Algo más

Primera parte

Una certeza, de aquellas por las que solía guiar sus acciones, fue lo que sintió cuando sus ojos dieron con los de ella. Con profundas sombras bajo estos, destacaban en un pequeño rostro con forma de corazón y una sonrosada piel salpicada de pecas. Pero eran ojos marrón oscuro, nada destacables para el promedio humano.

Entonces, ¿por qué se detuvo un largo minuto para contemplarle?

Obligándose a salir de tal estupor, se dirigió hacia el moribundo hombre, quien se aferraba a sus últimos alientos en medio de la habitación, rodeado por sus padres e hija. Continuó con el procedimiento estándar; cuando el hombre dio su último aliento y el alma del mismo pudo ser alcanzada por sus etéreas manos. No obstante, fue incapaz de ignorar el hecho de que la niña le observaba fijamente.

Durante su larga existencia, al menos un puñado de humanos habían demostrado poder verle y en parte comprender su existencia. Más era la primera vez que alguien tan joven le prestaba tal grado de atención.

Tiempo después, horas en el plano humano, Zaril se hallaba en lo alto de un edificio, en la que era reconocida por la mayor parte de los humanos como la ciudad más "cosmopolita" del planeta. Así mismo, era uno de los puntos en que más se acumulaban los humanos marcados para el infierno. Su trabajo consistía en tomar esas almas que tenían aunque sea una diminuta posibilidad de redención, y presentarlas a un 'juicio', cada cual tan diferente como el humano, donde éste debía arrepentirse de sus pecados ahogado por la culpa del daño que causó, o negarse a ver cuanto erró. Todo sin estar verdaderamente consciente de su estado muerto.

La sombra de aquella niña le perseguía.

¿Por qué?

Un millón de almas después, no podía comprender la necesidad de volver a verla, pese a saber que sería un error. Uno grande.

Dos millones de almas más, y finalmente cedió a su extraño e ilógico deseo. Fue hasta donde aquel hombre, el padre, solía vivir. Desde ahí, no tardó en identificar la misma alma de "la niña". Algo más grande que la primera vez, tenía el mismo aire cargado con tristeza y resignación... y esos marrones ojos que se posaron en él.

Tensado por la intensidad con que le observaba, sintió un movimiento en su pecho. Un extraño revoloteo que parpadeó un par de veces y luego se desvaneció. No comprendiendo lo que sucedía, dio un paso atrás, diciéndose que estaba actuando tan vergonzosa y humanamente, que sus pares se burlarían de él por la eternidad. Pero entonces, ella habló.

Una voz suave y dulce, con tonos que solo seres como él podían apreciar.

—¿Cómo te llamas?

Su desconcierto tan solo aumentó al procesar lo que ella decía. ¿Su nombre? ¿Porque no pregunto algo más? Un "¿qué eres?" o "¿qué haces aquí?" no le habría sorprendido tanto. Pero, ¿su nombre? Algo tan sagrado, más allá de la comprensión humana y que era una peligrosa arma si era escuchado por los oídos equivocados.

Sin embargo, no logró mantener su boca cerrada.

—Zaril.

Queriendo lastimarse a sí mismo por semejante acción, se dispuso a alejarse de la niña, antes de enterrarse todavía más profundo... pero ella volvió a hablar.

—Yo soy Rima. Tu te llevaste a mi padre, ¿verdad?

Volviendo a clavar sus ojos en los de ella, con una nueva apreciación al oscuro marrón en ellos, fue incapaz de apartarse. Se sentía atraído a su brillante alma, más allá de la lógica y las reglas. Así, poco a poco, Rima fue convirtiéndose en algo muy similar al aire que las criaturas terrestres necesitan para vivir. Sin poder resistirse, fue contándole esas pequeñas cosas que a ella causaban curiosidad, tanto sobre sí mismo como el mundo.

Su ligera sonrisa, la bondad que todavía albergaba pese a los duros golpes que le había dado y continuaba dándole la vida, esa sencillez con que vivía sin aferrarse a lo material, sin maldecir al mundo cada vez que la crueldad humana se cruzaba en su camino.

Nada realmente extraordinario, él lo sabía, muchos otros humanos tenían almas tan brillantes como la de ella, e incluso más. Y aún así, consciente de todo ello, no dejaba de visitarle. No era capaz de centrarse en sus "deberes" y "existencia", y hacer oídos sordos a los insistentes pensamientos sobre ella. Cuestiones tan humanas como; ¿Se sentirá bien? ¿Habrá tenido un buen día? ¿Ese sujeto seguirá molestándola?

Por más que luchase contra aquello, gradualmente se convertía en un ser humano.



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En el texto hay: angeles, amor puro

Editado: 08.03.2018

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