Alma Sombría se despertó en un mundo desconocido: un lugar lleno de monstruos, leprosos y caballeros malditos. Era el castigo que le habían impuesto por una culpa que no había cometido. Sin embargo, no se rendiría. No dejaría que el miedo y la soledad lo vencieran. Construiría una fortaleza y lucharía hasta recuperar su libertad.
Al principio, no fue fácil. Alma Sombría tuvo que buscar piedra y madera para construir su fortaleza. También tuvo que aprender a buscar estaño para hacer bronce. Pero poco a poco se fue acostumbrando a la vida en ese lugar. Descubrió que era inmortal y que cada vez que lo mataban resucitaba en su fortaleza. Eso lo hacía fuerte, invencible.
Pero no estaba solo. Otros exiliados, como él, también luchaban por su libertad. Se unieron a Alma Sombría y, juntos, fueron más fuertes. Aprendieron a luchar contra los monstruos y los caballeros malditos. Y, poco a poco, comenzaron a recuperar lo que les habían quitado.
La fortaleza de Alma Sombría se convirtió en un hogar. Los exiliados se sentían seguros allí. Era un lugar donde podían descansar, recuperarse y planear su siguiente ataque. Y así, con la fuerza de la unión, lograron lo que parecía imposible: escapar de ese lugar.
Alma Sombría nunca olvidaría lo que había pasado en ese lugar. Pero también sabía que había aprendido algo valioso: la fuerza de la unión y la importancia de luchar por la libertad. Ahora, con su fortaleza inmortal, se sentía más fuerte que nunca y nunca volvería a ser un prisionero.