Toneladas de escombros se encontraban apiladas en el centro de lo que en su día fue considerada como la aldea más grande y poderosa de la tierra. Pero eso no era ni cerca lo más terrorífico de lo que sucedía. Tampoco lo eran las abrazadoras llamas rojas y azules que consumían todo a su paso y que se elevaban casi hasta los cielos, como si de ellos descendían, producto de un castigo divino. Tampoco era que en el centro de todo se encontrara lo que se asemejaba a un hombre bestialmente grande y musculoso, haciendo que todo ahí temblara con cada uno de sus bruscos movimientos, mientras parecía gritarle a alguien a pocos metros de distancia de él.
Lo que realmente infundía ese terror eran aquellas luces que emanaban inexplicablemente desde lo más profundo del interior de aquel hombre y que se combinaban continuamente para crear colores que el ojo humano rara vez había visto.
-Hermano –dijo una joven-. ¡Hermano, hermano! –emitió con más fuerza aquella dulce y suave voz-. ¡DESPIERTA, HERMANO! –grito justo al oído del joven, el cual salió por fin de su sueño, sentándose en automático con la mano en su oreja y la mirada perdida aun visualizando su brutal sueño sin poder creerlo.
-¿Sera posible que tan solo una vez me dejes despertar por mi cuenta? –pregunto él, apenas unos años más grande que ella. Su voz era tan gruesa y potente que casi hizo retumbar aquellas gruesas paredes de madera marrón.
En el suelo en el que dormía no se encontraba nada que amortiguara su cuerpo, más que la propia madera, que parecían ser más que suficiente para su plena comodidad.
-No mientras yo esté aquí –dijo la joven con una tierna sonrisa, sin dejar de verlo, con tanta atención que parecía desbordar felicidad en sus grandes ojos verdes… tan perfectamente verdes como el color de una esmeralda, que a su vez desprendían el mismo brillo puro y natural de la gema-. Además, ya has dormido más de 4 horas… no seas tan flojo. Y sé que no me faltan pretextos, pero la mayor razón por la que te desperté esta vez es porque parecías estar teniendo una pesadilla ¿Qué era lo que soñabas que te tenía así?
El dulce y feliz semblante de la joven cambio de inmediato con la pregunta, pasando a uno más serio, pero sin perder total atención del joven a su lado.
-Cada vez me parece más borroso, hasta en el sueño mismo no podía distinguir bien que era lo que pasaba, pero daba miedo; mucho miedo, como si algo muy malo estuviera a punto de suceder.
-¿Alguna otra vez habías soñado eso o algo similar? –pregunto la joven con mucha curiosidad.
-No me gusta cuando tienes sueños de naturaleza mala, casi siempre terminan volviéndose realidad.
-Ni siquiera lo había pensado.
-¿Recuerdas la vez que soñaste que caías hacia el vacio? Días más tarde caíste de la torre astronómica. ¿Y la vez que soñaste que alguien moría? Poco después de eso Cecilio murió.
La joven se mostraba con cierta preocupación, que a él no le gustaba en lo más mínimo que ella pasara.
-Nadie me dijo que escalara la torre lunar y cuando caí, ni siquiera salí lastimado –minimizo con una sonrisa-. Y Cecilio murió porque su ciclo de vida ya había concluido, es normal.
La joven se detuvo a pensar dubitativamente unos momentos.
-¿Y recuerdas algo más del sueño?
-Solo que también sentía mucho calor, como si yo estuviera realmente en aquel lugar con llamas.
-¿Llamas? –inquirió la joven alzando levemente una de sus cejas-. Bueno, entonces debe ser porque cada vez está haciendo más calor ¿no? El verano ya no tarda en llegar, y yo también ya he sentido el cambio –La joven rápidamente y con un solo movimiento se puso de pie y camino hacia uno de los costados de la cabaña, donde tomo del suelo lo que parecía una prenda bastante rustica.
El joven hizo lo propio y también se puso de pie. Sus alturas para nada eran semejantes, él 5 centímetros más y llegaba a los dos metros, mientras que ella apenas alcanzaba el metro con 65 centímetros.
-En eso tienes razón –dijo él, feliz porque la había sacado de sus preocupaciones, mientras estiraba su brazo en dirección al de la joven. No ocupaba estar con el torso descubierto para apreciarse que su complexión imponente, para nada era normal. Por lo menos era el doble de robusto que un hombre promedio, con los músculos tan marcados y grandes, que ni siquiera ejercitándose todos los días de sus 19 años de vida, sería lógico que hubiera alcanzado ese nivel.
-Casi siempre la tengo, hermano –entorno los ojos mientras sonreía de manera orgullosa, entregándole la prenda.
Ella a su vez parecía todo lo opuesto a él, tan solo en el color de la piel se notaba la diferencia, siendo él moreno claro y ella tan blanca, como la piel de un bebé de pocos días, que nunca había visto el sol, pareciendo casi estar palida de no ser por el rubor natural de sus mejillas y el rosado de sus naturalmente delineados labios. A la vez que su cuerpo daba una impresión de fragilidad por su estructura ósea delgada, que se reflejaba en sus brazos y su pequeña cintura, pero que contrastaba con la anchura de sus caderas y el volumen de sus piernas, trasero y pechos, pareciendo toda una mujer desarrollada, pese a tan solo tener 17 años de edad.
Él joven soltó un par de leves carcajadas, cada vez más tranquilo y tratando de olvidar aquel sueño abrumador, para después ponerse la prenda de color azul índigo, con textura rugosa e irregular, como si estuviera hecha de varios remedos viejos.
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Editado: 12.12.2023