Eran las siete de la mañana cuando un dolor agudo en forma de punzada que se extendía como red a través de su cerebro, logró sacarla del sueño. Intentó abrir los ojos con dificultad y se maldijo, como de costumbre, por haberse excedido. Sosteniendo su frente, intentó decirse a sí misma que no se volvería a repetir, aunque en el fondo sabía que caería fácilmente por ese poco control que con el pasar del tiempo iba perdiendo.
No recordó haberse quedado dormida pero tampoco le sorprendía. Se acomodó en el sofá con un poco de vértigo aún. No decidía si sentía hincones o una fuerza que le oprimía el cráneo. De cualquier forma, estaba atolondrada.
Por otra parte, Adrien se encontraba reposando en el sillón que estaba en la esquina, tal como se había quedado desde la noche anterior. Su postura lucía descuidada, tenía los pies apoyados en el respaldo, la cabeza inclinada hacia un costado y las manos sobre su mentón, enfrascado en sus pensamientos.
Los rayos de luz que se filtraban por la ventana alcanzaban a iluminar algunas partes de su rostro. A simple vista, se le notaba reflexivo, como si tratara de resolver algo con una tranquilidad que no estaba acostumbrado a poseer.
Cuando Melisa terminó de recomponerse, se dio cuenta de su presencia, su mirada vagó por la habitación lentamente hasta llegar a su dirección, soltó un suspiro de exasperación y se detuvo a analizar— ¿Otra vez tú? —preguntó fastidiada, no tanto por verlo de nuevo sino más por la molestia persistente de su dolor.
La pregunta hizo que él girara hacia ella— Sí —dijo en un tono monótono—, yo otra vez —a Melisa le molestó eso, como si estar allí invadiendo su espacio fuera lo más normal del mundo.
Al examinarla, Adrien se dio cuenta de que no se veía tan bien. Cualquiera que la hubiese visto en ese estado habría pensado que no había conseguido dormir por más de dos días. Pero reservó sus comentarios y solo permaneció analizándola en silencio, en lo que ella terminaba de despertar.
— Eres... —volvió a tocarse la frente y después la cabeza con ambas manos, como intentando protegerse. Daba la impresión de que la presión dentro de su cráneo se incrementaría hasta que estallaría en un punto— ¿Todavía me afecta el alcohol?
— Supongo que sí, parece que tienes mucho malestar.
Melisa dejó caer sus manos con un suspiro.
— Me refiero a ti.
Él sonrió al comprender lo que había querido decir. Se reincorporó para contestarle.
— Ah, eso —cruzó los brazos— Sí, verás, no es un efecto del alcohol, soy muy real —su voz llena de seguridad hizo que ella se desconcertara más.
Se sentía cansada para refutar. La presencia de él le provocaba una desrealización en la que no quería permanecer. Y temía que quedarse ahí concentrando su atención en eso le obligaría a concebir la idea de que algo estaba roto en su interior. Por ende, tomó la decisión de ponerse de pie, algo tambaleante, en dirección hacia la cocina.
Notaba cómo su periferia aún se distorsionaba y su marcha todavía se encontraba un poco afectada. Al mismo tiempo, su piel emanaba el olor a licor mezclado con sudor. Aroma que no solo ella era capaz de percibir.
Adrien permanecía inmóvil, en silencio, en tanto seguía con la mirada cómo desviaba sus pasos.
Al llegar a la cocina, sacó una taza de la encimera y se sirvió lo que quedaba guardado de esencia en la nevera, echándole apenas una cantidad mínima de agua. Le disgustaba el café amargo pero sentía la necesidad de tomarlo cargado para quitarse el dolor de encima.
No pudo. Así que tomó el azucarero para añadirle un poco de dulce y disipar el repugnante sabor que se había quedado en sus papilas.
Al escuchar el sonido metálico de la cucharilla chocar contra la taza y sentir que el amargo aroma invadía la casa hasta llegar a su olfato, Adrien decidió levantarse para ir con ella. Se detuvo en el umbral, gravitando contra el marco de la puerta. Su figura proyectaba una sombra alargada.
Contempló a Melisa de perfil, reparando en cómo tomaba forzosos sorbos del café. Si antes no había entendido la razón de por qué bebía, menos comprendía por qué sufría en presionarse a sí misma a hacer algo que indudablemente le desagradaba.
Después de percatarse de que lo estaba ignorando a propósito mientras mezclaba y sorbía de a poco su taza, no pudo evitar el impulso de caminar hacia ella. Se recargó contra la mesa— ¿Me dejas hacerte una pregunta? —dijo, rompiendo el silencio.
Melisa dejó de chocar la cuchara contra la taza un momento— ¿Qué quieres? —preguntó cortante, sin molestarse en ocultar que aquello le estaba irritando.
Pero él aún se mantenía tranquilo y no desvió la mirada— ¿Por qué bebes alcohol?
La duda le tomó por sorpresa, así que se quedó analizando sin responder inmediatamente. Para ella esa pregunta era algo personal, y no se explicaba por qué se atrevía aquél ser a querer entrometerse en ello.
Por su mente se le atravesaban mil formas groseras para responderle, sin embargo decidió acallarlas todas— Es para —empezó a decir, pero lo pensó bien— olvidarme de mis problemas —dijo en voz baja, como si decirlo más alto lo volviera real.
Adrien la miró con expresión pensativa— ¿Sabes que olvidarte de tus problemas no es precisamente lo mejor que puedes hacer, verdad? Y sinceramente dudo mucho que el alcohol cambie algo —dijo con calma. Aunque su tono no tenía reproche, Melisa tomó su café como respuesta, no le importaba mucho la opinión de los demás, y si él era una manifestación de su subconsciente tratando de hacerle entrar en razón, le importaba aún menos.