Almas carmesí

8 | Recelo

La situación fue ablandándose a medida que los días pasaban. He de decir que a pesar de los esfuerzos de ambos por negar que la coexistencia del otro les resultaba agradable, era evidente que la tensión había disminuido considerablemente, y solo a veces, cuando se involucrabam temas ciertamente delicados, era que el aire de sentía con una inquietante presión.

Y uno de los tantos sábados por la noche, después de que Melisa terminase su turno en Fresde, se disponía a cerrar el local por fuera, cuando su teléfono comenzó a vibrar en el bolsillo.

El eco de la calle vacía acompañaba el sonido de sus pasos mientras observaba el móvil, frunciendo el ceño al ver el remitente.

Su tía, la hermana de su madre –y quizá la persona con la mayor participación en hacer de su vida un suplicio cuando aún vivía en su casa– al parecer había enfermado.

El mensaje había sido envíado desde el celular de su madre, quien una vez más y a pesar de los intentos por mantener distancia, había logrado obtener el número nuevo de Melisa. Por esa razón ya no se molestaba tanto en cambiarlo, igualmente ellos encontraban la forma.

Pero la noticia de su tía, ella ya la sabía. El teléfono no era lo único que cambiaba constantemente. También las cuentas de sus redes sociales, y habían estado hostigándola desde hace unos días.

Miró el mensaje y apagó el teléfono, siguiendo su camino por la oscuridad.

Adrien, a unos pasos detrás de ella, sintió curiosidad.

Otra de las cosas que Mel odiaba admitir es que sentía más seguridad de ir hacia su casa con él vigilándola todo el tiempo. Pero no se lo diría.

Él continuó caminando en silencio en tanto la observaba con el rabillo del ojo— ¿Todo bien?

Normalmente no solía ser visible cuando la seguía de camino hacia algún lugar. Además, ella casi siempre lo ignoraba para prevenir que alguien la viera hablando sola. Pero la reacción de molestia que había tenido le hizo querer fisgonear.

Ella regresó a mirarlo un momento mientras se cubría con el abrigo y se acomodaba el cabello que se le agitaba con el viento.

Empezaba a sentir la nariz y el lóbulo de las orejas heladas, y eso la hacía sentir más incómoda— Sí, ¿por qué preguntas?

— Tu expresión cambió despues de ver el mensaje —le dijo.

— Ah, eso. Yo supongo que no, pero me da igual —respondió con indiferencia, aunque su tono demostraba lo contrario y Adrien no era ningún tonto para no darse cuenta de ello—. Tampoco es como si me fuese a involucrar en eso.

Al menos eso era lo que esperaba ella. A veces sentía lo estúpida que había sido. Salir de esa casa, de ese entorno, siempre había sido su esperanza de liberarse, pero cada vez que creía que no volvería a saber de ninguno de ellos, el pasado volvía a arrastrarla de vuelta.

Adrien por su lado, estaba intrigado. Su comportamiento no era lo usual.

Casi todos los mortales mostraban más empatía en situaciones así, al menos superficialmente. Incluso si la persona que padecía era despreciable, mostraban un lado hipócrita. Y no se quejaba de ello, le gustaba ver cómo se envenenaban solos sin una tentación externa.

Pero pericibía sentimientos mezclados en ella. Habló con tono serio— ¿En serio? ¿Ni siquiera te importa lo más mínimo que tu tía esté enferma?

Melisa frunció el ceño mirando hacia el frente— ¿Y tú cómo sabes que mi tía está enferma? ¿Estabas leyendo mis mensajes desde ahí?

Adrien se quedó en silencio ante la pregunta, con expresión neutral. Si le molestaba pensar que podía leer sus mensajes sin consultar, estaba seguro de que no le iba a encantar lo siguiente.

Tras unos segundos analizando qué responder decidió ser directo— Yo ya lo sabía —tenía el tono más grave y suave—. Lo sabía antes de que recibieras ese mensaje.

— ¿Qué?

Él parecía no querer responder inmediatamente, soltó un ligero suspiro y siguió caminando sin mirarla, dejó que el sonido de sus pasos fuera la única respuesta por un momento. Esperaba a que ella sacara sus propias conclusiones.

— Adrien. Dime de qué diablos estás hablando ahora. Necesito saber

— Digo que yo ya estaba al tanto de la situación de tu tía incluso antes de que recibieras el mensaje. Lo supe desde hace un par de días, para ser más específicos.

Lo miró con desconfianza— ¿Lo supiste cómo? ¿Sabes todo lo que le pasa a las otras personas sin conocerlas?, ¿como un conocimiento absoluto?

—Uhm no. No es precisamente eso —finalmente observó en su dirección por un momento y luego disolvió con rapidez la mirada en la oscuridad de la calle, mientras seguía caminando unos centímetros detrás— Te recuerdo que soy un demonio, Melisa. Pero tampoco soy omnisciente.

— ¿Entonces cómo lo sabes?

Iba a ser muy incomodo si dejaba caer la verdad, pero ya había entrado en esa conversación.

— No necesito leer tus mensajes para saber tus pensamientos. Lo escucho directamente.

Ella detuvo el paso. Lo miró, incrédula— ¿Lees... mis pensamientos? —de pronto sintió cierto horror recorrerla.

Y el estómago se le empezó a revolver.




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