Prólogo
RAQUIA, SEGUNDO CIELO.
SEPTIEMBRE 1825.
Barakiel se encontraba sentado dentro de su celda en el calabozo, no llevaba más de dos semanas en ese lugar y él pensamiento de cómo podría escapar no salía de su cabeza. Estaba desesperado, necesitaba salir de ese agujero y hacer pagar a las personas que lo habían traicionado. Mientras ideaba un plan dentro de su cabeza escuchó un gran estruendo provenir desde el final del calabozo. Se irguió inmediatamente en su lugar, pasaron diez segundos y volvió a escuchar otro estruendo, en esta ocasión se levantó rápidamente del suelo y se acercó a la reja. A través de los barrotes de su celda logró visualizar a su consejero y mejor amigo Edraron. A los pies de este estaban inconscientes los ángeles guardianes del calabozo.
—¡Barakiel! —gritó Edraron tratando de encontrar la celda en la que se encontraba Barakiel.
—¡Edraron, por aquí! —exclamó Barakiel atrayendo su atención.
Edraron se acercó a su celda y la abrió. La ira dentro de este aumentó al ver la condición en la que tenían a Barakiel. El interior de la celda era denigrante: parecía un agujero sucio y fétido, del lado izquierdo de la celda sobre el suelo había algunas cobijas viejas que simulaban una cama y del lado derecho había un inodoro en malas condiciones. Pero eso no era lo peor, lo que terminó de enfurecer a Edraron fue ver cómo tenían encadenado de ambos pies y cómo habían colocado sobre las alas de Barakiel una funda metálica, la cual le impedía erguir sus alas. Edraron se apartó de Barakiel y regresó hacia donde estaban los cuerpos de los ángeles guardianes. Esculcó en sus bolsillos en busca de las llaves y en cuanto las encontró regresó a la celda. Lo primero que hizo fue liberar las alas de este seguido de ambos pies.
Barakiel notó por el rabillo del ojo movimiento en la entrada del calabozo, tomó la mano de Edraron y corrieron hacia el otro extremo para poder salir de ahí. En cuanto estuvieron fuera del calabozo se adentraron en el bosque, la lluvia que hasta hace un momento era ligera comenzó a caer con mayor intensidad. Sin importarles el no poder visualizar el cien por ciento del camino continuaron corriendo, en cuanto llegaron al límite del segundo cielo se detuvieron de golpe. Si cruzaban serian desterrados. Barakiel no tenía ningún problema con saltar, realmente no había nada que lo atara más a este lugar. Las personas que consideraba como su familia lo habían traicionado hasta el punto de quebrarlo. Edraron por otro lado no estaba seguro de hacerlo.
Mientras se debatían internamente entre saltar o no hacerlo, Barakiel escuchó un gruñido provenir de Edraron, volteó hacia este y observó cómo su consejero caía al suelo, una flecha de gamareria le había atravesado el pecho.
—No, no, no —dijo Barakiel desesperado.
Apresurado lo tomó entre sus brazos y quitó la flecha tratando de detener la hemorragia.
—Hazlos pagar —susurró Edraron y le sonrió por última vez.
—¡Despierta por favor! —exclamó Barakiel tratando de despertar a su mejor amigo.
Los ojos le escocían a Barakiel, durante algunos segundos miró la cara de Edraron, sus ojos abiertos, inexpresivos como el interior de una celda y su boca medio abierta, que parecía expresar una sonrisa triste. Edraron había muerto en sus brazos mientras lo ayudaba a escapar. El dolor que invadió Barakiel en el pecho fue equivalente al dolor que sintió al ver morir a su amada. Incapaz de dejar el cuerpo de su mejor amigo fue atacado por la espalda por un grupo de potestades, dejándolo inmóvil contra el suelo. Percibió movimiento por el rabillo del ojo y vio cómo su hermano Herkiel descendía de las alturas hacia él. Venía acompañado de su consejero y un grupo de querubines. Suspiró derrotado.
—Potestades, descúbranle la espalda —escuchó decir a uno de los querubines.
Rápidamente le dieron vuelta dejando al descubierto su espalda. Barakiel se tensó al instante. Sabía lo que eso significaba. Desesperado intentó liberarse del agarre de las potestades, pero fue inútil.
—Sujétenlo bien —ordenó Herkiel.
Las potestades lo sujetaron con mayor fuerza impidiendo cualquier movimiento por parte de Barakiel. Uno de los querubines se acercó a él, lo tomó del cuello y le dijo:
—Lo que hiciste se considera como traición a la corona. A partir de este momento dejas de ser el heredero al trono —dijo con desprecio—. Tu hermano Herkiel, es quien tomará tu lugar y como castigo real serás desterrado de los cielos sin tus alas.
Un escalofrío se extendió a través del cuerpo de Barakiel. El querubín lo soltó y se posicionó frente a él, Herkiel lo rodeó hasta llegar junto al querubín para contemplar la atrocidad que estaba por suceder.
—¡Arránquenle las alas! —exclamó Herkiel.
La voz de su hermano le llegó hasta lo más recóndito de su alma. La traición que sintió en ese momento por parte de su hermano fue peor que la de su padre. Minutos después un dolor desgarrador le atravesó el cuerpo mientras lo mutilaban. El dolor tan intenso que lo invadió no se comparaba con el que sintió al ver cómo su padre mataba a su amada frente a él o el dolor de ver morir a su mejor amigo en sus brazos. En cuanto las potestades terminaron de arrancarle las alas cayó al suelo, incapaz de moverse completamente derrotado