Alfa. Apropiada Por El Lobo

Capítulo 21

La habitación de su padre siempre le recordaba a Rafael a una cripta. El aire helado, impregnado del agrio olor de las hierbas secas, la pesada medicina y la vejez, le envolvía como un sudario. Las paredes, adornadas con papel pintado descolorido, parecían sombras cenicientas del pasado. El enorme sillón del centro de la sala se alzaba como un trono, pero su ocupante hacía tiempo que había perdido la corona. Alberto, el antiguo alfa, era ahora sólo un fantasma de su antiguo poder. Sus dedos flacos aferraban los reposabrazos y su mirada -lo único que conservaba su brillo- atravesaba a Rafael.

Rafael entró como si fuera la mismísima muerte, conteniendo el desprecio por la debilidad que odiaba y el respeto por el hombre al que respetaba y amaba. Sus botas repiquetearon en el suelo de madera, como para enfatizar que aquí, en esta habitación, él era la encarnación viva de lo que su padre había perdido.

- Has venido -la voz de Alberto sonaba grave y áspera, como el chirrido del viento en un estrecho desfiladero-. - Entonces, ¿estás dispuesto a escucharme?

Rafael se sentó en silencio frente a él, apoyado en su rodilla, con los dedos acariciando lentamente la línea de su barbilla. Esperó, sabiendo que las palabras de Alberto eran lecciones que tendría que utilizar, aunque le trajeran dolor.

- ¿Sabes cuál es el precio, hijo? - Alberto, mirándole fijamente sin esperar respuesta, continuó: - No se mide en oro ni en sangre. Se mide en pérdidas. He perdido mi poder, mi manada. Tú eres mi última oportunidad.

Los recuerdos cobraron vida en los ojos del anciano, las sombras de los enemigos que una vez habían destruido su cuerpo parpadearon en su rostro como quemaduras.

- Nos cazaron. Me despojaron de mi esencia porque sabían que quitarle el poder al alfa era destruir el clan. Y ahora están volviendo. No se detendrán.

Raphael se levantó bruscamente, como si sus nervios estuvieran tensados al límite.

- Volverán, los destruiré. Y ningún 'precio' me detendrá».

Alberto sonrió, una débil sombra de su antigua arrogancia.

- ¿Estás dispuesto a sacrificarlo todo? ¿Incluso a ella?

Rafael se paralizó, sus brillantes ojos verdes centelleando como llamas. Se odió a sí mismo por el momento de debilidad, por la forma en que su rostro, su aroma, habían pasado ante los ojos de su mente.

- Ella me pertenece. Y yo decidiré qué pasará con ella.

- Tenemos que hacer el ritual, hijo, tan pronto como sea posible. Y entonces te protegerás a ti mismo y al clan de las consecuencias. ¡El clan necesita un heredero!

***

Adeline, que casualmente estaba en la puerta, se quedó petrificada. Cada sonido de la tensa conversación le llegaba como el susurro de muros antiguos. Se apretó contra la fría madera de la puerta, con el corazón latiéndole tan fuerte que parecía que debían de haberla oído.

Las palabras «precio», «sacrificio» y «ella» se clavaron en su mente como garras. ¿De qué hablaban? ¿Por qué se sentía el centro de la discusión, aunque no hubiera oído su nombre ni una sola vez?

Su mente se agitó, hilando imágenes que aumentaron aún más su miedo: Rafael, en su cruel certeza, la estaba utilizando para algún ritual horrible, sacrificándola por su ambición, dejando su alma prisionera de esta mansión gótica.

Cuando la puerta se abrió bruscamente, su corazón se hundió hasta los talones. Rafael estaba ante ella, su figura eclipsaba la luz de la habitación.

- ¿Estabas espiando? - su voz era grave, como el rugido ensordecedor de un depredador antes de atacar.

Adeline no tuvo tiempo de responder. Su mano la agarró de la muñeca, acercándola, pero no con brusquedad, sino imperiosamente, como si exigiera una respuesta con sólo una mirada.

- Debes recordar una cosa: soy tu protector. Tu lugar está aquí porque yo he decidido que así sea. - Su rostro se acercó lo suficiente como para que ella pudiera sentir el calor de su aliento. - Pero no intentes jugar a mis juegos, Adeline. Perderás.

Ella lo miró con odio y miedo.

- ¿Y si no quiero participar en tus juegos? - Su voz era temblorosa pero decidida.

Raphael sonrió, pero no había calidez en esa sonrisa.

- Nunca tuviste elección.

Adeline no se dio cuenta de cómo la noche la había devuelto a los pasillos de esta antigua casa que parecía cobrar vida por la noche. Paredes con paneles oscuros, como impregnadas de misterio. Cada paso bajo sus pies producía un largo crujido, como una advertencia. Sin embargo, algo la empujaba hacia delante.

La misma puerta a la que doña Isabel le había prohibido acercarse brillaba a la tenue luz de las velas, como atrayéndola hacia ella. Como un imán, su mano alcanzó el enorme picaporte de bronce deslustrado, cubierto de polvo y tiempo. Dentro había una vieja habitación con estanterías enmohecidas y una ventana oculta por pesadas cortinas de terciopelo que parecían invitar a Adeline a entrar. La tenue luz de la linterna que llevaba en la mano proyectaba extrañas sombras que bailaban por las paredes, convirtiéndose en vagas formas. El olor a papel viejo y a algo parecido a pétalos de rosa marchitos llenaba el aire.

Su mirada se posó en un cofre de madera escondido en un rincón. Estaba cubierto de polvo, pero la cerradura hacía tiempo que estaba oxidada. Dentro había un diario. El cuero de la encuadernación estaba agrietado y las páginas, amarillentas por el tiempo, destilaban fragilidad.

Adeline lo abrió con cuidado y sus ojos se fijaron inmediatamente en las líneas escritas con letra irregular.

"Esta casa me ahoga. La oigo respirar. Cada crujido es una advertencia. Cada sombra es una amenaza. Aquí nadie dice la verdad. Y me temo que nunca la sabré».

Se encendió. Las palabras, como un grito del pasado, penetraron en su mente.

"Rafael... Me mira, pero no me ve. Sólo soy una herramienta para él. Temo que a sus ojos me haya convertido no en una mujer, sino en parte de algún mecanismo aterrador. Esta casa no me dejará marchar, como no ha dejado marchar a quienes estuvieron aquí antes que yo».




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