**Capítulo 7: La Sombra de la Maldición**
La luz del amanecer apenas se filtraba por las ventanas del palacio, bañando los pasillos en un resplandor dorado. Isabela despertó con una sensación de pesadez en el pecho. Las palabras de Don Rodrigo y el rey sobre la maldición resonaban en su mente. Sabía que debía actuar con cautela, pero también con determinación.
Mientras se preparaba para el día, una sirvienta entró en sus aposentos con una bandeja de desayuno. "Mi reina," dijo la joven con una sonrisa tímida, "el rey desea verte en el salón del trono esta mañana."
Isabela asintió, sintiendo una mezcla de anticipación y temor. Se dirigió al salón del trono, donde encontró al rey Alonso sentado con su imponente porte, y Don Rodrigo a su lado, con una expresión inescrutable.
"Isabela," comenzó el rey, su voz resonando en la vasta sala, "he estado reflexionando sobre tu comportamiento reciente. No puedo permitir que desafíes mi autoridad."
Isabela mantuvo la mirada firme. "No he desafiado tu autoridad, Majestad. Solo busco justicia para nuestro reino."
El rey se levantó y se acercó a ella, su rostro a solo unos centímetros del de ella. "Eres mi reina, y como tal, debes obedecerme. No toleraré ninguna insubordinación."
Don Rodrigo intervino, con su tono serpenteante. "Majestad, quizás la reina necesita un recordatorio de su posición aquí."
El rey asintió, tomando el brazo de Isabela con fuerza. "Ven conmigo."
La llevó a un pequeño salón privado, lejos de los ojos curiosos de la corte. "Escucha bien, Isabela," dijo el rey con voz amenazante, "tú me perteneces. Y harás lo que yo diga."
Isabela sintió una mezcla de indignación y miedo, pero no se dejó amedrentar. "No puedes controlar mi espíritu, Alonso. Y no permitiré que tu tiranía destruya este reino."
El rey la miró con furia, pero antes de que pudiera responder, un guardia entró apresuradamente. "Majestad, han encontrado un mapa en las mazmorras. Un mapa que parece indicar pasadizos secretos en el palacio."
El rey frunció el ceño y se volvió hacia Isabela. "Así que planeabas escapar, ¿verdad? ¡Guardias, llevadla de vuelta a sus aposentos y aseguráos de que no pueda salir!"
Isabela fue escoltada de regreso, pero en su corazón sabía que debía actuar rápidamente. Esa noche, Pedro, el joven sirviente leal, se deslizó en sus aposentos.
"Mi reina," susurró Pedro, "he encontrado el libro que mencionaste. Habla de la maldición y de un objeto sagrado que puede detenerla."
Isabela tomó el libro con manos temblorosas. "Gracias, Pedro. Debemos encontrar ese objeto antes de que sea demasiado tarde."
Pedro asintió. "Conozco a alguien que puede ayudarnos a decifrar las pistas. Es un erudito que vive en las afueras del reino. Debemos ir a verlo sin despertar sospechas."
A la mañana siguiente, bajo el pretexto de visitar a un pariente enfermo, Isabela y Pedro lograron salir del palacio. Se dirigieron a la casa del erudito, un hombre anciano y sabio llamado Don Bernardo.
"Mi reina," dijo Don Bernardo con una reverencia, "he oído hablar de vuestra búsqueda. La maldición que mencionáis es real, y el objeto que buscáis es la Clave de Luz, una joya que puede purificar la oscuridad."
Isabela escuchó atentamente mientras Don Bernardo les explicaba dónde encontrar la Clave de Luz. "Está escondida en una cámara secreta bajo el palacio. Pero cuidado, Don Rodrigo sabe de su existencia y hará todo lo posible por deteneros."
Con nueva determinación, Isabela y Pedro regresaron al palacio y se dirigieron a las mazmorras, donde encontraron a Tomás. Con la ayuda del mapa y las indicaciones de Don Bernardo, se adentraron en los pasadizos secretos hasta llegar a la cámara oculta.
"Este es el lugar," murmuró Isabela, abriendo el cofre y encontrando la joya resplandeciente.
Pero antes de que pudieran usarla, Don Rodrigo apareció con un grupo de guardias. "¡Alto ahí!" exclamó, sus ojos llenos de furia.
Isabela sostuvo la joya con firmeza, sus ojos ardiendo de determinación. "Esta maldición terminará hoy, Don Rodrigo. No puedes detenernos."
Un aura de energía envolvió la cámara, y la joya brilló con intensidad. En ese momento, Isabela comprendió que el verdadero poder de la joya radicaba en la redención y el sacrificio. Con Tomás a su lado, colocaron la joya en el pedestal central de la cámara.
La luz se intensificó, llenando la cámara y expulsando a Don Rodrigo con su oscura influencia. La maldición comenzó a desvanecerse, y con ella, las sombras que habían envuelto al reino. Isabela y Tomás sabían que su camino aún sería difícil, pero juntos, podían enfrentar cualquier adversidad.