Cuatro meses después:
Narra Alicia Rubí:
Mientras la navidad se ausentaba de la villa que la festejaba. Mi entidad acordonada a cuestionarme sobre el significado de la semejante actividad, puesto que nuestra especie no glorificaba prestezas con fines de alborozo, sino para incautar presas sin evidencias congruentes.
El invierno, mi bellísimo hielo molido infundía mis amadas rosas. Necesitaban de muchos cuidados en esta temporada bravamente fría; era la coartada perfecta para emplumar entre los cerros e introducirme en los foscos calabozos, con la idea de coincidir tardíos lapsos de holgorios y baboseos con Axel Buckminster. De dicha forma he conseguido conocerlo, comprendiendo que no era un hombre monstruoso como lo describían. Mi amado era amable, inteligente, astuto y sobre todo sabía amar como pocos. No obstante, coexistía un capuchón de zozobra enroscándome y no era precisamente de analfabetismo, era el sobresalto de conmemorar que mi padre iniciaba a recelarse conmigo y no me deslumbraba la concepción. La incitadora de todo había sido yo, contrariando dos propuestas nupciales y tres viajes cuajados de aventuras e riquezas.
—¡Buenas Noches! — oscila la mano emotivamente la mucama Carmen Comba, su turno había concluido y con ello María Nova venía a remplazarla.
—¡Buenas noches! —cierro la ventana tras una espiración, rondo los filos de mi tapiz cobrizo indagando las terminantes palabras de Axel, su anhelo de convertirme en su mujer me era incierta. ¿Cómo podría ser esposa de un encarcelado?, debía ayudarlo a escapar del régimen del Rey Ernest Lemoine. Este estaba considerablemente iracundo por mi indigente misión de no encontrar el paradero del amuleto maldito de Luna Del Norte. Mis fracasos entrelazaron al rey de los licántropos en los próximos días a la guillotina. Ahora mi objetivo era impedir que desafortunado destino ocurriese. De lo contrario, no iba a poder aprobar lo que tanto me engendraba animación, el tiempo se caduca y el burgués de mi tez se hacia la idea de que vuestra amada no le profesaba afecto suficiente para ser declarada su dama. <Debía expresar mis sinceros sentimientos >
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Depositando por debajo de la puerta de hierro, un fragmento de lo que solía ser antes una página de mi diario, ausculto el suspiro aliviado de mi amado ante la respuesta afirmativa de su propuesta.
—Nunca te traicionaría, te amo. —rozo mis dedos contra los ladrillos polvorientos, cuando el papel que había dado, regresó a mis manos teñido en sangre. —¡Axel! ¿Estas bien? ¡Dime cualquier cosa por favor! Derrumbare la puerta si es necesario.
—Lee la carta— murmuró desde el otro extremo, seco y débil. Aumentando mis ocultos miedos.
—Amor…—resoplo.
—Léela por mi honor. — El silencio roza mi lomo, mis manos tiritan y con ello mis ojos gesticulan entontecidos ante la veracidad que se desnudaba ante mis pupilas. Axel en letras exasperadas me testificaba el escondite del amuleto más apremiado por los siete reinos, una Gema de Salazar. —la hurté de la casa de un cazador. — ¿Que debía hacer?, después de tanto tiempo… he logrado obtener su confianza ciega, sin embargo, mi corazón se desmoronó ante él.
—¿Por qué ahora? —arrugo el papel sintiendo un escalofrió que en ningún momento había sentido.
—Porque no quiero falsedades. No quiero una pluma que se glorifique con el viento y emprenda su destino entre las nubes, marcando mi alma en un profundo desvelo.
—Yo tenía toda la libertad para recorrer el mundo entero, sin embargo, me limite a volar y a soñar en tus brazos. A correr y a caminar de tus manos. A reír y a llorar entre tus labios. — Me palpo el pecho ante lo que podía ser la decisión más significativa de mi vida. —Axel… te amo como nunca antes había amado a alguien. Quiero ser tu esposa.
Cinco días después:
Abatida, cada rugido truncado de las entrañas enfermizas de Axel Buckminster, me recreaba una tortura ante mi alma; los castigos eran cada vez más abruptos, conduciéndome a jurar que debía liberalizar al monarca de los lobos, aunque me cobrase de adversario a mi padre.
—Mi señora— María Nova, puramente expande sus manos sudorosas con el perteneciente cofre de armas exclusivas que le había exhortado hace diez minutos.
—No inmortalizaras haberme indagando con este cajón— resbalo mis anulares por su anverso, cultivando que sus ojos se ensombrecieran. — estas cansada y totalmente aturdida, saldrás por la puerta posterior sin que nadie te observe. Jamás recordarás esta conversación.
—Si mi señora. —adormecida, María Nova gira como trompo sobre la picota de sus botas, mientras mi ser ocultaba el cofre donde nadie pudiese encontrarlo.