-Claro, todo bien Liber –se apuro a decir Ciro mientras retrocedía cuidadosamente-. Ya habíamos terminado de platicar, por lo que es momento de que me retire –volteo a ver una vez más a Lobezno con hostilidad, para luego emprender su trote.
-Por lo que alcance a escuchar mientras venia, Ciro ha tenido mucha suerte de que llegara –dijo el enorme lobo echándose a reír-. ¿Qué es lo que te ha dicho antes para que lo amenazaras así?
-No quiero hablar de eso, hermano.
-Entendido –dijo solemnemente su llamado hermano, dando fin al asunto.
Entre lobos siempre era respetado e incuestionable cuando uno tomaba una decisión propia, que no afectara a segundos o a terceros. Siendo Lobezno quien más aplicaba a su favor eso, puesto que por lo general era sumamente reservado, solo contándole todos sus secretos a Lobezna, pues después de todo, ella estaba en la mayoría de ellos.
-Nuestro padre quiere verte de inmediato, quiere que los tres estemos ahí cuanto antes, así que es mejor que nos apresuremos –dijo Liber con aquella voz de mando que caracterizaba a un alfa como él, pero que Lobezno obedecía más por cariño que por respeto.
De inmediato ambos se pusieron en marcha, corriendo a la par sobre la densa nieve. Cruzando la hilera de cabañas más nueva y bien posicionada sobre la montaña oeste… tan bien ubicada que quedaba justo a la altura de la gran cúpula blanca, que se encontraba justo en lo alto de la montaña norte. La gigantesca construcción de piedra, se diferenciaba por mucho de las demás, por su elegancia y acabados. Contaba con varios pilares alrededor, formando bellos arcos hasta lo más alto, donde el techo empezaba a formar una curva, hasta ser un perfecto medio circulo.
Rodeando la cúpula se encontraban dos canales que bajaban a la par por los costados de unas enormes escaleras que desembocaban en lo que era la plazuela de la aldea y que servían rara vez para transportar la nieve derretida por algún potente sol de verano.
Pasando los pilares había una gruesa pared de piedra con hermosas ilustraciones gravadas, que parecían contar más de 10 mil años de historia de la aldea, como su fundación y más detalles de la misma; como su primer líder, otros líderes sobresalientes y guerreros legendarios que se habían ganado ese honor en las guerras contra las aldeas vecinas.
Para entrar al complejo solo existía una entrada, la cual recorría un largo y amplio pasillo que dividía de las habitaciones para los 12 consejeros, a la sala de juntas de los mismos… reuniones tan privadas e importantes se llevaban a cabo ahí, que solo las gruesas paredes de la cúpula podían evitar que salieran los secretos y decretos que ahí se manejaban.
En el centro de todo solo había un objeto más, un gigantesco bloque de roca blanca, tallado perfectamente hasta quedar plano y liso en lo más alto, y arriba de él, sentado en sus dos patas traseras se encontraba un enorme lobo de físico similar al de Liber, cambiando solo la tonalidad de su pelaje a uno más gris oscuro.
-Hijo mío, por fin te dejas ver. Tú y tu hermana cada vez me tienen más abandonado, ya ni su madre se para como antes por aquí y eso que ustedes son los únicos civiles que pueden pisar este sitio sin mi previa autorización –hablo el imponente lobo con una gruesa voz que retumbaba en las paredes de la cúpula, con una sonrisa dibujada sin temor en su hocico lobuno. Ni a Lobezno ni a Lobezna le gustaba visitar ese sitio, aun siendo la única manera de ver a su cariñoso padre adoptivo… la razón, los concejeros que no hacían otra cosa más que juzgarlos con sus grandes ojos, pero que solo la de mayor rango se atrevía a recriminarles algo delante del fiero líder.
Lobezno rápidamente se posiciono por un costado de Lobezna, como era de costumbre, y atrás de ellos Liber.
-Te prometo que desde hoy no habrá día que no venga a visitarte, padre –dijo Lobezna con su suave e inocente voz, sin dejarlo de ver con ojos alegres y como si tuviera años de no verlo.
-Te estaré esperando con ansias entonces mi lobita –rio afablemente el imponente lobo-. Y eso quiere decir que también tendré aquí todos los días a tu hermano.
-Por supuesto, padre –dijo Lobezno orgulloso, viendo a Lobezna con una sonrisa.
-No puedo creer lo que han crecido en todo este tiempo. Me han demostrado que son dignos de ser llamados hijos y sé que lo serán más –dijo el lobo en su trono, viéndolos a ambos como si recordara el pasado con añoranza.
Los humanos se habían ganado su cariño desde el primer día que llegaron a la aldea. Lobezno tan solo tenía 4 meses de edad y viajaba en una extraña caja de madera y metal, con par de ruedas a los costados, sin motor o conductor, avanzando sin detenerse hasta llegar a la propia aldea de los lobos. Desde un principio, Lobezno presentaba más actitudes salvajes que cualquier otro lobo que hubiera pasado por esa edad; era feroz, malhumorado y hasta parecía aullar por momentos. Llevaba siempre el seño fruncido y poseía una enorme fuerza muy superior a la de cualquier humano adulto, la que demostraba siempre que le ponían algo en sus manos, al lanzarlo docenas de metros lejos de él, y cuando los lobos quedaban cerca de él, los apretaba con gran fuerza.
En un principio, lejos de asustar o preocupar a los lobos porque Lobezno compartiera similitudes y habilidades con ellos, vieron esto con mucha ternura y admiración, que hasta el mismísimo líder lo acogió y lo decreto con orgullo, como un legitimo hijo suyo.
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Editado: 12.12.2023