**Capítulo 5: La Prisión del Alma**
Las mazmorras del palacio eran oscuras y frías, un contraste abismal con la luz y el esplendor de los salones reales. Tomás fue arrojado a una celda húmeda, sus manos y pies encadenados. Cada día que pasaba en aquella lúgubre prisión, su esperanza se desvanecía un poco más, pero su amor por Isabela seguía siendo un faro en la oscuridad.
Mientras tanto, en los aposentos reales, Isabela enfrentaba su propio tormento. Aunque llevaba la corona y vestía las ropas de la reina, su corazón estaba encadenado junto al de Tomás. El rey Alonso, cada vez más distante y autoritario, parecía disfrutar de su poder sobre ella.
Una noche, mientras el palacio dormía, Isabela decidió actuar. Se deslizó en silencio por los pasillos, evitando a los guardias, y se dirigió a las mazmorras. Cuando llegó a la celda de Tomás, sus ojos se encontraron a través de las rejas.
"Isabela," susurró Tomás, su voz ronca por la falta de uso. "¿Qué haces aquí?"
"He venido a salvarte," respondió ella, con lágrimas en los ojos. "No puedo permitir que sigas aquí. No puedo soportarlo."
"Pero, ¿cómo?" preguntó él, incrédulo. "Los guardias, el rey..."
Isabela sacó una pequeña llave de su bolsillo. "He robado esto del consejero real. Nos dará acceso a las puertas traseras del palacio. Podemos escapar juntos."
Tomás miró la llave con esperanza, pero también con preocupación. "Isabela, si nos atrapan, las consecuencias serán terribles."
"No me importa," dijo ella con determinación. "Prefiero morir intentando salvarnos que vivir sin ti."
Con manos temblorosas, Isabela abrió la celda de Tomás. Juntos, se movieron sigilosamente por los oscuros pasillos, esquivando a los guardias. Finalmente, llegaron a una puerta trasera que daba al jardín del palacio. La libertad estaba a solo unos pasos.
Pero justo cuando se disponían a huir, una voz fría y autoritaria los detuvo. "¿Y adónde creen que van?"
El rey Alonso apareció, rodeado de guardias armados. Su mirada de furia hacía temblar el aire a su alrededor.
"Isabela," dijo con voz gélida, "has desobedecido mis órdenes y traicionado mi confianza. ¿Creíste que podrías escapar de tu destino?"
Ella se irguió con valentía, sus ojos ardiendo de determinación. "Mi destino no es estar encadenada a un hombre al que no amo. Mi destino es vivir libremente, junto a quien realmente quiero."
El rey soltó una carcajada amarga. "¡Qué ingenua! No puedes escapar de mí. Guardias, llevad a Tomás de vuelta a las mazmorras y aseguráos de que esta vez no pueda escapar."
Tomás intentó resistirse, pero los guardias lo sujetaron con fuerza. "Isabela, no te rindas. Encontraremos una manera."
Isabela sintió el dolor desgarrador de la separación, pero se obligó a mantener la compostura. "No dejaré de luchar, Tomás. Te lo prometo."
Mientras los guardias se llevaban a Tomás, el rey se acercó a Isabela, su rostro a solo unos centímetros del de ella. "Y tú, mi querida reina, aprenderás que en este palacio, solo yo dicto las reglas."