Alice Black 1: La híbrida de los vampiros

Capitulo 16: Sentimientos encontrados

Narra Grecia Kirchner:

Ridícula, fachosa, absurda, trivial y melindrosa, así me sentía en estas circunstancias. Imaginando poder obtener el amor de alguien inalcanzable. Erase la idealista más tonta de este mundo pintoresco. Anhelando lo que jamás tendría. < Qué maldito pensamiento divagador > Podría percibir inclusive la mirada fugaz del hermano mayor de Eduardo Lemoine, gritándome en afonía profunda lo miserable que era. Quería esconderme en cualquier rincón, con el fin de no vedle. No obstante, comprendía perfectamente que el error había sido cometido. A milésima de segundos estuve a punto de besar al hombre que me incitaba a descontrolarme como un coche sin frenos, que luego se destrozaría contra la pared ante una vil ilusión. <condenado eres, corazón desenfrenado retumbando como tambor de orquestas, quedarte quieto de una vez > —¿Por qué debo tener estos sentimientos tan indefinidos? — Repudiaba ser dominada por esa tormenta de emociones. Quizás provenía ante el hecho de que ante ningún modo había tenido una pareja y mucho menos un hombre de su calibre cercanamente en mi campo de visión. O erase el caso, de que por fin estaba preparada para una aventura amorosa. Pero tales impuros impulsos me podrían conducir a la muerte. Puesto que Ana Burgos no era en lo absoluto de pactos pacíficos.

—¿Que hacéis? — atemorizada por su aparición, me limito a observar los brazos cruzados de Roxana. Quien llevase unos vaqueros y una blusa de tonalidad oscura. — no hago alusión de haberte otorgado autorización para venid aquí. — cabizbaja desvió la mirada, pues fisgoneaba más allá de la casona blancuzca. Específicamente en un jardín descuidado repleto de rosas rojas y portones oxidados. — Hacéis años no apreciaba este lugar. — argumenta fríamente, rozando su codo con el mío.

—¿Porque semejante hermosura está oculta? — encogiéndome de hombros, interrogo “inocentemente”. 

—Era el lugar predilecto de tu madre. Por dicha razón la familia votó por que su cadáver residiera aquí. — suspira apenada — Presuponía que lo descubrirías. La sangre llama de cierta forma.

—¿Puedo? — ejerzo indicios de aproximarme, precavida. No podría arruinar la oportunidad de acercarme al lecho de la lápida que ahora lograba notar entre ramas secas y espinas. —Me gustaría acercármele — Derramo lagrimas ante mi alma comprimida. La tranquilidad se corrompía, me estaba desplomando de manera inaudible. Mi inquebrantable orgullo estaba hueco y de cierta forma crecía una desaprobación imprevista hacia mi tía. ¿Qué se habría acontecido si no hubiera acertado? Posiblemente callada se mantendría. Cuando era mi derecho velar la tumba de mi progenitora.

—La llave reposa a la entrada — susurra, reconociendo mi indignación. 

 

Verde y azul, resaltaban en el tiesto las flores que ornamentaban un imperceptible estuche de madera. Evidentemente debía ser el objeto que guardase la pieza sagrada. Por lo qué abrí con suma prudencia el artefacto, una llave antigua e polvorienta, ya hacía en él. Ansiosa la empuñé, sin esperar una inédita corriente agresiva de recuerdos ajenos.

—¿Layla dónde estáis?

Corred la niña entre holgorios, chiflando entre maleza perenne y ensuciando su vestido gris, mientras una estrambótica melena blanca avanzaba a abrazarla y besuquear sus mejillas entre cosquillas. Aterrizando en el mármol recubierto de hojarascas, carcajadas emitían eco. 

—¿Cómo estáis traviesilla? — niega juguetona la chiquilla, destapando un objeto que había hurtado. — oh, es mi caja musical. ¿La remediaste? — la dama de blanco descorcha la suculenta mercancía, emergiendo una muñeca de ballet con alas traslúcidas que iniciaba a bailotear.

— Baila, baila sin cesar. — Salta entre giros, la revoltosa niña. Motivando a su desconocida a cantar con ella.

—Una niña debe reinar. 

—Baila, baila sin cesar.

—Una niña debe reinar. 

 

La melodía me era conocida. ¿De donde la escucháis, Grecia Kirchner? No tenía ni la más remota idea; remuevo mi cabeza tachando los pensamientos chocantes que rozaban la puerta de mi curiosidad. Me levante del suelo inmediatamente analizando cada perímetro. Roxana era peor que un fantasma mal llevado cuando se refería a ensuciar atuendos.

 

Apresurando los pasos, abrí el portón tras un chirrido lamentable de oxidación. Introduje la llave en mi ajuar y sin preámbulos arranqué cada raíz que destruía lo poco que subsistía de mi madre. No consentiría que la naturaleza hiciera trizas tal sagrado hallazgo. Por tal razón aguante astillas, arañazos, bichos e indescifrables olores sobre mi silueta. Aplaneé la tierra sobre salida con la palma de mi mano y acomodé pétalos caídos sobre el terreno enmarcado de huellas. Finalizando limpié mis extremidades descuidadamente. Agitada, alcé la vista hacia el cielo, la luna alumbraba con gran esplendor. Dejándome caer de espalda, se oscurecieron mis ojos ante un pequeño sollozo. <estrellas fugases>

—Deseo amor, compañía y una vida normal. 

—Lo que solicitas es imposible — Levanto el rostro, analizando al dueño de la voz ronca e arrogante que arruinó la velada.

—¿Podréis marcharte? — sonríe malicioso, mi actitud arbitraria encendía su iris carmesí ansioso de contraatacar. Trague hondo, asustada. Era indefensa ante la dominante bestia que estaba frente a mí. Pero no iba a retractarme. 




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.