Alas

Capitulo 1: Caída en el desierto

El cielo se partió con un rugido que retumbó hasta lo más profundo de la tierra. Una batalla titánica se libraba más allá de las nubes, invisible para los mortales, pero su furia sacudía el mundo. Gabriel, el ángel de la luz, luchaba con todo su ser contra seis ángeles oscuros, cuyas alas negras como la obsidiana se desplegaban en círculos de caos.

Las heridas en su cuerpo brillaban con un resplandor dorado, pero cada corte era una estrella que se apagaba en su carne celestial. Con un último esfuerzo, Gabriel alzó su espada radiante y cortó el aire con fuerza suficiente para dispersar a sus enemigos, pero no lo suficiente para vencerlos.

—No escaparás, Gabriel —gruñó uno de los oscuros mientras se lanzaba sobre él.

Un golpe preciso en su costado lo hizo caer. Sus alas se rasgaron como seda bajo la garra del enemigo, y la gravedad lo reclamó. Mientras caía, sintió cómo su divinidad se desmoronaba, consumida por el veneno de la oscuridad que ahora corría por sus venas.

El desierto lo recibió con brazos crueles. Su cuerpo impactó contra la tierra arenosa y salina, levantando una nube blanca que brillaba como cristales rotos bajo el sol abrasador. Valle Blanco, un lugar de espejismos y soledad, sería su prisión.

Anim avanzaba entre las dunas con pasos vacilantes, el cuerpo exhausto y la mente nublada por el sol. Había dejado atrás su aldea, su familia, su vida, con la intención de perderse para siempre en el desierto. No podía aceptar un destino impuesto, un matrimonio con un hombre que la veía como una posesión más de su comercio.

Sus pies se detuvieron de repente al ver algo entre las arenas blancas. Era una figura masculina, inmóvil, con alas destrozadas extendidas como un ángel caído de un fresco celestial. Su cabello dorado estaba enredado con la arena, y un brillo tenue emanaba de su piel herida.

—¿Qué eres? —murmuró, casi sin aliento.

Con esfuerzo, Gabriel abrió los ojos. Sus iris eran de un azul imposible, como el cielo antes de una tormenta.

—Soy... Gabriel —susurró, apenas audible.

Anim sintió que su corazón latía con fuerza, no de miedo, sino de una extraña y profunda conexión que no podía explicar.

—No te dejaré aquí.

Con más determinación de la que creía tener, deslizó sus brazos bajo el cuerpo del ángel. Era sorprendentemente liviano para su tamaño, pero aún así, cada paso hacia el pueblo parecía un desafío insuperable.

La noche cayó antes de que alcanzaran el límite del desierto. Gabriel, débil pero consciente, observaba a Anim con una mezcla de gratitud y algo que jamás había sentido: amor. Ella, en su fragilidad, le parecía más fuerte que cualquiera de los ejércitos celestiales.

—Gracias, Anim —dijo, con una voz rota pero sincera.

—Aún no estás a salvo —respondió ella, jadeando mientras se detenía un momento para recuperar fuerzas—. Pero lo estarás, lo prometo.

A lo lejos, las luces del pueblo se reflejaban en la capa blanca del suelo, como estrellas perdidas en la tierra. Valle Blanco los esperaba, aunque ninguno de los dos sabía que la llegada del ángel cambiaría sus vidas para siempre.




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