Alfa. Apropiada Por El Lobo

Capítulo 23

Adeline se despertó de repente, como si alguien la hubiera empujado fuera de un sueño viscoso y perturbador. El silencio era demasiado denso, y el aire de la habitación parecía pesado, saturado de algo esquivo y apremiante. La luz de la luna brillaba a través de la ventana de cortinas sueltas en un haz plateado, cayendo sobre el antiguo papel pintado, convirtiendo su estampado floral en sombras extrañas y temblorosas mientras oscuras garras arañaban las paredes.

El aullido -un sonido largo, prolongado, casi falso- se extendía desde algún lugar lejano, pero penetraba hasta los huesos. No era como el aullido del viento o el sonido del bosque: demasiado significativo, demasiado desesperado. Era como si el sonido resonara dentro de su cráneo, haciendo que sus miembros se estremecieran.

Adeline se sentó en la cama y hundió los dedos en la suave tela escocesa. Su corazón latía irregularmente, como al compás de aquella extraña llamada. «¿Un sueño? No, no es un sueño...» - trató de tranquilizarse, pero un escalofrío recorrió su columna vertebral a traición. El aire de la habitación era sofocante y cargado, como el que precede a una tormenta, aunque el cielo al otro lado de la ventana brillaba con la claridad e indiferencia de la luna.

La ansiedad le picaba por dentro, pero la curiosidad crecía, atenazándola como una soga asfixiante. Se levantó, recogió la cálida tela escocesa y se la echó sobre los hombros. Sus pies tocaron el suelo sin hacer ruido mientras cruzaba la habitación hacia la puerta.

Detrás de la puerta había penumbra. El pasillo, que se extendía como una tripa, estaba a oscuras, y ni siquiera las numerosas velas de los candelabros, que los criados habían olvidado apagar, servían de ayuda. Las llamas vacilaban y las sombras de las paredes parecían vivas.

«¿Qué demonios estoy haciendo?» - pensó Adeline, rodeándose con los brazos. Sus pies descalzos pisaban la fría piedra, y cada paso resonaba en el inquietante silencio como si alguien invisible la siguiera. El tic-tac del antiguo reloj del otro extremo de la casa sonaba especialmente fuerte, como un latido en cuenta atrás hacia algo inevitable.

Se volvió hacia las escaleras, con el corazón a punto de salírsele del pecho. La luz de la luna entraba por las altas ventanas y esparcía cintas plateadas sobre la alfombra antigua, como caminos cartografiados que la llevaban a donde no quería ir. Algo en su interior le susurraba que aquella llamada era una advertencia. Algo antiguo y ajeno a su mundo.

«Vuelve. Vuelve», repetía su mente, pero sus piernas no la escuchaban. La curiosidad -una maldita debilidad humana- la empujó hacia delante. Un paso, otro... pasó junto a la puerta cerrada que doña Isabel le había dicho que evitara. Su mano tocó involuntariamente el frío pomo. Pero no, no era el momento. El bosque, podía sentir su atracción, su olor.

Adeline salió de la casa y el jardín la recibió con un silencio sepulcral. El aire estaba cargado con el aroma de las flores nocturnas, pero no la aliviaba. Parecía ahogarla, rodearle la garganta con una cuerda invisible. La luna se cernía sobre la mansión, enorme y ominosa. Su luz era fría y blanca como la muerte, se extendía por el jardín y convertía todos los arbustos y árboles en siluetas torcidas y afiladas como garras retorcidas.

Adeline se rodeó con los brazos, pero el frío que la invadió no era físico. Dio unos pasos por el callejón y sus pies descalzos se hundieron en la suave hierba, aún caliente por el sol de la tarde. Sin embargo, a cada paso, una sensación vaga e inquietante crecía en su interior. Era como si el suelo bajo sus pies la llamara más allá, obligándola a ir donde no podía ir. El sendero, que serpenteaba entre los árboles, parecía como si la naturaleza lo hubiera trazado para sus pies: perfectamente liso, plateado a la luz de la luna, conducía al linde del bosque.

- ¿Qué estoy haciendo? - se susurró a sí misma, pero su voz se ahogó en el espeso silencio de la noche.

El bosque se estremecía con las sombras. Las ramas de los árboles se fundían con la penumbra, retorciéndose, alcanzando el cielo como si intentaran arrancarle la luna. Cada paso de Adeline iba acompañado del crujido apenas audible de las hojas secas y la hierba. El susurro de las hojas en lo alto se convirtió en un susurro aterrador, como si los árboles hubieran cobrado vida y susurraran, debatiéndose con ella.

«No vayas allí». La voz de la razón sonaba débil, como un eco, pero algo más, más fuerte y profundo, susurraba: «Tienes que hacerlo. Tienes que ver». Aquellas palabras vibraron en su mente, llenándola de una extraña insistencia, como si alguien invisible la cogiera de la mano y la guiara hacia adelante.

Sin embargo, sus pies no se detenían. Su corazón y su mente ya no parecían obedecerla. Cada nuevo paso era un acto de traición a sí misma.

Cuando el camino la llevó a un pequeño claro, se quedó sin aliento. El bosque que se extendía ante ella parecía dividirse, dejando al descubierto un espectáculo que no podía explicarse ni describirse con palabras humanas.

Adeline se acurrucó tras el ancho tronco de un viejo roble, con el pecho agitado por la respiración entrecortada. El aire frío del bosque le quemaba la garganta y el suelo bajo sus pies parecía tan tembloroso como el agua. El claro que tenía delante, iluminado por la despiadada luz de la luna, parecía escapado de otro mundo: sus límites estaban envueltos en la oscuridad, y en el centro había hombres. Hombres. Sus siluetas se destacaban claramente sobre la superficie plateada de la hierba, altas, tensas, como dispuestas a saltar.

Rafael estaba entre ellos. Lo reconoció enseguida, incluso sin verle la cara. Era el primero, una sombra inmóvil entre la multitud, con la cabeza alta y la espalda inmaculadamente recta. Su oscura figura estaba imbuida de un poder antiguo y bestial, e incluso desde allí, desde su escondite, Adeline podía sentir cómo vibraba el aire a su alrededor. Este hombre, a quien ella odiaba y temía, parecía ser el corazón de lo que estaba ocurriendo, el eje sobre el que se engarzaba todo el ritual.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.