Amy llegó una hora y media después de eso, tenía el rostro enrojecido por la prolongada exposición solar.
— Un poco tarde. Perdóna, Mel—se disculpó— La fila para la atención del trámite casi cruzaba hacia la otra acera. De verdad, te pido una disculpa, no creí que tomaría tanto tiempo.
Melisa, que ya había encontrado la solución a sus problemas, sonrió— No te preocupes —respondió—. El montón de gente está empezando a bajar.
Y tenía razón, aunque todavía había gente, el barullo inicial había cedido. Fresde ya no se hallaba tan atestado de personas.
En ese momento, Adrien apareció, regresando con una bandeja vacía en las manos. Dicho sea de paso, para Melisa había sido un espectáculo y se aún se mantenía divertida al verlo trabajar como un empleado más. Se imaginaba qué opinarían aquellas personas al saber que estaban siendo atendidos por el mismísimo hijo del diablo.
Amy le vio cruzar hacia el mostrador, y se quedó mirando mientras él sacaba vasos y platos de los estantes— ¿Tú quién eres? —preguntó.
Adrien volteó en su dirección, chocando con su mirada. Para Amy, sus sentidos se desconectaron. Por suerte las piernas actuaban por mecanismo automático, se habría caído sino. Y poco le faltaba.
— Soy un estudiante de intercambio en la universidad de Melisa. Mi nombre es Adrien —midió cada palabra mientras sostenía la mirada.
— ¿Adrien? —lo inspeccionó de arriba a abajo sin poder disimularlo muy bien—. ¿Eres amigo de Mel?
Lo pensó— Supongo que... podría decirse así
— Yo le pedí que me ayudara —explicó Melisa mientras ordenaba los pedidos en un tablero. Tomó un recibo y un vaso con jugo—. Eran demasiadas personas. No podía con todo yo sola —selló el vaso, lo colocó en una bolsa y se fue para dejarlo.
— ¿Y no quieres trabajar aquí? De hecho, nuestra jefa estaba buscando personal, yo creo que encajarías—dijo Amy, ignorando, claro que sí, lo que dijo Melisa.
Todo apuntaba a que la naturaleza de Adrien ya la había atrapado, aunque ella misma no entendía por qué y sentía algo extraño pero no quería darle importancia.
Él le respondió con una sonrisa que acentuaba su rostro. Era inexplicable lo que Amy sentía al mirarlo— No. Trabajar no es lo mío —respondió con desinterés, y se sacó el mandil por la cabeza luego de desatarlo. Se lo extendió—. Es solo que Melisa necesitaba la ayuda de alguien. De lo contrario, seguro le habría dado un ataque.
Amy abrió los brazos para recibirlo—Sí, a veces suele ser muy terca con esas cosas —se giró para mirarla con la vista periférica, pero regresó inmediatamente a él, como un imán. Y no podía evitarlo, tampoco quería—Pues entonces, gracias por haber ocupado mi puesto.
— No es nada —le dijo.
Al recibir el mandil, rozó levemente la palma de su mano, se quedó quieta. Hipnotizada, como esperaba él. Estaba satisfecho de poder leer lo que pensaba en ese momento.
Melisa, que había ido a tomar más pedidos, volvió para registrar un cobro y los encontró, estorbando su camino.
— ¿Qué les ocurre?
— Creo que se quedó algo aturdida —dijo Adrien.
Amy reaccionó ante su comentario, parpadeando más de lo necesario— Lo siento, es que —trató de buscar una respuesta y se amarró el cabello para colocarse el mandil y continuar con su trabajo pendiente—. Solo me distraje con algo. La verdad no sé muy bien qué me pasó. Gracias por la ayuda, ¿sí?—repitió, e ingresó detrás del mostrador para continuar entregando los demás pedidos.
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Cuando terminó su turno, un poco antes del anochecer, Melisa llegó rendida a su casa, y sin perder tiempo había ido directamente a echarse en la cama, era como si su cuerpo pesara una tonelada. Llevaba parada por horas sin mucho descanso, sus piernas empezaban a arder, le estaban matando y el cansancio le pasaba factura.
Cerró los ojos por unos minutos, disfrutando de su paz, el aroma del edredón y la oscuridad de su cuarto. Después de un rato en silencio recordó que aún tenía que estudiar y hacer un informe para la universidad. Así que se levantó antes de que se pudiese quedar dormida, no podía darse ese lujo, aunque su cuerpo le pedía a gritos que no se moviera más.
De un momento a otro notó el silencio profundo, más de lo habitual. Miró alrededor como en busca de algo y cayó en cuenta, Adrien no estaba por ningún lado. Y no volvió el resto de ese día.
Pasó todo el tiempo ocupado en sus propios asuntos.
Y ella tuvo que esperar a lo largo de la noche para saciar la curiosidad que estaba acostumbrada a carcomerle.
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Era domingo al siguiente día, la luz del mediodía entraba por la ventana y Mel estaba en la cocina preparando palomitas cuando Adrien llegó detrás de ella.
Mel admiraba a través del vidrio, cómo las palomitas explotaban dentro de la olla, saltando como si tuviesen vida.
Sacó un plato que tenía papas fritas del refrigerador mientras esperaba para calmar toda su hambre. Ya había sentido la presencia detrás de ella, pero no necesitaba voltear para confirmar de quién se trataba.
Quería preguntar pero ya sabía que la respuesta sería vaga. De todas formas, lo hizo— ¿Tú también trabajas o por qué desapareces así, algunas veces, sin explicación? —se llevó una papa a la boca. En realidad no le gustaban mucho, pero le saciaban y además le gustaba sentir su textura crujiente.