Almas carmesí

16 | Paratimia

Un sábado, Melisa tenía turno completo en Fresde. Se encontraba frente al mostrador atendiendo a la multitud de clientes que entraban y salían. Supuso que Adrien estaba cerca, imperceptible a su vista. O desaparecido, como había estado haciendo.

Pero efectivamente, él estaba sentado en el suelo, con las piernas estiradas y los brazos sobre ellas, detrás de una mesa del fondo. Sorbía una bebida helada que no pertenecía al local, y que Melisa tampoco podía ver.

Observaba cada una de las personas que ingresaban mientras mordía la cañita de metal. Le divertía entrar en sus cabezas y conocer las estúpideces que pasaban por allí. Le habría gustado poder enterrarles pensamientos, pero esa habilidad no la tenía desarrollada.

Y no pensaba mucho en eso; no le gustaba recordar que era inferior en algo.

Los fines de semana lógicamente era cuando las personas más hacían uso de su tiempo, con su familia o con parejas. Por ende, era el día más cargado para Mel. Especialmente hoy, que la gente celebraba a los niños y Fresde estaba repleto de criaturas revoltosas que gritaban y pedían cosas a sus padres.

Sentía el sudor acumulándose debajo de su ropa, incomodándole al hacer movimientos. El caos del ambiente tampoco es que la ayudara mucho.

Miraba el reloj del computador cada tanto, lamentándose al descubrir que el dígito apenas avanzaba. El barullo de personas la estaba atormentando. Cada grito se sentía como una pequeña aguja en su cabeza.

Amy estaba atendiendo una de las pocas mesas del local, en tanto Melisa se encargaba de los pedidos externos y el cobro. Por suerte, el lugar era pequeño; de no ser así, no habrían sentido los brazos de tomar esa cantidad de órdenes, ni las piernas, por estar tanto tiempo de pie.

Terminó la atención de un cliente cuando Amy se acercó a ella, tenía el teléfono en la mano y un aspecto de preocupación que Mel no pudo ignorar.

No le gustó su expresión en lo absoluto

La miró con súplica antes de hablar. Ella respiró hondo y le indicó con la mano que procediera.

— Hubo un problema en mi universidad con respecto a la entrega de mi tesis —dijo, mostrándole un correo en el teléfono.

A diferencia de Melisa, quien apenas iba iniciando el tercer año, Amy ya estaba por graduarse, y últimamente tenía que ausentarse mucho en el trabajo por registros y papeleos. Eso sifgnificaba una retribución extra para la cuenta bancaria de Mel, y normalmente eso le habría subido un poco el ánimo, de no ser porque justo ahora, dejarla sola la terminaría de matar.

—Pero solo somos tú y yo hoy. Y los sábados, particularmente hoy —le recalcó—, hay mucha gente. ¿En serio vas a dejarme sola?

En ese momento, un señor llegó a la caja. Melisa se dispuso a atenderlo mientras Amy esperaba a que terminara para continuar hablándole.

Sabía que era un poco egoísta irse ahora, pero no podía dejar pasar ningún error en su papeleo. Eso podría provocar que se retrasase o aplazasen su proceso de aprobación. Y aunque necesitaba el dinero y estimaba a Melisa después de algunos años de trabajar con ella, su carrera siempre sería lo más importante.

Sin embargo, eso no le quitaba la culpa— Solo serán treinta o sesenta minutos. Lo prometo. Igual te lo compensaré—Melisa la miraba, sabiendo internamente que no se negaría, pero le costaba aceptar esa decisión con el bullicio de fondo llenándole los oídos. Amy se sacó el mandil y los puso en las manos de su compañera por encima del estante—. Por favor

— De acuerdo —tomó el mandil para dejarlo guardado debajo—. Pero trata de volver lo antes posible, ¿sí? —ella asintió y se fue.

La gente seguía aglomerándose y Mel empezó a sentir que sus brazos no podían más. Tenía que atender las mesas y al mismo tiempo intentar cobrar. Le resultaba imposible manejar ambas tareas a la vez.El dolor de cabeza empezaba a instalarse y la desesperación de los clientes no hacía más que intensificar su ansiedad.

Al menos no tenía que preparar las cosas, solo sacar todo de su empaque y entregarlas. A lo mucho se tardaba medio minuto rellenando los vasos de jugo. O eso era lo que se repetía una y otra vez a modo de consuelo.

Al finalizar el pedido de una mesa, fue hacia el almacén a buscar vasos, ya se le habían acabado. Tiró una caja por los nervios que tenía encima, pero la dejó estar. La recogería después cuando las personas no estuvieran descociendo los hilos que la mantenían en calma.

Regresó a la caja. Había dejado a una clienta detrás de la vitrina mientras esperaba un café americano y tres sándiwches de jamón y durazno que se estaban calentando en el microondas. Melisa abrió la puerta del microondas, sintiendo el vapor en su rostro, y se apresuró a colocar el contenido en un recipiente.

Lo terrible era que, junto a esa señora, se encontraba un niño de aproximadamente tres años que no dejaba de gritar, levantando lo brazos hacia su madre. Su impaciencia comenzaba a ser palpable.

Pero desde luego, era del tipo de persona que desquitaba su frustración con los que tenia a su alrededor.

La mujer se acercó al estante, sus ojos centellaban con desagrado— ¿Qué tanto estás demorando? —le dijo de forma grosera, tratando de tomar ambos brazos del niño que estaba con ella, para que dejara de saltar. Pero su energía era inagotable y parecía ajeno a la tensión de la situación.

— Lo siento —respondió Melisa—. Tenía que buscar los vasos descartables en el almacén—dejó su envase con el pedido dentro del mostrador, para que la mujer lo pudiera tomar.

Mel procedió a escribir los productos en el computador lo más rápido que sus articulaciones le permitían

—No se supone que debas estar holgazaneando. Me tienes esperando como estúpida desde hace un buen rato.

Melisa regresó para mirarla. No tenía tiempo de discutir con personas que ni siquiera conocía. Pero no soportaba que la tratasen de esa forma sin una justificación real.

— No estoy holgazaneándo. ¿Sí se da cuenta de que soy la única en el turno, no? —sus palabras salieron firmes—. Además, solo fui un par de minutos. No sea exagerada.




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