Alice Black 1: La híbrida de los vampiros

Capitulo 11: La caja maldita de música

Narra Grecia Kirchner:

Avivando el torrente sanguíneo tras la adrenalina brusca, oriento mis pies rectamente hacia el claro bosque, eludiendo la monotonía que me mancillaba y me hacía caer en un profundo abismo atestado de espíritus ávidos; Corre mi cuerpo tapado de entusiasmo hacia un poblado infestado de siluetas disfrazadas, mercados de frutas y verduras, chiquillos merodeando cantinas malolientes, doñas con turbantes puntiagudos recorriendo las boticas medicinales, hadas danzando entre floristerías y entidades serias e pálidas que silenciaron todo el lugar. Eran ellos, vampiros de ropajes elegantes, sosteniendo en sus espaldas y cinturas armas de alto riesgo. Cuyas presencias ejercieron que los caminos empedrados en tan solo segundos se tornaran solitarios, produciendo horror y desespero en mí.

—Mis predilectos compradores — se aproxima engripado e desalineado un enano que eludía grotescamente a la vista de sus negociantes.

—Iniciáis — ocultándome entre bejucos toscos, un desfile de adolescentes con atuendos traslucidos y números impares adheridos en el antebrazo, detened sus pasos en una tarima entristecida. Ante una evidente subasta, cuyo producto eran carne desnutrida y cansada. — ¿vírgenes? — rancio, cruza los brazos un varón pelirrojo. El vendedor astuto, indica con malicia a una cría de aproximadamente de mi edad. Los malhechores brindaron grandes sumas de monedas de oro, creando en mi garganta un nudo que me ahogaría con rapidez. La insensatez no tenía lugar en este evento, honrados no eran los cortesanos oscuros, y mucho menos ante una presa tan fácil. Puesto que mi piel nunca ha sido acariciada por el cálido rose de un niño aparentando ser hombre.

Escabulléndome entre los personajes que se hallasen escondidos, magos despegaron sus miradas de un sendero no desértico hacia mi silueta, en compañía de brujas mal intencionadas, sin embargo, el evento perseveró por poco tiempo. Puesto que los sanguinarios vampiros percibieron la tensión en el aire, encaminándose serenamente hacia mi localización, declinando las negociaciones < no debí huir >

—¡Marchaos! — cabizbaja la audiencia, se evapora en un santiamén. La rudeza del pelirrojo era severamente de temer — una niñata berrinchuda — juguetón, desliza entre sus dedos un par de barajas cortantes que se disiparon en cenizas por arte de magia — estimo el olor a impotencia. — enmarca las yemas de sus dedillos pálidos e crudos sobre mi cuello, elevando mi rostro vilmente. — la reencarnación de Alicia Rubí. — murmura fanfarrón, ante un pensamiento divagador.

—¿No la quedamos? — entre sonrisas confabuladas, el único castaño del escuadrón de delincuentes, escudriña mi cuerpo esperándose disparar alguna indirecta insensata a su líder.

—Llevadla a Ernest Lemoine — repasa mis labios, meditando en silencio. — Alborotadas están mis hormonas, chiquilla, eres exquisita. — arrinconada, aprieto mis ojos, comprimiéndose mi corazón ante un manoseo evidente. — No falleciste, Grecia Buckminster Kirchner. Ser sacrificada es tu irrevocable destino. — hiperventilo a punto de desplomarme. La pusilanimidad de ser degollada como un animal de pesebre recae sobre mis hombros.

—Por lo menos sabéis que no es astuto clamar clemencia, “rosa menor”. — enciende el cigarro un neófito con pinta de marihuanero.

— Daremos un paseo. — el amo de las mechas rojizas me corrompe ante una mirada

lasciva, emergiendo vértigos e extremidades adormecidas que nublaron la noción del tiempo.

Atolondrada, las palmas de mis manos rozan las paredes blancas con salpicones de sangre e borrosas huellas disfrazadas por la luz parpadeante del candelabro vetusto que padecía fallar; Desconocía el paradero de donde me hallase, sin embargo, el aura que presentía era espeluznante. Algo al desenlace del pasillo debía ser macabro, puesto que una aparición se arrimaba velozmente hacia mi ubicación al intentar alejarme del mismo. —¿Teméis? —tiembla la hilera de mis dientes ante el monstruo que pegó su rostro escamoso para observarme endiabladamente con sus ojos brunos. Estos reflejaban una puerta escarlata abrirse lánguidamente, brotando garras tajantes por los bordes. — morirás.

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Abro los ojos ofuscada al encontrarme en una estancia engalanada por cortinas negras sin ventanas que presumir. < ¿un espejismo?> analizo el entorno, estaba encadenada de pies a cabeza ante un sujeto de melena larga e azabache, recostado en un sofá con expresión sombría.

— Eres exactamente un clon de tu progenitora — Reluciendo su corona de rubíes, se despoja de su capa refinada para una “presentación formal”. —Mi nombre es Ernest Lemoine, gobernador del Mundo Rojo, Grecia Buckminster Kirchner. — ironía, terquedad y altanería, era todo lo que resonaba en su voz. — De las tinieblas surgirá vuestro padre ancestral —desfogando su ira contenida, penetra mis muñecas con clavos de hierro con ayuda de un martillo oxidado. Las dolencias erasen tan inmensas que llorar se volvió un consuelo, entre lamentos e pataletas. —Luna Del Norte no merece tal poder, sino él. —aferrándome a la muerte por venir, un niño milagroso brota entre las cortinas enrollando sus delgados brazos a las piernas del torturador, interrumpiendo la devastadora masacre. El vil sujeto de manera quejosa desapareció de la habitación, permitiéndole la entrada al corpulento encapuchado misterioso, Eduardo Lemoine.

—La puerta detrás de ti es la salida. — liberándome del calvario e curando mis heridas con su saliva, deposita un beso fugaz un tanto incómodo en la frente. — No miréis hacia atrás. — ¿Y tú? — piel con piel, palpo su mano. Mi pecho se descarrila de las vías del tren, erizando los vellos de mi salvador.

—Yo estaré bien — ceñudo, aleja mi mano hostilmente. < bravucón de mierda > — ¿estas sorda o qué? — jurase que era un jodido bipolar de quinta, ni en circunstancias riesgosas era afable.




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