*Thomas*
Es ella.
No tengo ninguna duda.
Puedo sentir cómo la esencia de su alma resuena desde ese pequeño ser.
Los ojos de una joven Leonor se iluminan cada vez que mira a la niña. Ha sido un proceso largo hasta que la adopción se hizo oficial, pero por fin es real.
«Si ambas supieran la verdad.»
Suelto un suspiro mientras observo a la nueva familia. Ahora me toca esperar otra vida más, hasta que ella regrese a mí. Y rezar para que no sienta la llamada mientras volvemos a estar juntos.
—¿Por qué la miras así cada vez que es llamada?
—Déjame en paz, Alexia. Por una vez podrías ser tú la llamada, y darme un respiro.
—Una vida, querrás decir.
—No quiero decir nada.
—Te vuelves insoportable cada vez que es llamada.
Alexia tenía razón. Mi humor empeoraba cada vez que Annabell sentía llamada, pero no podía evitarlo. Siempre era igual: una vez ella vuelve a nacer, me olvida. No solo a mí, sino también a todos nuestros amigos, a nuestra familia... Lo más doloroso es saber que no recuerda nuestra historia juntos.
Si solo supiera cuánto ansío estar de nuevo a su lado y recuperar a nuestra familia.
Si los Ancianos no fueran tan estrictos.
Yo la amo. Solo quiero estar junto a ella.
Y ahora, una vez más era un nuevo ser, tendría una nueva vida en la cual yo no tenía lugar.
Y ahora, una vez más, es un nuevo ser, tendrá una nueva vida en la que yo no tengo lugar.
Obviamente, me quedaré cerca para velar por su bienestar, como hago en cada vida.
Pero volver a ser su "amigo imaginario"... sé lo que me espera. Sé que volveré a aparecer en su vida, y sé cómo terminará. Pero no importa cuántas veces lo viva, el dolor de ser olvidado nunca disminuye.
Me acerco a esa pequeña niña que alberga el alma de mi amada. Me mira y la veo sonreír.
Apenas tiene unos meses, aún no comprende el mundo que la rodea, pero en ese instante casi puedo ver en sus ojos una fracción de reconocimiento. Como si me viera y supiera quién soy.
—Es mejor que nos vayamos —dice Alexia mientras agarra mi codo, devolviéndome al presente—. Dejemos que las dos tengan intimidad. Es un momento madre e hija. Siento que las estamos espiando.
Percibo la incomodidad de Alexia a través del vínculo. Asiento en silencio y me giro para seguirla, pero no sin echar un último vistazo a la pequeña. Es tan frágil, tan pura, y, sin embargo, lleva dentro de sí siglos de historia, de amor, de dolor.
No importa cuántas vidas pasen, o como se llame, Ella siempre será la misma Annabell para mí.
Nos alejamos lentamente, y mientras lo hacemos, siento el peso de los años que vendrán. Me consuela un poco saber que en unos años podrá verme, aunque solo sea como un amigo imaginario, una sombra que la acompañará hasta que su mente racional la obligue a olvidarme otra vez.
—De todas formas, solo es cuestión de tiempo —murmuro para mí mismo mientras camino junto a Alexia.
—Será otra vez como antes... —añado, y Alexia suspira. No me responde. Ella sabe que este ciclo es inevitable.
En cuanto la niña sea lo suficientemente mayor, la encontraré de nuevo. Estaré cerca, velándola, protegiéndola. Volveré a ser su Thomas, su amigo, su confidente. Y cuando llegue el momento, volverá a dejarme atrás. Lo sé.
Pero la esperanza, esa pequeña chispa que nunca muere, me dice que tal vez, solo tal vez, esta vez será diferente.