Alianzas Híbridas

Capítulo 9 “Hacer clic” (Parte 2)

Dylan

Las mujeres son como los acertijos. Tienes que ser un listillo para adivinar qué se traen entre manos y cómo piensan hacerlo.

—Hazme caso, primo. No está de ánimos para verte. Es evidente.

—¿Estás seguro? Tal vez quiere que vaya a hacerle compañía y le da vergüenza decírmelo —pauso la peli por tercera vez consecutiva.

—¿Vergüenza? Claro que no —me roba un trozo del queso de mi hamburguesa—. Es Leyla. Si necesita ayuda, no la pedirá por orgullo.

—Orgullosos o no, todos necesitamos apoyo cuando estamos de luto.

Hoy se cumple un aniversario más de la muerte del abuelo de Leyla. Nunca he perdido a alguno de mis seres queridos, pero puedo sentir su dolor.

—Te equivocas. Hay quien prefiere permanecer en su soledad —me arrebata el control para darle play a "My Fault: Londres"—. Respeta el espacio de la chica y déjame ver la peli de una vez.

Masajeo mi nuca con impaciencia. No parece que haya chateado con ella hace media hora. Me desespera no saber qué quiere de mí.

—Si le gusta su soledad, ¿por qué me envió un mensaje hace rato?

—¡Porque tú también le mandaste uno! Es mera educación.

—No le contestas los mensajes a alguien que no te agrada.

—Dame el teléfono, anda —me pide con mal genio.

Está cansado de escucharme hablar de Leyla, pero es mi colega. Le toca aguantarme.

Saco el teléfono del bolsillo de mis shorts y se lo entrego.

—Mira esto, tío. Hasta el pobre aparato siente tu tensión —se ríe con mi móvil humeante en la mano—. Veamos —como no tenemos secretos, le resulta fácil desbloquear la pantalla y encontrar el chat de Leyla—. Hola, linda. Lamento tu pérdida. Estoy aquí para lo que necesites —Liam sube y baja las cejas de forma juguetona—. Vaya, qué manera tan sutil de decirle que estás disponible para comerle la pushaina cuando ella quiera.

—No me provoques. Luego dices que no me sé controlar.

—Mírate, tienes el mismo mal carácter que el tío —muerde la hamburguesa y desliza el dedo por la pantalla—. Gracias por preocuparte. Estoy bien. Bla, bla, bla. Tus acrobacias en Aerodinámica estuvieron súper. Cuando quieras, te enseño unos trucos, bla, bla, bla.

—Qué pesa'o —camino de un lado a otro por la habitación.

A papá le gusta beber cuando algo le molesta. Yo prefiero caminar, aunque tengo un buen aguante con el alcohol.

—Mamá está llamándome. Adiós —dice eso último con un tono chillón parecido a la voz de Neisha cuando se queja de algo—. Arg. La madre es más venenosa que Agatha. Seguro le quitó el teléfono cuando vio que se escribía contigo.

—Céntrate. No vamos a hablar de Jia ahora.

—Bueno, te digo lo de antes. Te respondió los mensajes como lo habría hecho con cualquiera...

Un fragmento de "Voy a llevarte pa PR" suena escandalosamente en mi celular. Tendré que poner una contraseña nueva para que Dani no me siga cambiando el tono de llamada, ya que, según ella, esa es la única forma que hay para que amplíe mis gustos musicales.

—Ey, no sabía que eres fan de Bad Bunny.

—Dámelo. Hazme el favor —cruza al otro lado de la cama en cuanto ve que le quiero quitar mi móvil—. Y mira esto. ¿Quién es flaca tetona? —hace zoom en la pantalla y entonces... —¡Es Cloe!

—Si tengo que ir a quitarte el teléfono, no seré delicado.

—Tetona, eh. Ya había visto su culito redondo, pero no me había fijado en sus tetas. Qué observador eres.

Huye como el cobarde que es para esconderse en el baño; lo persigo y escucho cómo tira mi celular en la encimera con brusquedad. Forcejeamos con la puerta.

—Vale ya. No te comportes como un crío.

La puerta de mármol comienza a derretirse poco a poco. El olor a madera quemada me resulta agradable. Es innecesario seguirle el juego a Liam. Le quemo las manos que hacen contacto con la puerta o esta le caerá encima si sigue en su forma humana.

—¡Cálmate! No te quitaré a la chica.

La puerta cae hecha trizas. Su mirada desafiante me anima a convertirme en el dragón rojo que ansía romperle algunos huesos para que aprenda a respetarme.

«Recordemos los viejos tiempos».

—Estás hecho un zorrón, primito.

***

—Solo te pido que hables con ella, hija. Está deprimida.

—Dale consuelo tú, que tanto te preocupa.

—No seas cruel. ¿Qué te cuesta llamarla o visitarla a menudo? No pido mucho.

Es la décima vez que mamá y el abuelo Elijah discuten. Siempre que él o la abuela Natalia nos visitan, pasa esto: gritos, reproches, arrepentimientos, el mismo círculo vicioso constantemente.

—¿Sabes qué dijo mi querida madre? —su voz enojada resuena por toda la habitación, incluso con el hechizo de bloquear sonidos que usé hace rato—. Gritó a los cuatro vientos que mi esposo había asesinado a Emily por sadismo, que fui una estúpida por casarme con él y perdonar que le quitara la vida a la misma hermana que no dudó un segundo en matarme. —Liam sube el volumen de la tele al máximo en vano; en ocasiones desearía no tener una audición tan desarrollada—. No justifico lo que hizo Drake, pero Emily no era una santa paloma. ¡¿Y tú me dices que no sea cruel?!

Lo más curioso es que, al final de cada discusión, caemos en el mismo punto: papá. Él es el causante de todas nuestras desgracias.

—No estoy de acuerdo con la opinión de Natalia sobre tu vida. Todos somos conscientes de los límites de Emily —hace una breve pausa, como si fuera a lanzar una bomba atómica a continuación—. Pero una cosa no cambia la otra. Seguirá siendo tu madre, te apoye o no. La sangre no se niega.

—¡No estoy renegando de ella! Solo quiero un descanso. ¿Crees que es gratificante discutir con mamá frente a mi familia?

No sé qué es más molesto: si vivir en un ambiente tan hostil —el treinta por ciento del tiempo—, o las caras raras que está haciendo Cloe desde que mamá y el abuelo empezaron a pelear.

—¿Qué pasa? ¿En tu casa nunca han peleado?

Mis preguntas no la toman por sorpresa; mi tono de voz sí.




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