Alas rotas

Uno.

Época actual.

Era una noche lluviosa, las horas hacían su lenta marcha en el silencio tormentoso de los pasillos del antiguo hospital psiquiátrico, la luz tenía intermitencia decido a los fuertes truenos que acompañaban a la tormenta. Sus largas paredes eran de color café deprimente, de haber habido luna, entraría por las pequeñas y enrejadas ventanas a lo largo de los pasillos que eran el recorrido a cada una de las celdas-habitación del lugar.

La oscuridad de la noche había traído sucesos inexplicables a paciente que ya en sí mismos estaban dañados, aun cuando mucho de lo que ellos habían visto o escuchado era real… ¿Quién les creería? Después de todo, entre la bipolaridad y la paranoia, las alucinaciones eran el pan de cada día. A nadie le importaba el miedo que en el lugar se respiraba, menos las amenazas de uno de los pacientes más antiguos del sitio. Él había jurado, y gritado, que lo que despertaría entre esas paredes terminaría con todos y cada uno de los que se encontraban en ese punto.

Para el personal del hospital destacaba un paciente, ese había permanecido tan tranquilo que daba terror. No era que hubieran usado medicación, no era que estuviera amenazado. Él solo se sentaba en su cama, observando hacia la ventana, todo el día y en ocasiones la noche entera. Esa noche, pese a la lluvia, a los gritos o al miedo, el director del hospital y dos enfermos estaban haciendo sus rondas, medicado a los pacientes, revisando que no se hicieran daño o que no dañaran a nadie más. Pese al miedo, a los gritos y a la oscuridad que se cernía sobre ellos, el director del hospital y dos enfermeros, estaban haciendo su ronda, revisando pacientes, medicándolos y verificando que no fueran un peligro para ellos o para nadie.

Aun cuando no lo expresaran había una puerta que no deseaban abrir, la numero 1409, en ella se encontraba ese paciente que no daba problemas, que no se movía, que era tranquilo, que hacía que la sangre se helara hasta los huesos. De este paciente sabían que había estado sumergido en un estado psicótico que lo llevo a hacer cosas atroces, tampoco había sido como si los noticieros lo hubieran dado a conocer. Pero, desde que había sido traído a este centro de internamiento, su comportamiento había cambiado de una manera abismal. El personal siempre esperó un ataque, una reacción de algún tipo, pero está jamás llego. Todas sus evaluaciones neurológicas, psicologías o cualquiera que le practicaran, salían dentro de los parámetros normales.

Siempre se preguntaban si era la miasma persona que había echa tanto dañó, porque eran tan diferentes, que este sujeto podría pasar por el hermano gemelo del otro y ser la versión buena. Con temor y usando a los enfermeros como escudo, el director pidió que abrieran la puerta, la habitación estaba a oscuras, todo en perfecto orden, se sentía más fría que las demás. La cama en medio de la enorme habitación con solo dos muebles, una mesa y la cama misma. En medio de la cama, dando la espalda a la puerta, estaba el hombre en cuestión. Siempre parecía estar meditando, tal vez estaba esperando algo.

—Buenas noches, señor Tîrmeh.

Un pequeño suspiro fue la respuesta que el director recibió, sabía que al paciente no le gustaba mucho que lo llamara por su apellido.

—¿Es una noche muy fría, no lo cree doctor Bastian?

 

El sonido de la voz gruesa, los tomo por sorpresa, no era como si jamás lo hubieran escuchado decir palabra, solo que por alguna razón en esta ocasión sonó diferente.

—¿Qué? Oh, sí… ya se acerca el invierno.

—Si el último invierno… el tiempo está llegando a su fin…

—¿Qué tiempo, señor Tîrmeh?

—Vamos Bastian, cuantas veces te he pedido que me llames por mi nombre… ese apellido solo me recuerda lo que ya no soy.

—No debo… No puedo… es por el protocolo.

—He estado en este sitio más tiempo del que tú puedes recordar, y a un así, me niegas a una cortesía.

Uno de los enfermeros tomo una jeringa del interior de la bolsa de su bata, esta tenía un potente sedante, pero dudaba si sería lo suficientemente rápido para inyectarlo antes de que atacara a alguien. Pero Iskander no se movió de su lugar, ni siquiera movió un dedo, aun así los tres hombres estaban aterrados al punto de que querían salir corriendo de allí, y este lo sabía, podía oler el miedo.

—Me disculpo por ello, no pretendo ser descortés, pero…

—El protocolo —interrumpió Iskander al doctor con un tono socarrón.

Esa variación en su tono de voz llamo la atención del doctor, si decir nada ni hacer ninguna seña, se movió hacia el paciente. Este tenía su mirada fija en la ventana, en la tormenta, en la manera en que rompían los rayos la oscuridad de la noche. No se movió cuando el médico se puso casi frente a él, ni noto la duda instalada en su rostro.

—Iskander.

Al escuchar su nombre volvió su cabeza hacia el doctor, solo lo observaba con su rostro perfectamente serio. Pero no se veía molesto, alegre, no demostraba ninguna emoción en su rostro, ni en sus ojos.

—Bastian.

—¿Cómo es que es el último invierno?

—Vamos, doc., no esperes que te revele los secretos que se entretejen con el destino de las personas… ¿O sí?



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En el texto hay: misterio, romance, magia

Editado: 05.01.2024

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