—Sara… Estás en un lugar maravilloso. Acompañada por la gente que te quiere—soltó su copa sobre la mesa de metal—. Pero tu mente está en otro lado. Imaginando algo que no puedes controlar.

Suspiré profundamente antes de elevar la cabeza hacia arriba. Las palabras de Claudia me chocaron. Tenía razón. Me incorporé y me senté también sobre mi hamaca, quedando a la altura de Claudia. Sorbí por la nariz y apreté fuertemente los párpados evitando que alguna lágrima pudiera escaparse.

—Amar, significa que alguien forme parte de ti. Pero incluso el océano sabe cuándo dejar ir. Las olas vienen y van, nunca se aferran a la arena, pero siempre regresan. ¿Por qué no intentas ser como las olas? Déjate fluir sin intentar retener todo.

No lo conseguí. La primera lágrima ya se escapaba de mi ojo. Claudia se levantó, y fue a mi encuentro hasta unir nuestros cuerpos en un abrazo.

—¿Y tú desde cuándo eres tan sabia?—pregunté tras separarnos.

—Desde que sé lo que duele vivir en el “que pasará”, y no disfrutar del “qué está pasando”.

Me secó varias lágrimas que brotaron, con la punta de sus dedos. En ese momento, un aroma bastante apetecible inundó el ambiente. Nuestras miradas se encontraron y Claudia aspiró profundamente. Sonreímos con complicidad, hasta poner los ojos en blanco del delicioso olor.

—¡A comer!—gritó Robert.

Mis tripas crujieron aún más fuerte que antes. Nos pusimos en pie, y Claudia tiró de mi brazo llevándome a la cocina. Al llegar, una mesa preparada con tres platos, cubiertos, vasos de cristal, y una bandeja en el centro que aún echaba humo, nos recibía. Y hacía que nuevamente, mi barriga volviera a sonar.

—Venga, sentaos—dijo Robert, situando en la mesa un bol, que contenía lo que parecía ser una ensalada.

La colocó al lado de aquella bandeja, y yo y Claudia, nos sentamos a los extremos de la mesa. Subí la cabeza hasta enfocar con claridad lo que contenía la bandeja. Era una pasta con su propio queso derretido por encima. Encima de ella, una hogaza de pan, aún tibio, que desprendía un aroma irresistible.

—Robert, no sabes lo mucho que te he echado de menos—comentó Claudia, partiendo un trozo de pan a la mitad, dejando que el vapor escapara.

—Tu madre también cocina bastante bien—respondió Robert entre risas.

Me serví un poco de pasta en mi plato, al igual que Robert y Claudia. Y disfrutamos de aquel manjar.

—Bueno… ¿Y por qué habéis decidido venir un tiempo a esta casa?—preguntó Robert, soplando su tenedor con pasta.

—El novio de Sara se ha ido un año a Los Ángeles por trabajo. Y pensé que sería buena idea traerla a este lugar de desconexión—se llevó un trozo de pan a la boca—. Además, las cosas en su casa no están muy bien que digamos.

Abrí los ojos impactada. Mirando desafiante a Claudia. No me gusta compartir mis problemas familiares en público. Pero pensé que Robert era un buen hombre. Y que pasara lo que pasara, no me iba a juzgar.

—Oh, vaya. Qué lástima. Has hecho muy bien en venir a este lugar. El mar tiene las respuestas de todo. Solo tienes que escuchar bien.

Asentí lentamente, pensando en la razón inconmensurable de sus palabras.

La comida siguió entre carcajadas. El aire se llenó de un silencio cómodo. De algunas risas de las anécdotas que contaba Robert. Pero sobre todo, de aquella pasta que le había quedado tan sabrosa.

Cerré la puerta del baño tras haber pasado, dejando fuera las risas de Claudia. Habíamos terminado de comer, y me comentó que ahora daríamos una vuelta por el pueblo, y al anochecer, iríamos a ese tal “Océano Nocturno”. El pequeño baño de la casa, tenía un ambiente bastante acogedor. Con paredes de madera clara, y una pequeña ventana por la que se colaba el reflejo del sol. Coloqué mi ropa limpia sobre un pequeño banco junto al lavabo, y abrí el grifo de la ducha, dejando que el agua corriera hasta que el vapor comenzó a llenar el espacio.

Mientras el agua tibia recorría mi piel, cerré los ojos, y dejé que el cansancio del día se escurriera con el jabón. Disfruté de mi tranquilidad y del calor reconfortante. Al terminar, me envolví en una toalla suave, y limpié el espejo empañado con la mano. Frente a mi reflejo, desenredé mi cabello mojado con movimientos rápidos. Le di con el dedo índice a la pantalla de mi móvil que descansaba junto al lavabo. Las cinco y media de la tarde. Tenía varias notificaciones. De instagram, de un juego, y de mi madre. Lo agarré con las manos húmedas, y fui a Whatsapp.




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