Grecia Kirchner:
Completamente inconmensurable a lo irreal. Carrosas doradas y platinas con majestuosos caballos palomos, peregrinaban por el camino pedrusco, manteniéndome embelesada. A mi revés recorrían niños descalzos por los pequeños riachuelos pulcros que podría utilizar como reflejo. A dos cuadras merodeaban un grupo de encapuchadas en unas tienditas y hombres sentados sobre un banquillo, admirando las casonas con pipa en mano, mientras chiquillas de aspecto desnutrido pulían sus calzados a fulgor de vaselina. Sin embargo, mientras íbamos avanzando más adentro en el claro bosque, testifiqué no solo hermosos paisajes dignos de admirar, sino jóvenes siendo golpeados y encadenados por sus propios amos. Además de damiselas derrochadas que abominaban a sus jefes por forzarlas a utilizar atuendos provocativos con el frio devastador. < ¿Cómo sobreviviré a semejante lugar?> la esclavitud es obvia en este mundo.
—Cuidado — advierte Roxana, cubriendo mi rostro con una capucha roja que recién había comprado Eduardo Lemoine para resguardarme.
—Llegamos — detuvo la caretilla el vampiro, en frente de una mansión inglesa de mármol. Poseía gigantes jardines perennes con un laberinto de tamaño considerable que conectaba con algún otro lugar que no alcanzaba a observar. — es tu hogar.
—¿Mío? — confirman complacidos, abriendo el formidable portón grisáceo, tratándolo como si fuera sumamente sagrado. —mis padres tuvieron buen gusto.
—Tu madre, era su refugio. — corrige mi tía, bufando el príncipe en disgusto.
Candelabros de ensueños, tapices y pinturas elegantes, relucían aún más lujosa la casa donde residía mi fallecida madre. Estaba totalmente anonadada, ante todo lo que ahora me pertenecía. Jamás supuse morar entre tantos objetos gravosos y mucho menos en semejante lugar que era el contraste perfecto para la guarida de un vampiro.
—Es toda tuya—asegura Eduardo Lemoine, quedándonos a solas en el recibidor < era tan seductor y varonil>, hurtaba los suspiros de cada doncella con sus brazos definidos en acorde con los atuendos macabros que mostraba una apariencia ruda y salvaje; Sus ojos se giraron, la incomodidad delegó mi entidad. Me observaba de hito a hito —¿Qué se supones que haces viéndome así? —reclama, liberando un quejido mientras revolcaba su melena lacia. <eres la peor conversación que he tenido en mi existencia >
—Lo lamento— se acerca a pasos firmes, soplando por los aires.
—Eso espero, ahora lárgate que deseo estar solo. — que desatinaba estaba sobre aquel “caballero”, era un fantoche de mierda. Narcisista y mal humorado como un anciano. —Linda forma de expresión. — parpadeo paulatinamente, había hablado otra vez en voz alta.
—Yo… — aprieta mi brazo, olfateando mi cuello lujurioso. —matadme, Roxana hará que te arrepintáis— suelta mi brazo cálidamente.
—¿En qué tanto piensas? —reaparece mi cuidadora, rompiendo la contrariedad del suceso. —¿En donde está el pasillo que conduce al jardín?, en eso me cuestionaba. —miento lo mejor posible, Eduardo sonríe como si supiese que mentía.
—Ah, solo opta por aquel camino—señala una puerta de cristal en el corredor derecho.