Lucía sintió que sus propias manos se cerraban en puños. No podía creer que su amiga pudiera ser tratada así, que pudiera ser obligada a someterse, forzada a casarse como una cosa. Mirándola fijamente a los ojos torturados, Lucía se dio cuenta de que no era el momento de limitarse a compadecerse: tenía que actuar, tenía que averiguar la verdad.
- Mira, Adeline... -Lucía le cogió la mano, intentando darle un poco de su determinación-. - Sabes que no soporto verte obligada. Pero he venido a decirte algo importante... Sobre tus padres.
Los ojos de Adeline se abrieron ligeramente.
- ¿A qué te refieres? - preguntó, con la voz llena de incertidumbre y miedo a descubrir la verdad.
Lucía miró nerviosa a su alrededor, comprobando que nadie la escuchaba, y bajó la voz:
- He estado investigando las circunstancias de la muerte de tus padres. Me pareció extraño que el caso se cerrara tan rápido, casi sin investigar. Fui a los archivos... y encontré algo. Inconsistencias en los informes policiales. Dicen que el accidente ocurrió de noche, pero los testigos vieron a tus padres salir por la mañana. Y hay más.
Adeline se quedó paralizada y su rostro palideció aún más. Lucía sintió que su amiga le apretaba un poco más la mano.
- Han desaparecido varias pruebas -continuó Lucía, con voz grave, casi siniestra-. - Entre ellas, los efectos personales de tus padres que se llevaron en aquel viaje. Y las fotos de la escena del accidente... Parecen... Como si todo hubiera sido un montaje. Esa rotura en los muros del puente. Ni siquiera sé cómo el coche de tus padres pudo chocar contra los muros de hormigón. No hubo colisión con nadie más. Y no hay imágenes de las cámaras del puente. Se quemaron misteriosamente.
- Pero... Fue un accidente, ¿no? - La voz de Adelaine se quebró y en sus ojos se dibujó una mirada suplicante, un deseo de creer que sólo se trataba de una trágica coincidencia y no de algo más siniestro.
- Adelaine, estas cosas no suelen ser casualidades -dijo Lucía con firmeza. Podía ver el efecto que sus palabras estaban teniendo en su amiga. - No sé quién está detrás de esto, pero tengo mis sospechas de que tus padres fueron asesinados.
Las palabras flotaron en el silencio como una pesada maldición. Lucía vio a Adeline retroceder como aplastada por el peso de aquella información. Le temblaban las manos y no podía apartar los ojos del suelo.
- ¿Asesinada? - susurró, casi incapaz de creer lo que estaba diciendo. - Pero, ¿por qué?
Lucía se acercó un paso más, con voz más suave pero aún más insistente.
- Aún no lo sé. Pero sospecho que tiene algo que ver con la familia Montalvo. Y con tu boda. Tal vez quieran utilizarte... como parte de algo más oscuro o algo así. Adeline, es como si estuvieras atrapada.
Los ojos de Adeline volvieron a encontrarse con los suyos, y una nueva emoción apareció en ellos: miedo, profundo, imparable. Sintió que el corazón le latía más deprisa mientras un nudo le llegaba a la garganta. Las palabras de Lucía habían abierto un abismo ante ella, y se sentía a punto de caer en él.
- ¿Qué voy a hacer ahora? - susurró, como una niña perdida en el bosque por la noche, rodeada de depredadores.
Lucía la abrazó sin pensarlo, sintiendo que su amiga temblaba de miedo y confusión.
- Encontraremos la verdad -respondió en voz baja, estrechando a Adeline entre sus brazos-. - Juntas encontraremos la forma de salir de esta oscuridad. Te lo prometo.
Pero Lucía sabía en su interior que, para encontrar la verdad, tendrían que adentrarse en los secretos más oscuros de esta familia.
- Lucía... -susurró Adeline, como si temiera que alguien pudiera estar escuchando, incluso aquí fuera, en la calle, donde la fría y espesa oscuridad las cobijaba-. - No sé a quién más confiarle esto. Pero... parece que Rafael tenía... otra esposa.
Lucía enarcó una ceja, sorprendida, y apretó la mano de su amiga, sintiéndola estremecerse.
- ¿Otra esposa? - preguntó, sintiendo un escalofrío recorrerle el cuerpo. - Pero, ¿por qué piensas eso?
Adeline apartó la mirada, sus ojos se deslizaron hacia la oscura silueta de las estatuas que parecían alcanzarlas con sus manos de mármol. El rostro de Adeline reflejaba un horror interior mezclado con confusión.
- Doña Isabel... -comenzó, y su voz se entrecortó-, insinuó. En un tono muy... siniestro. Dijo que yo no era la primera mujer que entraba en esta casa como novia de Rafael. Y que más me valía «no cometer los mismos errores que ella». Pero cuando intenté preguntar algo concreto, se limitó a mirarme como si se burlara de mí y no dijo nada.
Lucía frunció el ceño, con la atención puesta en cada palabra de su amiga. Todo sonaba demasiado extraño, demasiado inverosímil, pero su intuición le decía que Adeline tenía razón. Algo oscuro y peligroso acechaba en el pasado de Rafael.
- ¿Por qué no se menciona en ninguna parte? - preguntó Lucía sin dejar de mirar a Adeline. - Soy periodista, Adelaine, y habría encontrado la más mínima mención si la hubiera habido. Pero nada. Silencio absoluto.
Adeline volvió a mirarla y el miedo brilló en sus ojos. Le temblaba la voz.
- Precisamente por eso te pido que me ayudes... -susurró, con voz suplicante-. - Todo en esta casa es un misterio. Tengo la sensación de que ocultan algo. Quizá murió en extrañas circunstancias... o... o la asesinaron. No lo sé. - Adeline se cubrió la cara con las manos.
Lucía rodeó a su amiga con el brazo y le apretó el hombro para tranquilizarla. El viento se levantó y el cuervo volvió a graznar, ahora más cerca, como si percibiera el peligro en el aire. Aquel grito lúgubre resonó en sus corazones con un miedo escalofriante.
- Averiguaré todo lo que pueda -dijo Lucía con firmeza, los ojos encendidos de determinación-. - Nadie se atreve a intimidarte, Adeline. Si Rafael realmente tenía otra esposa, si algo extraño le ocurrió... descubriré la verdad. Aunque tenga que poner todo el pueblo patas arriba, llegaré al fondo del asunto.