Alianza de sombras

2

Soren:

SOREN..... Soren....

El nombre de la niña que ya no merecía.

Unas manos callosas me agarraron con fuerza.
—¡NO PUEDO DEJARLOS! ¡SUÉLTAME, ELLOS ME NECESITAN!—Jadeé, forcejeando como un animal acorralado, pero mis fuerzas se habían agotado junto con la sangre que manchaba mi túnica.

—Lo siento, princesa.

El título me quemó peor que las heridas. Princesa. Ya no. Nunca más.

Los últimos gritos de mi familia resonaban en mis oídos cuando el mundo se oscureció.

Me desperté ahogando un grito, las sábanas empapadas de sudor frío. Los puños golpeaban mi puerta con la urgencia de un toque de queda.

—¡Adelante! — Mi voz sonó ronca, como si aún estuviera allí, en aquel infierno.

Entró Torven, mi Primer Al Mando, el único hombre que podía permitirse despertarme. Sus ojos, surcados por incontables batallas, escudriñaron mi estado con una mezcla de preocupación y pragmatismo.

—¿Qué pasó?— Pregunté, aunque ya lo sabía.

—Gritabas, otra vez.— Se acercó a las ventanas, descorriendo las cortinas con manos que habían empuñado más espadas que tazas de té. —¿El mismo sueño?

Mis uñas se clavaron en las palmas.

—No son sueños, Torven. Son recuerdos. Y no se desvanecerán mientras yo siga respirando.

Torven no ofreció falsos consuelos. En su lugar, me lanzó el recordatorio que ambos odiábamos: —Hoy es la cena de presentación con los demás reinos.

El estómago se me cerró. Había olvidado por completo el maldito compromiso.

⚔️

Descendí de mi corcel sin dignarme a mirar a los lacayos que se apresuraban a recibirme. El palacio de los Krovash se alzaba ante mí, sus torres doradas burlándose de nuestro grisáceo norte.

Fue entonces cuando lo sentí: esa punzada en la nuca que solo significaba una cosa.

Me están observando.

Alcé la vista hacia el balcón principal. Y allí estaba él. El Príncipe Darian, mi prometido, observándome con esos ojos café que parecían ver demasiado. Una corriente eléctrica recorrió mi espina dorsal, pero la ahogué bajo capas de hielo.

—¡Majestad! —Los reyes de las tierras altos del norte avanzaban con sonrisas que no alcanzaban sus ojos. —Bienvenida a nuestro hogar. Lamentamos que nuestro hijo no haya podido recibirla personalmente...

Mentiras. Lo había visto esconderse tras las cortinas como un niño cobarde.

Me obligué a seguir el juego, escuchando sus parloteos sobre decoraciones nupciales mientras Emil, una doncella de ojos grandes como platos y piel tostada me guiaba a mis aposentos.

—Esta es una de las mejores habitaciones— susurró la muchacha, señalando una puerta tallada. —Y está cerca... de la del príncipe.— Su sonrisa pícara casi me hizo estallar de risa. Como si alguna mujer en su sano juicio anhelara la cercanía de ese cobarde.

—No pienso quedarme más de lo necesario.

Emil palideció.

—Pero... la cena... ¿Planea irse al terminar?..

—sobrevivirán a mi ausencia.— Me quité los guantes con un gesto brusco. —No duermo fuera de mi cama— Aclare al ver que su expresión no cambiaba

Mientras la doncella balbuceaba datos sobre sus monarcas, mis dedos rozaron un vestido expuesto en el armario. Negro como mi alma, con bordados dorados que serpenteaban como llamas. Una prenda hecha para una reina... o una viuda.

Después de pensarlo bien, me probé el vestido y una vez en mi me di cuenta que sería muy triste si no fuera usado.

Apenas había terminado de arreglarme cuando llamaron a mi puerta.

—Buenas noches, Soren.— Darian estaba en el umbral, su sonrisa de lobo domesticado desentonando con el traje de gala que ceñía su figura demasiado esbelta para un guerrero. Sus ojos recorrieron mi vestido con aprobación. —Me alegra que te guste el regalo.

—¿No sabías que sería escoltada al salón?— Crucé los brazos, haciendo brillar las uñas pintadas del mismo rojo oscuro que el de mis labios.

—Me tomé la libertad.— Avanzó un paso, invadiendo mi espacio como si tuviera derecho a ello. Haciendo un gesto para que las doncellas salieran. —Quería saber por qué mi prometida planea huir como una ladrona a mitad de la noche.

— Yo no huyo. Simplemente prefiero no compartir techo con quienes festejarían mi muerte.

Sus dedos, sorprendentemente cálidos, se cerraron alrededor de mi muñeca.

—Te doy mi palabra que nadie aquí te hará daño.

—¿Y por qué habría de confiar en la palabra de un príncipe que espía a sus invitados desde las alturas?

Darian sonrió, mostrando por primera vez los colmillos que escondía bajo su fachada de cordero.

—Porque ambos tenemos una obra que representar, Majestad — Ofreció su brazo con una inclinación teatral. —Y el primer acto comienza ahora y será mejor que confíes en mi si esperas que salga bien.

—Me iré cuando termine.—Dije con firmeza.

Darian no se inmutó ante mi negativa. En cambio, esbozó una sonrisa que no llegaba a sus ojos cafés.

— Ya mandé a buscar tus cosas—dijo, como si comentara el clima—.Y avisé a tu reino que te quedarás unos días.

— Yo no...

— Soren —cortó, alzando una mano para silenciarme su voz bajó a un susurro peligroso, solo para mis oídos:— Si insistes en irte, iré contigo. Y mi padre interpretará eso como... interés conyugal anticipado

Siento escalofríos.

No del frío, sino de su cercanía. Una corriente eléctrica que recorre mi columna vertebral y se aloja en la base de mi cuello, como si alguien me apuntara con una daga invisible.

Me tomo mi tiempo, fingiendo pensármelo. Fingiendo que tengo opción.

Pero al final, claro que lo sigo.

Porque, aunque me duela admitirlo, tiene razón.

Darian camina a mi lado con una elegancia natural irritante y mientras lo hacía no puede evitar notar el olor que emanaba de el:Vainilla y cardamomo.

Como esos pasteles que horneaban en las cocinas del Norte los días de invierno, cuando la nieve ahogaba los sonidos y el mundo parecía detenerse. Dulce, pero con un picor.




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