Alma infinita

Capítulo 1

*Ann*

Despierto de golpe con un grito. Respiro con dificultad, mi melena está pegada a mi rostro, y el sudor cubre cada centímetro de mi piel. Un movimiento junto a mí indica la presencia de Robert, mi novio.

—¿Otra pesadilla, cariño? —pregunta incorporándose para darme un beso en el hombro. Aunque desorientada, asiento antes de levantarme de la cama. Necesito una ducha, despejar mi mente y deshacerme de la sensación que ese mal sueño ha dejado en mí.

Con el agua deslizándose sobre mi piel, intento relajar los músculos y despejar mi mente. Llevo toda la vida pasando por estas pesadillas. Recuerdo cómo mi madre, preocupada, me llevaba a psicólogos. Al no encontrar una mejor explicación, me diagnosticaron con terrores nocturnos. Por ello, al cumplir los tres años ya vivía medicada... Y, aun así, esos malos sueños no paraban.

A los cinco años, conocí a Thomas, mi mejor amigo. Con él me sentía segura, y desde el primer día, susurrando palabras tranquilizadoras, logró que las pesadillas desaparecieran. Sonrío al recordar a Thomas, pese a que solo fue un amigo imaginario, nunca le he olvidado. La primera vez que le hablé a mi madre sobre él, parecía muy feliz. Al fin algo me hacía descansar decentemente por las noches.

Y así pasaron los años. Yo era feliz, mi madre vivía tranquila y agradecía que las pesadillas hubieran cesado. Todo iba bien hasta que el psicólogo que frecuentaba en ese entonces, dijo que una niña de nueve años no debía tener amigos imaginarios, sino reales. Yo traté de discutirlo, pues para mí, Thomas era tan real como cualquiera de mis otros amigos, sobre todo porque él crecía conmigo, al igual que cualquier otro niño de mi colegio, por lo que en un principio nos dio igual, pues ese amigo me beneficiaba bastante. Además, también tenía a mis amigos del cole, en especial a Rebeca, mi mejor amiga.

Una noche, abrazada a Thomas, los gritos de mis padres atravesaron la pared como cuchillas. La voz de mi padre, usualmente contenida, resonaba con una furia desconocida. “¿Es que no te das cuenta? ¡Esto se nos fue de las manos! No sé quién está peor, si ella con su amigo imaginario o tú, Leonor, encariñándote con una mentira”. El portazo que siguió fue lo ultimo palabra que escuché de él.

En ese momento sentí cómo Thomas me abrazaba con más fuerza y susurraba próximo a mi oído palabras tranquilizadoras. A la mañana siguiente, mientras mamá se preparaba para ir a trabajar, me di cuenta de que tenía los ojos hinchados y enrojecidos. No sentí la necesidad de preguntar, sabía que había pasado la noche en vela, llorando.

El desayuno pasó en un silencio que sentía pesado. Decidir olvidar a Thomas fue más difícil de lo que quería admitir, pero sabía que no había otra opción. Él me sonreía e intentaba hablar conmigo, pero yo solo lo ignoraba… A pesar de lo decidido, y de mi actitud de menosprecio hacia él, todas las noches podía sentir como aquel niño venía y me abrazaba hasta que yo pudiera dormir. Sabía que no debía, que lo correcto era pedirle que se fuera... pero siempre terminaba dejándome llevar. A fin de cuentas, fue quien me salvó de los horribles terrores nocturnos. Me hacía sentir a salvo. Poco a poco, cada vez eran menos las ocasiones en las que me topaba con su presencia, hasta que una noche ya no le sentí. En ese instante supe que nunca volvería a estar con él, y que, aunque extrañaría sus verdes ojos con peculiares manchitas marrones mirándome con amor, era lo correcto. Mi padre ya podía volver a nuestro lado. Eso nunca ocurrió, mi padre jamás regresó, pero sí lo hicieron mis pesadillas. Y así fue como perdí a alguien que amaba para nada.

Después de la ducha, el agua tibia ha calmado mi cuerpo, pero no mi mente. El recuerdo de la pesadilla sigue vivo, como un eco que se niega a desaparecer. Me detengo frente al espejo, observando mi reflejo distorsionado por el vaho. Hay algo en mi propia mirada que no reconozco, algo que me hace estremecerme.

Han pasado diez años desde la última vez que lo vi, pero hoy su recuerdo es más nítido que nunca. Thomas. Su nombre se desliza por mi mente como una brisa, y mi corazón se aprieta. ¿Por qué siento que está tan cerca, como si pudiera aparecer al otro lado del cristal?

Paso una mano por el espejo, despejando el vaho, y me detengo en seco. Por un instante fugaz, creo ver una figura en el reflejo. Alto, con cabello castaño y ojos verdes que parecen atravesarme. Parpadeo, y ya no está. Mi corazón late con fuerza mientras me aferro al borde del lavabo.

«Solo es tu mente jugando contigo», me digo. Pero no puedo ignorar la sensación de que hay algo más. Algo que está tratando de alcanzarme.

Con pasos rápidos, envuelta en una toalla, regreso a mi habitación. Robert está allí, esperándome con una sonrisa que debería tranquilizarme, pero no lo hace. Su presencia es cálida, familiar, pero esta vez me siento distante, como si algo invisible se interpusiera entre nosotros.

—¿Todo bien? —pregunta con su tono habitual, despreocupado.

Asiento lentamente, aunque las palabras no llegan. No puedo contarle lo que he visto. Ni siquiera estoy segura de que sea real. Pero en el fondo de mi mente, una idea se enrosca como una serpiente: no estoy sola.

Alcanzo mi móvil para ver la hora, quedan diez minutos para que suene el despertador. No vale la pena volver a dormir, por lo que me acerco al armario para coger una camiseta con el logo de mi banda favorita y unos pitillos negros y me acerco al tocador con la intención de secarme el pelo y maquillarme, pero me quedo mirando a la nada hasta que la voz de mi novio me saca del trance.




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