Narra Eduardo Lemoine:
La deidad de mi alma, derrochaba los segundos reflexionando, mientras toqueteaba las frágiles mariposas que habían aterrizado en su colosal vestido rosado. Sosteniendo una sonrisa digna de su progenitora. Grecia Kirchner, era suave como una rosa, con labios primorosos que insistían a que pecase. ¿Pero cómo no cautivarme vilmente con su pecho descender y ascender con la lluvia enmarcando su figura?, dando vueltas como trompo, su vestido se elevaba con el viento mañanero. Murmurando mis demonios que me dejase arrastrar por la lujuria. Como caballero enfermizo, el hecho de mis dedos erizar su piel me deleitaba. Ella estaba en mis memorias desde tiempo indefinido, recreando un sentimiento inexplicable para mi corazón. —hola — expresó revolviendo mis recuerdos, sentándose a mi lado empapada. No podía desmentir que estaba intranquilo, las manos me tiritaban, dificultando la tarea de saborear un extraordinario tabaco cubano. — hace frío — intento ignorar su apariencia y enfocarme en lo transcendental en estas circunstancias, descubriendo como Grecia Kirchner renunció a su naturaleza, transformándose por completo en humana. — lloverá todo el día, parece. ¿Qué redactas? — suprimo la codicia de reírme, el autocontrol no me conduciría a la condena de involucrarme sentimentalmente con un humano, cuyas consecuencias eran demoledoras. Sin embargo, existía algo más allá sobre mi voluntad que me detenía a matarle. Y era aquella luz en entre sus ojos que revelaron una dichosa vida junto a ella; aquella noche, 17 de agosto de 1996: “Debía taladrar su corazón como sacrificio, pero a cambio ella agujeró mi alma con sus miradas. Pero no se podía hacer nada, la labor había tomado ruta alterna, cuando sus iris con los míos crearon una pócima hechizante. Siendo testigos de un evento repleto de desafíos. ¿Era de asustadizos llorar?, pues lloré, sintiéndome el hombre más afortunado del planeta.”
Llegó a mí enfriado palpitar … un amor que no esperase.
Protegerte será mi tumba, musa.