Alice Black 1: La híbrida de los vampiros

Capitulo 17: La recamara de los cristales

Narra Rafael Buckminster:

Embelesada sobre un columpio, se columpiaba de forma fantasmal. Recriminándose a sí misma por ser considerada un monstruo. Derramando lágrimas penosas, discriminatorias y resentidas, por todas las falsedades que alguna vez Roxana Kirchner obsequió para ganar la partida. ¿Pero acaso no era consciente de la potestad que corría por sus venas?, ella era la máxima expresión del perfeccionismo. Por primera vez en milenios un mestizo lograba cumplid la mayoría de edad sin mutaciones sobresalidas que pudieran afectar gravemente su desarrollo. Tenía el semblante de un ángel con ojos cegadores e dominantes como nuestro padre y el efecto natural de notar pequeñeces como el anciano de la familia. No se podía negar en lo absoluto su herencia, el linaje Buckminster la tiranizaba. Pero su aura era inquietante, no pertenecía a ninguno de los dos territorios más extensos del Mundo Rojo. Inclusivo su aroma era peculiar, distinto a todo lo conocido.

—¿No te asustáis? — despega la mirada del lago que residía al frente de la casa. Sin desmantelar la guerra emocional que la diferenciaba de los Kirchner.

—¿Temedle a mi propia familia?, no — inhala aliviada, transpirando cariño e inteligencia, totalmente fascinante y enigmático.

—¿Qué soy exactamente? 

—Desconozco — desenvuelvo la caja rojiza que llevaba consigo desde hace dieciocho años en mi custodia. Maternizando en mi mente el collar mágico cuyos dones habían sido extraídos del alma de Alicia Rubí, para defenderla de tales injusticas. 

—¿Un regalo? — salvaguardara tu vida, apetecía declarar. No obstante, ponerla sobre aviso ante lo que tenía que enfrentar sin ni siquiera estar entrenada sería un irreparable error.

—Abridlo, es un objeto muy importante y especial. De tu madre para ti.

—Es bellísimo, parece como si retuviera algo excepcional.

—Tu madre pre visualizó el odio y los aberrantes eventos que te podrían ocurrir. Así que antes de que nacieras trasladó sus poderes a él— señalo la piedra roja que adquiría un circulo diminuto de oscuridad y que ahora descansaba en su cuello. —absorbe todo el mal de su amo. Hasta el punto de tornarse negro y fracturarse, si el demonio en su interior es más fuerte que su dueño. Además, ayuda al autocontrol. Evitando que ataques como un animal salvaje sediento de sangre — la observo seriamente. Puesto que sobrevivir con dos entidades colonizando su cuerpo serían más que reptantes. 

—Siempre desee un hermano. — sonrío complacido con su confección, era importante saber que estaba abierta a queredme como yo a ella. 

— Somos dos — abrazándonos por segunda vez, unísonamente sonreímos. —No permitiré que nadie te lastime — beso su frente dejando una huella paterna. 

 

En una semana compartimos como lo que éramos, familia. Comportándonos como plenos niños, donde las escondidas y las adivinanzas predominaban hasta más no poder. Agradecí muchísimo a los dioses por haberme bendecido. Conocí tantas facetas de ella que sin lugar a dudas se semejaban a nuestro padre. Hija de mi padre, al fin. 

—¿Tengo que marcharme? — entristecido desciendo los hombros apenado. En circunstancias como estas Grecia debía regresar a convivir con las víboras. La zona estaba caliente tras el rumor de un Lemoine huir de las garras de la manada Black.

—Buenas noches — saluda Zero con su intachable elegancia, trayendo consigo una túnica de invisibilidad.

—Iré a verte. Además, jamás olvidéis que mi hogar también es tuyo.

 

Narra Zero Lemoine:

 

Ninguno de los dos ambicionaba distanciarse del otro, torneando la despedida difícil de conllevar. Y es que el lazo entre dos allegados es estrecho, resultándome agradable tal unión.

—Me gustaría quedarme — patalea la joven, pero ambos sabíamos que eso nunca pasaría.

—Vamos, es de noche. — persuado, el hechizo que ocultaba mi aroma no durase más de cuatro horas. 

— Gracias— recae sobre mi cuerpo, abrazándome. Quedando estático ante el gesto. Creando un estremecimiento insólito sobre mi pecho. ¿nervios? 

—¿Porque me abrasas? — espantado, volteo a mirar a Rafael, pero este se había encerrado en su habitación.

—Te considero mi amigo — le dedico palmaditas en la espalda, iniciando la partida y dejándola atrás. No estaba familiarizado con muestras de afecto, aunque tener una amiga era grato. — no caminéis tan deprisa. — sujeta una porción de mi camisa pegándose a mi cintura.

—Si le comentáis a alguien, te mato. — correspondo su cariño, apresurando el paso hacia la guardarraya de los vampiros. Cruzamos algunas veredas alumbradas de luciérnagas y peces luminiscentes con la luna velando nuestros andares. 

—¿Ese es Eduardo? —bosteza, enervada de tanto caminar. Y efectivamente era Eduardo Lemoine impacientado, moviéndose de un lado a otro en la entrada. — cargadme. 

—No.

—Por favor — ejerce un puchero y caigo en la trampa, miro hacia todas las esquinas posibles y me arrodillo. Provocando una risa chillona al enrollar sus extremidades en mi cuello e caderas.

—Cometes arbitrariedad contra mayores. — bufo, a pesar de que se había dormido.




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