Era día libre. No tenía clases, ni trabajo. Y eso provocaba que la fatiga se apoderara de ella, impediéndole siquiera levantarse del mueble para ir a la cocina a preparar algo de almuerzo. Había pasado las últimas hotas observando la telvisión, pero su mente apenas registraba lo que estaba viendo.
Pensó que podría aguantarlo, hasta que su estómago empezó a sonar en protesta, acompañado de una leve molestia que se extendía como un ardor en su interior, probablemente porque el ácido gástrico se estaba generando a pesar de que no había ingerido nada.
El día anterior a ese tampoco es que hubiera comido muy bien que digamos.
Adrien, desde el sofá frente a ella, no dejaba de mirarla— ¿Tienes hambre?—preguntó, interrumpiendo el intento de Mel por ignorar su malestar.
— Basta, deja de leer mis pensamientos.
— No necesito leer tu mente para saber que no has comido nada
Melisa tenía mucha fatiga para cocinar, y no tenía energías para discutir. Era obvio que necesitaba comer, pero cocinar le parecía un gran esfuerzo en ese momento.
Cuando terminó de darle vueltas en su cabeza, pensando en sus opciones, se levantó con desgana y cogió las llaves de la pared— Saldré a comprar comida —revisó el bolso para confirmar que tuviera su billetera con ella—. No quiero que me sigas, volveré en un par de horas.
— ¿Y crees que voy a dejarte salir sola?
Se detuvo para girarse hacia él— No eres mi guarda, no tienes que cuidarme. No es necesario que estés cerca de mí todo el tiempo.
Tenía los brazos estirados sobre el sofa— No te estoy cuidando, solo quiero cerciorarme de que no hagas tonterías
Mel rodó los ojos hacia los costados ante la ironía de sus palabras— Eso es... justamente la definición de cuidar a alguien.
— No es lo mismo. No lo hago por tu bien precisamente, lo estoy haciendo por tu alma.
— En fin, no soy una niña. Te dije que no me siguieras —avanzó hasta la puerta y salió apresurada, cerrándola de golpe tras ella.
Adrien se quedó mirándola por un instante, dejándole la afectividad ligeramente malhumorada, pero no hizo nada al respecto.
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Melisa tardó más de lo que esperaba. El sol golpeaba fuerte, quemándole la piel y drenándole lo que le quedaba de energías a cada paso. Sentía que se lentificaba su marcha. Y aún así se negaba a tomar un taxi.
También fue muy indecisa por saber qué tipo de comida quería y había estado dando vueltas entre diferentes opciones.
Volvió a su casa después de tres largas horas, Adrien seguía exactamente en el mismo lugar donde lo había dejado. Sus ojos la siguieton mientras dejaba las bolsas sobre la mesa frente al sofa.
Se dejó caer en el asiento y se dispuso a abrirlas sin decir nada. Dentro había cajas comida china, aún cálidas.
Adrien estiró un poco el cuello, sin cambiar su postura— ¿Tres horas solo por comida china?
Ella lo ignoró deliberadamente, no quería darle la satisfacción de una respuesta porque le molestaba saber que le había estado calculando el tiempo que tardaba en regresar.
En lugar de eso, se concentró en ordenar los topers en la mesa, distribuyéndolos meticulosamente.
Encendió el televisor, ya era costumbre mientras comía, acomodándose con ambas piernas cruzadas encima del sofá.
El sonido de la televisión llenaba la habitación pero no era suficiente para romper el incómodo silencio entre ellos.
Adrien solo podía observar en silencio cómo se llevaba los fideos chinos a la boca. Siguiendo cada movimiento pensó, ¿qué era lo apetecible de eso? No es que le pareciera asqueroso pero al analizarla por un buen rato, parecían gustarle demasiado esos pedazos de masa en forma de tiras.
¿Cómo es que podía saciar su hambre con eso? A veces, los comportamientos mortales se le resultaban desconercatantemente simples, y a veces esa simpleza llamaba su atención.
¿Pero por qué le llamaba tanto la atención? ¿Eran los fideos o acaso era ella?
No. Solamente era la primera vez que pasaba tanto tiempo con una mortal. La veía como un entretenimiento y le causaba curiosidad cada cosa que hiciera. Podía quedarse ahí todo el día contemplándola, inmóvil, como alguien que se entretiene viendo animales en zoológico, a los mortales les atraería incluso ver cómo aplaude un gorila.
Eso era Melisa para él. Un entretenimiento ¿Cierto?
Se intentaba convencer de ello sin quitar su mirada de encima.
Terminó de deglutir— ¿Podrías... irte? —La pregunta lo tomó desprevenido—. Es raro que estés solo observando mientras como.
Negó con la cabeza—. Debería asegurarme de que no empieces a beber de nuevo—mentira, qué excusa barata. O bueno, era verdad hasta cierto punto.
— ¿Estoy en un jodido centro de rehabilitación? —dejó caer el tenedor, haciendo ruido al chocar contra el toper.
— No. Pero es verdad que eres una adicta.
— No soy adicta, deja de decir eso —la verdad, era la primera vez que alguien le recriminaba tanto esa cuestión, y ya se estaba cansando.