PLANO DE LOS HUMANOS.
SEPTIEMBRE 1825.
El dolor tan intenso que invadía a Barakiel donde se suponía que debían estar sus alas le impedía levantarse del suelo. Había caído desde el plano celestial y se encontraba tirado sobre el frío pasto dentro del bosque, malherido. Consiguió con sus últimas fuerzas incorporarse, aunque no podía mantenerse completamente erguido. Agonizando de dolor caminó a través del bosque. Necesitaba encontrar a Ragastra lo antes posible. Suspiró aliviado cuando consiguió salir de este. Levantó la mirada y casi se cae de bruces al reconocer la casa que se encontraba a unos cuantos metros de él. Desesperado intentó acelerar el paso para llegar a esta, pero a medio camino se desplomó quedando inconsciente a causa de la pérdida de sangre.
Dentro de la casa Ragastra contemplaba la fría lluvia a través de la ventana. Esperaba a Eanneliza, quien se había marchado hacia el pueblo aledaño hacía dos semanas para revisar que todo estuviera bien dentro del aquelarre Kelna y se suponía que hoy regresaba. Mientras esta bebía una taza de té se percató cómo un hombre se desvanecía en su jardín «¡oh por dios!» pensó, dejando la taza sobre la mesa. Agarró el paraguas junto a la puerta y corrió a través de la lluvia hasta llegar donde se encontraba el cuerpo. Ahogó un grito al ver a Barakiel inconsciente y cubierto de Sangre.
—¡Fega, Aristana, vengan rápido al jardín, por favor! —les gritó a las muchachas que se encontraban trabajando en la cocina.
Las muchachas al escuchar a la señorita Ragastra dejaron todo y salieron por la puerta que daba al jardín. Fega casi se desmaya al ver al hombre cubierto de sangre a los pies de Ragastra.
—Ayúdenme a meterlo a la casa —dijo dejando el paraguas de lado.
Las muchachas asintieron no muy seguras sobre lo que estaba haciendo la señorita Ragastra y la ayudaron a meter a Barakiel a la casa. Dejándolo boca abajo sobre la cama del cuarto de visitas.
—Aristana, necesito un balde con agua caliente y toallas limpias. Fega de mi habitación trae el maletín de piel que está sobre el mueble cerca de la ventana y mi bata —pidió mientras se quitaba la ropa empapada.
Las muchachas asintieron y se retiraron. Ragastra observó detenidamente las heridas en la espalda de Barakiel. Un escalofrío le recorrió el cuerpo, ¿Quién podría haberle hecho esa atrocidad? Parecía como si le hubieran rasgado la piel con un rastrillo para recoger hierba.
—Aquí están las cosas que me pidió señorita —dijo Fega, adentrándose en la habitación.
Ragastra se colocó la bata y abrió el maletín en el suelo. Dentro de este había tónicos y hierbas que había preparado para cuando Eanneliza volviera y tuviera que irse al siguiente pueblo. Ragastra era conocida dentro del aquelarre como la reina de las pociones, podía preparar cualquier tónico o brebaje a la perfección.
—¡Aristana! —gritó desesperada, buscando entre las botellas que había dentro del maletín.
—Aquí estoy señorita —respondió, mientras se adentraba en la habitación sujetando entre sus manos un balde con agua caliente y colgando de su antebrazo izquierdo un par de toallas.
Con cuidado dejó el balde junto a la cama de Barakiel y colocó las toallas sobre esta. Ragastra les agradeció a ambas y las hizo salir de la habitación. Necesitaba privacidad para poder trabajar. Tanto Fega como Aristana asintieron y regresaron a sus labores en la cocina. Con cuidado de no lastimarlo más de lo que ya estaba Ragastra comenzó a limpiar las heridas de Barakiel. En un principio la sangre no dejaba ver con exactitud la profundidad de estas, pero conforme el área quedaba limpia Ragastra pudo percatarse de la gravedad de estas. En cuanto terminó de limpiar ambas heridas comenzó a verter sobre estas el tónico de equinácea para evitar una infección y después con sumo cuidado lo vendó. Durante todo el proceso Barakiel estuvo inconsciente, no fue hasta el día siguiente que este despertó.
El rostro de Eanneliza sonriendo lo miraba justo frente a él. ¡Eanneliza! Trató de alcanzarla, pero sus brazos eran muy pesados.
Pestañeó. No era el rostro de Eanneliza. Había una silueta femenina. Qué raro.
Pestañeó otra vez. El rostro preocupado de Ragastra estaba frente a él.
—No trates de moverte, tienes dos heridas bastante graves en la espalda —dijo Ragastra, preocupada.
Barakiel la miró asombrado. Entonces recordó.
—Eanneliza, ella… —murmuró.
—Tranquilo, Eanneliza volverá pronto —dijo Ragastra—. Debió regresar anoche, pero supongo que por la tormenta decidió volver hasta hoy —añadió más animada.
Barakiel sintió un hueco en el pecho. Cómo iba a explicarle a Ragastra que gracias a él jamás volvería a ver a su hermana. Miró de reojo a Ragastra y esta le sonrió amable. Inhaló profundo. Sin importar qué ella merecía saber la verdad.
—Eanneliza no volverá —dijo con voz temblorosa, sin apartar la mirada de ella. Hizo una pausa. Respiró hondo y entonces continuó—. Murió hace dos semanas, mi padre la ha matado.
Ragastra palideció. Miró a Barakiel atónica y dio un paso atrás.
—¿Qué dijiste? —apenas pudo pronunciar.