La tenue luz de la luna que se filtraba entre las gruesas ramas del bosque proyectaba sombras duras sobre los rostros de los hombres lobo reunidos alrededor del fuego. Marcos, de pie en el centro del círculo, parecía un depredador listo para atacar. Su pelo rubio parecía casi plateado, brillando a la luz del fuego. Sus ojos grises ardían con una luz fría y despiadada.
- No nos doblegaremos más ante su despotismo -su voz, grave y áspera, atravesó el silencio-. - ¿Rafael se cree un dios? ¿Cree que puede decidir por todos nosotros, obligándonos a seguir sus reglas? Somos una manada, no sus esclavos personales.
Hubo un rugido de aprobación en respuesta a sus palabras. Un grupo formado por aquellos descontentos con el poder de Rafael se había reunido aquí para escuchar las promesas de Marcos. Sabían que Marcos se atrevería a desafiar a su hermano mayor.
- Basta», Marcos levantó la mano, pidiendo silencio. - «Sabemos que este “alfa perfecto” perdió el control hace tiempo. Es débil. Se arruinará por su apego a esta moza humana. - Dijo las últimas palabras con desdén, y varios hombres lobo rieron, complacidos por su insolencia.
Caminó alrededor del círculo, mirando a cada uno a los ojos. - Cuando dirija la manada, se acabarán estos patéticos rituales humanos, se acabará la debilidad. Devolveremos a Montecado su verdadera naturaleza. Volveremos a ser cazadores, no perros de presa.
Enrique, apoyado en el tronco de un árbol alejado del círculo, curvó los labios en una sonrisa perezosa. Su pelo castaño estaba despeinado por el viento, y la mirada de sus astutos ojos ámbar bajo los párpados entrecerrados seguía de cerca a su hermano mayor. Sabía que Marcos sabía cómo encender a una multitud, pero Enrique prefería ser sutil, dejar margen de maniobra.
- ¿Y después qué? - Su voz era tranquila, pero cada palabra estaba afilada como una daga. - Cuando derroques a Rafael, ¿qué harás? ¿Destrozar a su chica delante de la manada? ¿Te convertirás en un tirano como él?
Marcos se volvió hacia él, con los ojos brillantes de ira. Pero Enrique no se movió, con una sonrisa cada vez más amplia. - Eres bueno con las palabras, hermano, pero no lo olvides: para gobernar hace falta algo más que dientes y garras. Hace falta saber mantener unida a la manada.
Se levantó, acercándose lentamente al fuego como una serpiente en busca de su presa. - No me molesta tu plan, Marcos. De hecho, hasta me gusta. Pero si queremos que funcione, tenemos que ser más listos. Rafael es demasiado listo para no darse cuenta de una trampa. Y su nuevo juguete. - se inclinó más cerca del fuego, su sonrisa se volvió fría. - Ella es la clave. Ella es su debilidad.
Enrique miró a la multitud reunida. - Si la destruimos, Rafael se debilitará aún más. Su poder desaparecerá con ella. Si ella es la verdadera... él nunca encontrará otra. Ridículo. El verdadero es un humano.
La multitud comenzó a retumbar. Los hombres lobo se miraron entre sí, sus miradas se volvieron cada vez más depredadoras. Marcos entrecerró los ojos, pero asintió. Enrique tenía razón en eso.
- Entonces, empecemos con ella -dijo Marcos con la misma tranquilidad que si estuviera hablando de un juguete roto-. - A ver qué tal le va a nuestro gran alfa sin su moza.
Enrique sonrió, sabiendo que su plan estaba un paso más cerca de cumplirse.
***
La esperaba en uno de los estrechos y semioscuros pasillos de la mansión, donde las paredes de pintura desconchada y motivos góticos parecían encogerse a su alrededor. El ligero olor a humedad y a madera vieja aumentaba la pesadez del ambiente. Enrique sabía que Adelaine pasaría por aquí, un objetivo atrapado en una casa a la que nunca pertenecería.
Cuando sus ligeros pasos sonaron sobre las losas de piedra, él salió de entre las sombras. Una sonrisa depredadora jugaba en sus labios, los ojos ámbar brillaban con una luz poco amable.
- ¿Perdido? - su voz era suave, casi congraciadora, como el crujido de unas garras sobre metal. Se inclinó un poco más para que ella pudiera sentir su presencia.
Adeline se detuvo y sus ojos azules se clavaron en él con perplejidad y preocupación. - ¿Qué quieres?
Enrique no tenía prisa por responder. La rodeó como un depredador rodea a su presa, con movimientos suaves pero con una fuerza oculta tras una fingida relajación. Se detuvo a su lado, lo bastante cerca para que ella sintiera el calor de su aliento.
- No necesito nada -resopló, como burlándose-. - Hay cosas que necesitas saber. Como por qué estás aquí.
Adeline se tensó, sus hombros temblaron débilmente. - Raphael dijo que era para... salvar al clan. - Su voz sonaba insegura, casi como una excusa.
Enrique rió, una risa baja, casi gruñona.
- Siempre sabe elegir sus palabras, ¿verdad? Salvación. Unión. Sólo eres una herramienta para él. Una pieza de ajedrez para consolidar su poder.
Ella se dio la vuelta, tratando de ocultar su confusión, pero él la esquivó rápidamente, encontrándose frente a ella. Su mirada la atravesó, aferrándose a cada emoción que parpadeaba en sus ojos.
- ¿De verdad crees que es tan sencillo? - se inclinó hacia ella, con voz cada vez más fría. - El ritual no es sólo una forma. Es poder. Control. Y tú eres la clave.
- Basta -le tembló la voz, pero le miró fijamente, intentando parecer fuerte-. - ¿Qué es el ritual?
Enrique se limitó a sonreír, negando con la cabeza.
- ¿Sabes qué es lo más interesante, Adelaine? - Se enderezó, cruzando los brazos sobre el pecho. - Aunque intentes escapar, lo único que te espera fuera de esta casa es la muerte. Rafael no te dejará salir. Jamás.
Sus palabras fueron como gotas de veneno envenenando lentamente su mente. Adeline dio un paso atrás, con los ojos llenos de una mezcla de miedo y rabia.
- ¿Por qué me dices esto? - susurró, tratando de entender lo que movía a Enrique.
- Porque sé lo que es ser un peón en su juego -su voz se volvió más tranquila, más congraciada-. - Pero no puedo ver cómo otra víctima cae en esa trampa. No te mereces esto, Adeline.