Almas carmesí

5 | Resignación

Al principio, la presencia de Adrien no le parecía tan hostigante. Sin embargo, había ciertos momentos, cuando la seguía por todas partes, en donde sentía el impulso de querer encerrarlo en un frasco y dejarlo ahí guardado hasta que ella decidiera. Aun así podía admitir con franqueza que era menos pesado de lo que había imaginado.

Apenas habían transcurrido unos cuantos días, pero reflexionar en que había pasado por tanta angustia en un momento tan efímero, se sintió ridícula. Sus emociones habían estado en un constante cambio en un periodo tan breve, por lo que desde la distancia, su reacción le parecía exagerada.

Por otro lado, una parte de ella le recordaba constantemente que no era precisamente normal tener un demonio rondándole cerca, y que seguramente cualquier otra persona habría reaccionado igual, o incluso peor. Algo en lo que Adrien también estaba de acuerdo cuando analizaba detenidamente las cosas.

Cuando se mantenía ocupada repasando los apuntes de la universidad en silencio, Melisa empezaba a notar que, sorprendentemente, el molesto demonio que parecía disfrutar interrumpiéndola, respetaba su concentración. Por momentos, cuando ella levantaba la vista, le encontraba con la mirada perdida en el vacío.

Se preguntaba si podía descifrar lo que pasaba por su cabeza, pero seguramente, aunque él decidiera decirle, su capacidad humana no alcanzaría a comprenderlo. Lo que para él significaba algo cotidiano, para ella era una idea inabarcable. Pensar en eso le hacía sentirse vulnerable ante lo abstracto, pero también le generaba más intriga.

Ahora mismo se encontraba tratando de entender una página de un libro de psicología forense cuando justamente se percató de que él se encontraba en el sofá, ensimismado nuevamente, con la mano apoyada sobre la cabeza y una expresión seria. Era como si, su esencia demoníaca se desvaneciera y lo dejara simplemente como un ser que cargaba con un peso desconocido.

Hizo el esfuerzo en devolver su atención al estudio, pero ya no podía concentrarse. Su mente se vió invadida por una inquietante realidad. Tenía mil preguntas que hacer al recordar que un ser sobrenatural estaba cerca a ella.

Se levantó de la mesa, dejando el libro de lado al aceptar que su mente ya no podía enfocarse. Sin pensarlo, se fue hacia el sillón, sentándose a su lado. El sonido del cuero crujiendo por el peso provocó que Adrien la mirara de regreso, saliendo de sus pensamientos— ¿Qué ocurre? —preguntó él, enderezando su postura.

— Hay algo que no me ha quedado del todo claro hasta el momento —seguía mostrándose serio. Al ver su rostro y sus ojos que parecían desear atravesarla, quiso arrepentirse pero ya había iniciado—. No puedes culparme de sentir curiosidad. Para ti puede ser muy normal todo esto, pero yo estoy tratando de mantener mi buen juicio.

— Bueno, dime —seguía mirandola, y eso la hizo sentir como si el aire a su alrededor se detuviera— ¿Qué es lo que quieres que te aclare?

Tenía muchas cosas en mente. Pero el tiempo, el poco que le quedaba, no le habría sido suficiente para sentirse satisfecha con todo lo que quería preguntar.

Trágico. Odiaba quedarse con la incertidumbre.

— ¿Quién se supone que eres exactamente? Eres... ¿Lucifer?

Él soltó una pequeña risa ante su pregunta, tratando de decidir si en verdad era muy lenta o la confusión de todo este problema le impedía razonar adecuadamente— Ya sabes que ese no es mi nombre

—Sí, yo lo sé —le aclaró, dandose cuenta de que estaba tomandola por tonta–. Lo que quise decir es si tu eras el diablo en sí. Digo... —levantó los hombros—, podría ser que Lucifer no exista de todas formas, yo no sé nada acerca de eso.

Adrien se tomó un momento para contestar, admirándola, como si disfrutara la sensación de poder que emanaba de su conocimiento.

— Sí, existe —le dijo—. Y a decir verdad, Lucifer es mi padre

Lucifer. ¿El diablo? Era su padre.

Tenía al propio hijo del diablo intercambiando palabras frente a ella, como si fueran amigos que se rencuentran después de mucho tiempo. Poco le faltaba para invitarle a tomar el té.

Sentía una ligera distorsión en la perfieria de sus ojos. Debía asimilarlo cuanto antes. Debía tomarlo con normalidad, contra su voluntad.

Porque temía caer en una desrealización. Y después de pensarlo y dudar demasiado, ahora, con toda seguridad, podía decir que no era un sueño. Esto no era un sueño, estaba pisando la realidad.

Se sintió ligeramente sorprendida. — ¿Tu padre?

Él no quitó la sonrisa— Sí, así es. Mi padre es el rey del infierno.

Al mencionar aquello, Melisa encajó las partes e hizo sentido. Eso podía explicar porque se había referido a sí mismo como un "príncipe" la primera vez que lo vio. Sintió un leve calor por el recorrido de vergüenza en su cuerpo al asmiliar que esa noche había tenido el atrevimiento de haberse burlado de lo que verdaderamente era un demonio. Y peor aún, hijo de Lucifer.

Pero se sentía algo perdida todavía— ¿No era Hades el rey del infierno?

La atmosfera cambió. Él se inquietó al escuchar eso y ella vio como su actitud relajada se ensombrecía levemente. Pero siguió con la conversación— No me parece que sea una buena idea de compares a mi padre con Hades —le advirtió con seriedad.




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