Melisa seguía fija en el panorama. No debería preocuparle, considerando que Thomas estaba recibiendo un castigo justo por todo lo que había hecho, y en realidad incluso así no recompensaría el daño en su vida. Pero de cualquier modo, lo hacía; sentía culpa.
Había una parte de ella que sentía cierta empatía, y se odiaba profundamente por ser de esa forma. Su pasado y su parte lógica le decían que necesitaba dejar que Adrien continuara.
Y aunque las imágenes invadían sus pensamientos, recordando que había sido sujeto de humillaciones tantas veces, dejándola vivir en un constante estado de alerta.
No pudo.
— Basta, Adrien —logró articular, pero su voz resonó en el silencio.
Su corazón latía con fuerza mientras consideraba su conflicto entre su deseo de venganza y su humanidad.
Adrien, sin embargo, sentía que ya no podía contenerse. Estaba inmerso en la satisfacción de la escena. Se quedó inmóvil, sin responder, atrapado en el momento.
— Te he dicho que pares —levantó la voz hacia el vacío.
Finalmente, Adrien la miró. Aún había un intento de contención, pero estaba ligeramente más tranquilo. Regresó el color de sus ojos, no obstante, Mel seguía escuchando los murmullos incoherentes de Thomas haciendo eco en el ambiente.
Su expresión se suavizó, se volvió menos demoníaca y más serena. Al dejar de emitir tan oscura aura, la temperatura del ambiente empezó a disminuir junto con ella. Fue cuando Melisa lo asoció de inmediato y comprendió que el calor no lo había provocado su cuerpo.
Thomas soltó una tos, leve al principio, pero rápidamente comenzó a carraspear con mayor fuerza, parecía que estaba intentando expulsar algo. Siguió así hasta que progresó a las arcadas.
Parecía haber salido del transe, sin embargo conservaba el pánico en su rostro. Se quedó agachado, examinando el suelo por un momento, esperando recomponerse. Una vez que volvió en sí, giró levemente la cabeza para mirarla.
Estaba pálido. Y solo él pudo sentir eso, ya que apenas traspasaba la luz de la luna por la ventana y no se dislumbraban más que siluetas.
— Quiero que te largues de mi casa —le dijo Melisa con voz serena
— Q-qué —tartamudeó Thomas apenas— Con quién —intentaba continuar, pero daba tropiezos con las palabras. Respiró profundo. O lo intentó, dado que su ritmo respiratorio se había desregularizado y podía sentir el corazón subirle por la garganta— ¿En qué carajo te has metido?
Adrien prestó atención a la conversación y siguió observando en silencio, listo, en caso de que necesitara interponerse si fuera necesario. Aunque, lo dudaba.
— ¿No me escuchaste? —repitió Mel, manteniendo la calma—Parece ser que no entendiste.
— ¿Con quién... mierda estás asociada? —replicó Thomas, inclinándose en su dirección, con evidente esfuerzo— Maldita.
Adrien dio una pisada fuerte contra el cemento, recordándole su presencia. Melisa tampoco podía oirlo, pero vio a Thomas sobresaltarse. Notó tambien cómo intentó retener su miedo para no mostrarlo, en vano.
— Y qui... ¿Quién eres tú? —le preguntó con voz temblorosa, a pesar de que Adrien ya había eliminado todo rastro de malicia en su expresión.
Esto le entretenía mucho.
Melisa dió un suspiro, todavía quejumbrosa— Es la última vez que te lo voy a pedir, Thomas —la vió de regreso y de nuevo hacia Adrien.
Le costaba decidir si dejar de observarlo. Era difícil apartar la vista de él, pero era aún más complicado dejar de mirarlo—. Quiero las llaves —le ordenó ella.
El tipo estaba aterrorizado, pero se veía claramente el orgullo en él. Buscó con desesperación en sus bolsillos, mas no encontró nada.
Adrien reparó en lo estúpido que se veía y decidió actuar; metió las manos en el bolsillo de Thomas por su cuenta. Él se quedó quieto ante el tacto. Al sacar las llaves las sostuvo en el aire y las soltó para que el inútil pudiera tomarlas.
Las recibió y, con un miedo palpable, se las lanzó a Melisa. Luego, dirigió otra vez su vista a Adrien, quien había apoyado su brazo en la pared, entretenido.
Thomas temía que lo tomara desprevenido y volviera a hacer lo de antes, por eso es que no le quitaba la vista de encima.
— Ok —dijo ella—. Ahora vete de aquí —le señaló la puerta con una voz que dejaba claro que no había espacio para más protestas. Todavía se sostenía con dificultad.
Él no respondió.
Al ver su debilidad y el hecho de que la seguía ignorando, se armó de valor— Estoy hablando contigo, imbécil —insistió, él giró su cabeza hacia ella—. No quiero —remarcó esas palabras— que vuelvas a poner un pie en mi casa, ¿me escuchaste?
Thomas siguió sin emitir sonido alguno. Ni asintió ni negó. Pero hizo un intento torpe por levantarse como pudo. Se movió con pesadez, evitando el contacto visual con aquél ser demoníaco, que aún permanecía a unos centímetros, mientras se divertía por dentro. Cuando pasó por su lado, Adrien extendió el brazo para abrirle la puerta.
Ignoró el gesto y salió, procesando lo que acababa de ver.
— Supongo que estás aquí, ¿no? —preguntó Mel una vez que la puerta se volvió a cerrar, llevando su pierna con dificultad hacia el sofá. Tiró su peso sobre el asiento como si no le perteneciera.