Adeline se quedó inmóvil cuando el criado le dio un mensaje corto y formal: Rafael la esperaba en su estudio. Las palabras, pronunciadas con brusquedad, sin cortesía innecesaria, parecían empujarla imperiosamente hacia él, privándola de elección. Sabía que aquel encuentro no sería amistoso ni fácil. Todo su cuerpo se tensó con la premonición de que aquello no era más que el principio. No se molestó en arreglarse ni en mirarse al espejo. Lo último que quería era despertar su interés masculino... a pesar de que él había insinuado inequívocamente lo que quería de ella. Y ciertamente no era sólo un matrimonio formal sobre el papel. Solo de pensarlo sus mejillas se sonrojaban.
Su corazón latía cada vez más fuerte mientras caminaba por el largo e interminable pasillo, entre paredes de piedra iluminadas únicamente por la suave luz de unas escasas velas. A cada paso, el suelo parecía crujir más y más, el aire cada vez más denso. Intentó calmar su respiración, pero sus pensamientos la mantenían inmóvil.
«No le debes nada. Estás aquí por tu familia, para proteger tu nombre y su memoria, para preservar tu herencia, no porque él pueda controlarte». Mientras lo repetía, sintió que la rabia de su interior era sustituida poco a poco por determinación. No iba a ceder. No iba a dejar que él pensara que era tan fácil.
La puerta del estudio de Rafael era enorme, de madera oscura y pesada. Adeline la abrió de un empujón, y en cuanto dio el primer paso dentro, la atmósfera presurizada de la habitación la rodeó. Todo en el estudio estaba impecablemente organizado: grandes librerías, un voluminoso escritorio de madera oscura, sillones de cuero, ventanas bien cerradas con pesadas cortinas oscuras. La habitación parecía desprovista de luz y calidez, como si reflejara al propio Rafael, imperioso e inflexible.
Rafael estaba sentado a la mesa, relajado en su silla. Su postura era relajada, incluso perezosa, pero era imposible no sentir la tensión que irradiaba de él. La miraba fijamente sin pestañear, y sus brillantes ojos verdes brillaban depredadores y peligrosos. Parecía ver a través de ella, leer sus pensamientos antes de que pudiera expresarlos. Había algo bestial en él, algo inhumano... como su belleza salvaje. Al verlo, sintió un escalofrío, pero Adeline no se permitió el menor signo de debilidad.
- Adeline -dijo por fin, y su voz, profunda, con un ligero y casi imperceptible matiz de sarcasmo, rompió el silencio-. - Me alegro de que te hayas tomado la molestia de hablar conmigo.
Ella entornó los ojos, tratando de mantenerse firme, y dio un paso adelante.
- No creo que me hayan ofrecido otra opción -dijo, tratando de mantener la firmeza de su voz, pero sus palabras sonaron ásperas. Enseguida supo que Rafael se había dado cuenta de su vacilación: la sutil curva de sus labios se lo confirmó.
- Tal vez -dijo él, enderezándose lentamente-, pero tuviste elección cuando firmaste el contrato. Ahora sólo tienes la obligación.
Hablaba con calma, pero cada palabra contenía una amenaza. No había súplica en su voz, ni el menor intento de suavizar la dureza. Era como si la desafiara, como un lobo mostrando los colmillos.
Adeline sintió que la ira aumentaba en su interior. Se acercó y se detuvo, mirándolo con desafío.
- ¿Crees que tienes derecho a decidir lo que hago? - habló, y su voz, aunque temblorosa, sonó firme. - Este matrimonio es el resultado de viejos acuerdos, y estoy aquí no porque esté de acuerdo con ellos, sino porque es la única manera de salvar el legado y todo el negocio de mi familia. Pero no creas que puedes controlarme.
Rafael enarcó las cejas y algo parecido a la diversión brilló en sus ojos. Se levantó de la silla y caminó lentamente hacia ella. Cuando se detuvo frente a ella, sólo unos pasos los separaban, y Adeline se dio cuenta de lo alto que era, de lo fuerte. Se tensó involuntariamente, intentando no mostrar cuánto la desequilibraba la proximidad de aquel hombre.
- ¿Crees que quiero controlarte? - dijo él, y su voz se volvió más suave, pero había una amenaza subyacente en esa suavidad. - Yo puse las condiciones, y fueron aceptadas. Si crees que puedes romperlas, estás muy equivocado. Todo lo que hay aquí me pertenece -se inclinó ligeramente hacia delante, sin apartar la mirada de sus ojos-, incluida tú.
Adeline sintió que la rabia y el miedo se mezclaban en su pecho, provocando una oleada de calor en su rostro. Enderezó la espalda sin apartar la mirada.
- Si esperas que me limite a obedecer... es evidente que te estás sobrevalorando -dijo lentamente-. - No estoy acostumbrada a que me manden.
Rafael sonrió satisfecho, sus ojos brillaban con una confianza casi animal y depredadora.
- Es curioso -dijo en voz baja, como el susurro de las hojas en vísperas de una tormenta-. - No estoy acostumbrado a que nadie cuestione mis decisiones. No estoy acostumbrado a que nadie se resista. Pero quizá sea eso lo bueno de enseñarte a obedecer.
Quiso responderle, pero las palabras se le atascaron en la garganta. Se sentía como un ratón atrapado en un rincón, y su mirada, aguda y penetrante, parecía atravesarla.
- ¿Crees que voy a dejar que me enseñen a obedecer? - dijo por fin, tras un largo silencio. - Crees que estamos en la Edad Media... -hizo un gesto con la mano, incapaz de encontrar las palabras para expresar cuánto le repugnaba toda aquella situación-. - Si no fuera por mi familia, nunca habría aceptado.
Rafael la miró, y no había ni una pizca de arrepentimiento o comprensión en su mirada.
- Tus deseos no importan aquí -replicó, y sus palabras fueron como un golpe-. - Firmaste el contrato. Lo aceptaste. Ahora estás aquí y sólo tienes dos opciones: aceptarlo o atenerte a las consecuencias.
No podía creer lo que oía. Su frialdad, esa certeza de que todo sería como él decía, la estaba haciendo protestar. Dio un paso hacia él, cerró las manos en puños y levantó la barbilla.
- No seré tu juguete -dijo mirándolo fijamente-. - Lo mío es casarme contigo. No conseguirás nada más de mí.
Rafael pareció sorprendido por su insolencia, pero su rostro se endureció y dio un paso adelante, acortando distancias. Su respiración se entrecortó cuando él se acercó demasiado, y su mirada oscura pareció envolverla.
- Hay algo que debes memorizar, Adeline -susurró, con voz apenas audible, pero amenazadora-. - Aquí juegas según mis reglas. Por mucho que te resistas, serás mía. Eso se decidió mucho antes de que llegaras.