El martes, Melisa no logró escaparse de estudiar con Rouse. Ella sabía perfectamente que su agenda estaba vacía después de las clases de esa tarde, y que no tendría nada más que hacer.
Había preguntado muchas veces dónde estaba Adrien, pero personalmente Mel tampoco lo sabía. No lo creía invisible, como sospechaba en algún momento, pensó que en cuanto hubiera escuchado el interés de Rouse, habría aparecido, solo para llenarse el ego.
Cuando terminaron de estudiar –o más bien, cuando sacaron a ambas de la biblioteca porque ya era la hora de cierre–, el reloj marcaba aproximadamente las diez de la noche.
Melisa recogió las cosas en su bolso y salió del plantel. Caminó a su casa con los auriculares puestos. Y como solía ocurrir a altas horas de la noche por esa zona, las calles estaban casi desiertas.
Después de quince minutos de caminar lo más rápido que sus piernas le permitían, a pocos metros de llegar a la puerta de su casa, sintió esa incómoda sensación de estar siendo observada; alguien la vigilaba desde lejos, bajo la oscuridad que proyectaba un árbol.
Se quitó uno de los audífonos por si el sonido del ambiente le ayudaba a identificar mejor su entorno. Luego, apagó la música.
Se plantó, entrecerró los ojos para enfocar mejor la figura en las sombras. Se maldijo por no llevar sus lentes puestos, que ahora yacían inútiles guardados en su bolso.
«Adrien», pensó. «¿Otra vez con tus juegos bobos?». La silueta avanzó en dirección a ella, con seguridad. Por un momento creyó haber acertado, que Adrien había escuchado su pensamiento y se estaba acercado. Y ella se estaba preparando para contestarle de forma burlona.
Pero la idea desapareció tan pronto como vino, cuando vio el rostro de aquél hombre.
Retrocedió.
Pero sus piernas se tensaron y permanecieron quietas en el lugar; le estaban traicionando.
— Oye, Mel —se acercó a ella rápidamente.
En su expresión había una sonrisa de satisfacción. Le estaba divirtiendo la situación, y Melisa no tenía hacia donde correr, él tapaba la entrada de su casa. No sabía si sería lo suficientemente veloz para abrir la cerradura y entrar antes de que pudiera reaccionar.
Logró llegar hasta posicionarse frente a ella y agarró bruscamente su brazo— ¿Dónde vas, eh?
Miró sus ojos, tenía las pupilas dilatas. Evidentemente estaba bajo el efecto de alguna sustancia, y no olía a licor.
— ¿Qué mierda haces aquí? —preguntó entre nerviosa y enojada.
Intentó safarse pero le clavó los dedos con más fuerza y la sacudió con violencia para que se detuviera— Súeltame.
— ¿Acaso fue una orden la que escuché salir de tu sucia boca? —replicó con desprecio—Nos has estado ignorando desde hace ya varios días. No me parece muy educado de tu parte, ¿no crees?
Al mirarlo le llegó un recuerdo tan fresco que aún le producía temor.
— ¿Qué quieres? —preguntó entre dientes, con una ira contenida.
— Ya sabes lo que quiero —sí, lo sabía. Y en su mente resonaba cómo se sentía tan estúpida de haber confiado en que esto no pasaría, odiaba lo predecible que era la situación—. Verás —continuó—, nuestro presupuesto no alcanza para mucho. Necesitamos llevarla a una clínica.
Thomas, a tan poca distancia, desprendía un aroma a lo que, más tarde, descubriría que probablemente era marihuana. Melisa no se había dado cuenta de que estaba conteniendo el aliento hasta que lo sintió en los pulmones.
— ¿Y bien? —dijo ella sin darle importancia, aunque la tensión aún le recorría la columna.
Podría jurar que sentía su piel irritarse al contacto con la presión de sus alargados dedos que permanecían apretándole el brazo.
— "¿Y bien?" —repitió entre risas— ¿No pretenderás quedarte sin aportar a la causa, verdad? —se acercó más, provocando que ella alejara su rostro—. Tienes empleo. Esperaba un 35% de tu sueldo. Eso debería estar bien hasta que se recupere.
— ¿Esperabas? —preguntó, con asco evidente pintado en su rostro— Lo lamento. No puedo ofrecerles ningún aporte monetario en estos momentos. Necesito todo mi dinero.
Aprovechó el instante en el que él se distrajo para soltarse. Se frotó la piel, seguro tendría un hematoma para mañana. Evitó cruzar de nuevo la mirada con la de él, no quería seguir con eso, pese a que sabía perfectamente que no se iría sin el dinero.
Ella fue hasta su puerta, pero Thomas no estaba dispuesto a dejarla ir— ¿Estás segura de eso? —preguntó, en un tono que intentaba ser intimidante
— Tengo deudas que pagar —respondió. Sentía un leve temblequeo en sus dedos.
Thomas se cruzó de brazos a espaldas de Melisa. Observando cómo la inquietud le impedía insertar bien las llaves en la cerradura.
— ¿Y cómo es eso, primita? —hablaba con tranquilidad—. Hasta donde yo recuerdo, mi madre se ha encargado de cuidarte cuando todavía eras un parásito para nosotros —se aproximó lentamente—. ¿Vas a pagarle de esta forma?
— Tu madre —dijo, logrando girar finalmente la llave— no era mi niñera. Yo era su maldita sirvienta, y tambien la tuya. Yo me cuidaba sola —abrió la puerta.