Alet: Esclava de la magia

Capítulo 2: De inútil a útil

Una luz dorada que a medida que se elevaba iba adoptando un tono carmesí; se elevaba majestuoso y se agitaba con ímpetu; era libre, salvaje, indomable y ardiente. Eran las llamas de fuego que se apropiaban de la oscuridad y emitían su peculiar chasquido.

Con el eco de esos chasquidos me desperté suavemente descubriéndome de inmediato en mi habitación. Estaba muy oscuro debido a que mantenía mis ventanas selladas con algunos tablones de madera y eso impedía el acceso a la luz, pero también a la malicia que pudiese asaltarme mientras durmiera. La puerta de mi habitación también estaba reforzada con cinco cerraduras, cadenas y candados.

Me había despertado a causa de un sueño extraño, por lo que cogí mi móvil para poder ver la hora y me di cuenta de que faltaban 20 minutos para que sonara mi alarma. Decidí levantarme de una vez y encender la luz.

Me vestí con un par de jeans negros, unas botas con agujetas del mismo tono y una camiseta blanca; me abrigué con un ligero suéter gris y salí de mi cuarto para ir al baño a lavarme los dientes. No me detuve a desayunar porque no había nada en la nevera para comer y tampoco me molesté en cepillarme el cabello porque éste era apenas una pequeña melena castaña.

Cuando terminé con la rutina matutina, salí de casa y me aventuré en las oscuras y panteoneras calles. El ambiente estaba impregnado de un olor putrefacto a causa de la basura que los vecinos no se molestaban en recoger, algunos animales muertos que corrieron un triste destino luego de haber sido usados como juguetes por los niños y también el mal olor que emitían los borrachos y los drogadictos que yacían inconscientes sobre el pavimento, bañados en sus propios desperdicios.

Había que caminar con mucho cuidado para no despertarlos porque más de alguno podía comportarse violento. Cabe señalar que el camino hacia la parada de autobuses más cercana era muy largo, ya que los autobuses se negaban a atravesar una zona tan peligrosa debido a los asaltos y muchas otras formas de vandalismo.

Era un lugar demasiado peligroso para que una diminuta y frágil chica atravesara durante la madrugada, ¿Sentía miedo? Bastante, pero había aprendido a seguir adelante sin detenerme, porque no quería entregarle mi vida a esos monstruos que en aquél momento se escabullían entre las sombras.

Podía escucharlos mientras caminaba, esas voces que susurraban -se ve deliciosa-.

-Esclava-.

-Plebeya-.

-Tiene un collar-.

Y al escucharlos decir eso último, me llevé la mano a mi collar, sí, era el símbolo mágico que representaba mi pacto con Isabel.

Me detuve de un sobresalto al percibir un brusco movimiento en la penumbra, ahí vi el cuerpo dormido de uno de esos borrachos entre unos contenedores de basura. En seguida, comencé a dudar de que estuviera dormido pues me pareció percibir una pata negra con garras que se deslizó detrás de los contenedores. Esa pata era mucho más grande que yo, por lo que consiguió elevarme los nervios.

Desvié la mirada y seguí andando acelerando el paso, sintiendo con ímpetu el palpitar de mi corazón y el propio miedo comenzó a sacarme de quicio, pues los monstruos de las sombras comenzaron a reírse y a pronunciar mi nombre de forma burlesca.

Pude sentir que se acercaban y yo no pude controlar más ese nerviosismo que pasó a ser terror. Sujeté con fuerza mi mochila y empecé la carrera, ellos jadearon detrás de mí y yo me atreví a mirar solo un poco, descubriendo a las casi indistinguibles deformidades negras que se deslizaron ágilmente entre las sombras, persiguiéndome.

Un pavor inmenso me invadió y mis piernas temblaron dificultándome la carrera, caí cuando traté de girar rápidamente una esquina y allí fue cuando los monstruos se abalanzaron sobre mí. Los vi aproximarse mientras yo caía al suelo, sombras negras llenas de dientes que derramaban una apestosa y pegajosa sustancia oscura. Se desintegraron cuando yo tuve mi feroz encuentro con el suelo, pues, bendito sea el universo, aterricé bajo el resplandor de una farola, lo que sirvió para ahuyentar a los seres de la segunda dimensión.

Me quedé en el suelo todavía temblando de miedo y tratando de recuperar el aliento, por un momento sentí mis lágrimas aproximarse pero finalmente me venció la vergüenza al pensar –"¿Y qué tal si alguien me veía ahí llorando?"-.

Por lo que me apresuré a recuperar la compostura y me levanté con la disposición de seguir mi camino, pero me detuve un paso antes de salir del rayo de luz, pues me aterró la idea de salir otra vez a la oscuridad –"Sol... ¿Por qué tardas tanto?"-.

Justo en ese momento, cuando el miedo comenzaba a trastornarme, amenazando con convertirse en ansiedad, recordé el regalo que Isabel me había hecho. Lo busqué en mi mochila y casi en seguida di con él: mi nuevo móvil.

No estaba acostumbrada a tener uno, por eso a menudo me olvidaba de él, sin embargo, comenzaba a darme cuenta de lo útil que era y encendí su linterna para poder iluminar mi oscuridad. Sólo me quedaba rezar porque ningún vago quisiera arrebatármelo.

Haciendo uso de esa gran ventaja, pude seguir caminando cuesta arriba, todavía me temblaban las piernas y me latía con fuerza el corazón, pero finalmente pude llegar a la avenida principal y me detuve en la esquina para esperar el próximo autobús.

Noté, gracias a mi móvil, que se me había hecho tarde gracias a todo el ajetreo, el autobús que debía tomar para llegar a la escuela a tiempo ya se me había pasado y la escuela para colmo, me quedaba muy lejos –"Debí levantarme en seguida cuando me caí"- pensé arrepentida, pues justo mi primera clase debía ser con esa estricta y desalmada profesora.

Divagando sobre las cosas, esperé en silencio hasta que escuché a alguien llegar. Había desarrollado una paranoia tal que me vi en la desesperada necesidad de ver de quién se trataba, con mucho disimulo claro, tampoco quería cruzar mirada con algún tipo de matón. Se trataba de un joven común quien se aproximaba con el teléfono en las manos e iba distraído con éste.



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En el texto hay: depresion, romance, conflictos sociales

Editado: 14.04.2021

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