Alba: El Secreto De Grace

CAPÍTULO VIII - EL DUENDE LAVI

   Aquel ruido les llamó la atención. En pocos segundos se dejó de oír, aún así el misterio ya se instaló.

                   —¿Qué fue eso? —fue el primero en preguntar Oli.
                   —No lo sé, pero proviene de adentro —señaló Grace, luego ordenó—. Vamos, tenemos que entrar.

  A pesar de que pudiese ser uno o más de esos malignos seres, se fueron a indagar, con la chica portando la espada con mucha precaución.

                    —La puerta Arthur —le pidió al niño que la abriera.

     La puerta se abría lentamente, y así el interior se podía apreciar, cuando esta ya estaba totalmente abierta, se podía ver lo desordenado que es adentro. Tan solo una ventana se hallaba sin cerrar, las demás sí. Platos rotos, papeles por doquier, ollas en el piso, un escenario caótico.

                    —Lo siento, no he limpiado este sector por meses —informó apenada. 
                    —No te preocupes, mi habitación está peor — bromeó Arthur.
                    —Bien, tal parece que no hay nada aquí. Tal vez una de los recipientes cayó provocando todo ese escándalo —especuló ella—. Iré a ver más hacia adelante si no hay nada.

   Pasó por su pieza también, esta que sí estaba ordenada, pero nada encontró, ninguna huella de quién pudo haber sido el culpable, esto lo llevaba a sostener más fuertemente su especulación.

                   —No hay nada de que preocuparse, no encontré nada raro —anunció al salir.
                   
     Tras aquella afirmación, las cosas dieron un giro, la calma pasó a inquietud cuando de repente oyeron a alguien murmurando en lo más oscuro del cuarto sin arreglar.

                   —Silencio, silencio —dijo Oli—. Escuchen.

       Se callaron solo para escuchar la voz de un señor que aparentemente se encontraba airado.

                   —Rey insolente, que osa quitarme mi pertenencia, adueñarse de él de esa forma. Volverá a mis manos tarde o temprano.
                    —¿Quién eres? —le interrogó Arthur— Sal de ahí.
    
   El desconocido al darse cuenta que ya lo habían descubierto, lanzó una palabras de amanaza:

                    —Váyanse ruines humanos que por su culpa me siento así, corran por sus vidas o quédense para sentir el filo de mi daga. 
                   —No lo haremos, este es mi hogar —le contestó la joven, posteriormente amenazó también—. Intenta atacarnos, y sentirás la espada de Jules. 
                  
   Hubo una pausa tras lo acontecido, aquel se había sorprendido bastante, lo dejó notar en su voz:

                   —¿Dijiste la espada de Jules, aquella legendaria arma que mora en las leyendas?
                   —Así es amigo. No te conviene acercarte —advirtió Báez.

   Si bien el hombre que se escondía era un poco huraño, también tenía su lado amable, pues al darse a conocer su tono de voz cambió, tal vez por el miedo a aquel arma, o bien porque eran aliados de alguna u otra forma.

                   —Mi nombre es Lavi, cuidador de un gran bosque en los territorios más peligrosos de Alba. 
                   —¿Puedes salir Lavi? —le pidió Grace— Ya no te haremos daño, solo no seas violento. 
                   —¿Cómo quieres que no sea violento? Mi bien más preciado se me fue arrebatado, y todo por culpa de humanos como tú, la gran depresión de mi pueblo. Su huella quedará como siempre, un recuerdo de los culpables de nuestra desolación —hablaba quejumbroso, casi gritando. 
                   —Tranquilo, por favor asómate para saber quién eres, además en algún momento tendrás que salir de aquí —le volvió a pedir.

    Salió, asombrando a los jóvenes quienes no se estababan lo que iban a presenciar. Este sujeto no era un humano, tampoco una de esas bestias, no tenía la altura para ser ninguna de las dos. Esto no significaba que iba a ser alguien dócil, de hecho, se podría decir que tenía la furia de tres dragones dentro de sí. Estoy hablando de un pequeño duende que se asomó desde lo penumbra; vestía con ropa vieja, con un pequeño gorro marrón, y andaba descalzo. Tenía la cara arrugada, las orejas grandes, mientras que el poco pelo que le crecía en el rostro era blanca, y poseía un anillo de oro.

                     —Es un duende —dijo Arthur estupefacto—, ¿por qué estás por aquí si mencionaste que eres de Alba?
                     —El Rey me mandó a decirles algo a ustedes —anunció Lavi.
                     —Dínoslo, ¿qué es? —demandó una respuesta Oliver.
                     —No están a salvo en este mundo. La maldad avanza, y cada día que pasa están más cerca de cruzar hasta este lado, pocos pudieron hacerlo, pero vendrán muchos hasta apoderarse de todo. No les conviene que nuevos humanos se estén uniendo a las fuerzas de sus contrincantes. 
                       —¿Cómo llegaste hasta mi residencia? —exigió una explicación la dueña de casa.
                     
   Antes de que pudiera responder, su charla fue interrumpida por una persona que aplaudía cerca del portón. Se trataba de Eva quien venía a buscar a su hijo. Esto fue suficiente distracción para que el duende tuviese tiempo para escapar por la ventana abierta, dejando así solo un rastro de misterio.
   Cuando Lavi se fue tan solo había muchas preguntas por responder, pero debían centrarse en el plan de la noche, así que se despidieron y lo dejaron todo en manos de lo que pueda ocurrir en las horas posteriores. La joven dio las últimas indicaciones:




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