Estaba completamente sola. Sola con la ebriedad nublándole el juicio. Su mente divagó por sus recuerdos, en contra de su voluntad, mientras el sueño la vencía. Intentó resistit, consciente de que si se quedaba dormida con los pensamientos activados, continuarían persiguiéndola dentro de sus sueños.
Pero no pudo. Sus ojos pesaban y sentía un picor de incomodidad en ellos hasta que, por fin, se quedó dormida, tendida en el sofá con la mitad de su cuerpo en el vacío.
El alcohol había subido a su sistema, elevando su presión y haciéndole perder la noción de la temperatura en el ambiente, que iba descenciendo a medida que se avanzaba la noche.
Entre somniloquios y movimientos involuntarios, lanzó su propia mano hacia el aire, dejándola caer sobre la mesa, donde reposaba su copa todavía un poco llena. El vidrió rodó hasta caer el piso, rebotó unas cuantas veces y, en el último toque, se hizo añicos.
El sonido la trajo de vuelta de inmediato. Analizó lo ocurrido y vio los fragmentos regados por el suelo. Todavía estaba muy mariada, y en ese estado le pareció buena idea ir por una escoba y recoger el desastre.
Se fue a la cocina con dificultad y luego volvió. Se detuvo a observar lo que había pasado. No podía barrer los vidrios si había líquido derramado, le estaría dando más trabajo a su yo del futuro con el cochinero que iba a dejar.
Terminó por decidir que era una mejor opción recogerlos con la mano. Se acuclilló cerca del recogedor y fue depositando, con mucho cuidado, vidrio por vidrio.
¿Pero qué clase de cuidado se podía esperar exactamente de alguien cuya consciencia estaba entorpecida por las sustancias?
Atolondrada por los mareos, el cuerpo se le venció hacia un costado. Antes de caer, divisó cómo los vidrios del piso se le insertarían en las piernas, y por instinto colocó su mano para sostenerse y evitarlo.
Lógicamente, se le enterró un pedazo en la palma izquierda, debajo del pulgar.
Probablemente el alcohol actuaba como una buena anestesia, porque no sintió casi nada al retirar el trozo con la mano dominante. Analizó el corte detenidamente, pero luego ya no le prestó importancia. Terminó de llenar el recogedor y lo llevó hasta la cocina, para mantenerlo alejado de ella mientras no estaba en completo uso de sus facultades. Ya se encargaría de eso luego.
Aprovechó que estaba dando una vuelta por allí para revisar la caja de medicamentos. Con un razonamiento poco sensato, tomó una venda y la envolvió sin limpiar la herida primero. Además, claro que el alcohol seguía haciendo su trabajo como una especie de analgésico, porque el corte no parecía superficial.
Cuando terminó de asegurar la venda con un broche, se fue a su habitación y se lanzó sobre la cama para seguir durmiendo. Era la una de la mañana.
Adrien decidió volver cuatro horas después.
Primero, hizo su aparición en la sala, donde encontró la botella de vino en el piso y el líquido aún regado. Luego, se dirigió hasta su habitación y la halló dormida, con una expresión incómoda. Así que se sentó en el escritorio, analizando la situación.
Melisa se despertó hasta otras cinco horas más tarde, a partir de allí. Cuando lo hizo, la cabeza le reventaba; nunca se acostumbraría a eso y aun así nada le impedía volver a caer en afán de tomar otra botella después.
Al incorporarse vislumbró, entre la visión borrosa por no llevar sus lentes –y de hecho no tenía idea de dónde los había dejado–, a Adrien sentado en su escritorio.
— ¿No podías irte por un poco más de tiempo? —preguntó, apenas le salía la voz. Se tomó la cabeza entre las manos en un intento de opacar la presión que sentía.
Necesitaba algo frío para calmar el dolor, pero le pesaba ponerse de pie.
Adrien no respondió a la pregunta, en cambio vio detenidamente, y con extrañeza, la venda que la cubría. La tela estaba manchada de sangre.
— ¿Qué pasó con tu mano? —inquirió
Ella miró la mano que se encontraba sosteniendo su cabeza— Solo fue un corte.
No había sentido la punzada sino hasta que se fijó en ella. La analizó mejor. No recordaba muy bien cómo se había hecho eso exactamente, y recordaba menos habérsela envuelto con algo encima.
— ¿Y ese corte se hizo solo?
— No lo sé... —confesó—. No lo recuerdo con claridad.
— ¿Me estás diciendo que no recuerdas nada entre que bebiste y te cortaste?
— ¿Ahora crees que eres mi padre o algo así? —cuestionó ella
Él se quedó unos momentos en silencio— Eres tan infantil, ¿sabes?
Finalmente Melisa decidió levantarse de la cama. Fue hacia el baño para poder asearse, en lo que Adrien esperaba desde su escritorio y estudiaba las cosas.
¿Estaba arrepentido por haberla dejado sola? Probablemente, pero por qué.
Ciertamente estaba pensando en que ese corte no estaba ahí por casualidad. Y si tal vez ella, por alguna razón, decidiera terminar con todo esto por su cuenta, él ya no tendría poder sobre su alma al atravesar el umbral, sola. Y si la buscaba nuevamente, no creía que podría volver a en contrarla.
¿Verdad que era por eso? Definitivamente tenía que ser esa la razón que explicaba su preocupación.