Almas carmesí

6 | Reflexión

Al día siguiente Melisa tenía que asistir a la universidad desde muy temprano. Al sonar la alarma de su teléfono sintió que su corazón palpitaba con fuerza por la impresión de sacarla del sueño.

Y si no le dio un micro infarto por el sonido, le daría por ver a Adrien girando lentamente en la silla de su escritorio, inspeccionando los objetos que había encima, a solo dos metros de distancia de su cama. El sobresalto le hizo dar un vuelco y estremecerse.

Se puso los lentes que tenía al costado de la cama, en una pequeña mesa— ¿Qué rayos haces aquí? ¿No puedes quedarte en la sala o en la cocina? Es muy inquietante que estés en mi habitación toda la noche mientras yo duermo —le dijo con tono enojado.

Él tenía una expresión imperturbable, se encogió de hombros— Podrías intentar algo si no te vigilo de cerca —comentó mientras tocaba distraídamente las cosas que habían en la mesa.

Ella se paró de la cama con rapidez— No seas ridículo ¿Qué puedo intentar hacer yo por la madrugada? —en ocasiones así es cuando se le antojaba dejarlo encerrado en algún lugar y olvidarse de su existencia. Melisa se dirigió al armario para tomar las prendas que ya tenía preparadas, del perchero— ¿Podrías, al menos, darme el chance de estar a solas por un instante? Necesito vestirme —le enseñó la ropa que llevaba colgada en las manos.

Él se quedó un momento en silencio para evaluar su petición. Asintió y la miró antes de responder. Se puso de pie— Supongo que puedo —avanzó en dirección hacia la puerta—. Estaré afuera, por si acaso —añadió, y el tono de su voz hizo que la frase sonara más como una advertencia que como una simple oferta de ayuda.

Melisa suspiró con alivio y cerró la puerta tras él. Estaba pensando cuánto tiempo aguantaría hasta que su paciencia se terminara de quebrar con esa situación.

✟ ——————— ✟

Después de vestirse y salir a la cocina a prepararse un desayuno ligero y simple, notó que Adrien no estaba por ningún lado de la casa. Al inicio no le dio mucha importancia, disfrutando de la tranquilidad momentánea. Fue casi agradable moverse de nuevo sin él obsevándola todo el rato. Siguió el resto del tiempo alistándose, sola.

Aún así, una parte de ella admitía que sí le daba curiosidad saber qué había sido de él. ¿Qué otro compromiso tenía que consideraba más importante?

No es que le interesara tenerlo cerca. Era pura curiosidad.

Una vez lista, se colocó los audífonos antes de salir a la calle, para dejar que la música le acompañara y llenara el espacio de silencio mientras caminaba hacia la institución.

Odiaba el silencio, lo encontraba abrumador. No podía evitar angustiarse con él.

A menudo, cuando se psicoanalizaba a sí misma, había llegado a la conclusión de que tal vez eso ocurría porque en toda su etapa de desarrollo había estado rodeada de caos, así que le era familiar. Y ahora la paz le perturbaba.

Llegó a la entrada de la universidad, el trayecto se le hizo rápido. Después de pasar el umbral, algo en su interior le hizo quedarse quieta. Se quitó uno de los auriculares y prestó atención a su entorno.

No sabía cómo –y Adrien tampoco– pero incluso entre la cantidad abrumadora de estudiantes, notó su presencia cerca de ella, aunque no sabía exactamente en dónde.

A pesar de que no podía verlo, la sensación se le hacía inconfundible— Estás aquí, ¿no es así? —murmuro, para no llamar la atención de las personas que pasaban por ahí.

A Adrien le sorprendió un poco escucharla. Se hizo visible para ella bajo la sombra de un árbol— Así es. Estoy aquí

Siguió caminando más lento, él empezó a caminar junto a ella. Melisa giró disimuladamente, analizando a las personas que pasaban por su lado— ¿Nadie más puede verte?

Él siguió sus pasos, imperturbable— No. Las personas normales no pueden verme —respondió con naturalidad.

— Entiendo —dijo mientras asentía. Miró la hora en su teléfono. Aún tenía tiempo de desayunar algo más que café y un pan de ayer. Quería desayunar algo decente, por lo que siguió avanzando sin decir nada más, hasta llegar a la cafetería.

Una vez allí, compró un jugo y un sándwich y se sentó en una mesa del exterior. Adrien se colocó frente a ella, con la precisión de quien sabe que no debe ser notado. Sin hacer ruido ni mover la silla.

— ¿Comes? —preguntó Mel mientras inspeccionaba el interior del pan.

—No necesariamente. Los demonios no necesitamos comer ni beber para sobrevivir

La expresión de ella se volvió más seria— ¿Por quién me tomas? No soy tan estúpida como para no saber eso. Lo que quería saber era si algunas veces comes solo por el placer de hacerlo. Es un poco raro que te quedes ahí quieto sin hacer nada, mientras yo lo hago.

— Supongo que tienes un punto, pero sinceramente no me apetece. Comer no tiene ningún atractivo para mí —se reclinó en el asiento.

— ¿Entonces por qué me quitaste el café de las manos aquél día cuando tenía resaca?

Él sonrió sutilmente— Solo te estaba molestando. Y tenía curiosidad por saber qué te gustaba de esa porquería —añadió con una ligera expresión de asco.

La atención de Melisa fue captada por una figura familiar. Divisó a lo lejos a Rouse, una de sus pocas amigas y compañera en algunos cursos, caminando por la cafetería.




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