Pronto, Sandra se cansaría de golpear y gritar tras la puerta y se marcharía justo antes de que Adrien decidiera hacer algo que la perturbara.
Lástima. Tenía muchas ganas.
Se había movido hacia la sala de estar al escuchar leves sollozos apagados que provenían de la habitación. No estaba seguro de qué hacer en ese momento, no era precisamente el ser indicado para brindar apoyo emocional.
Además, tenía una oportunidad perfecta para martirizar a alguien que se encontraba en un estado tan frágil. Era mucho más sencillo romper una mente que ya estaba vulnerable. Pero, curiosamente, ni siquiera lo había considerado ni por un segundo.
Probablemente era la lástima que había sentido al verla quebrarse frente a su madre. De cualquier forma, decidió que no iba a involucrarse en ello.
Melisa, mientras tanto, permanecía quieta con el único sonido de su respiración; había dejado de llorar. La noción del tiempo se le estaba escapando de las manos, y cuando por fin se permitió volver a conectarse a la realidad, eran cerca de las cinco de la mañana.
Se despertó, pero todavía permanecía inmócil, en posición supina, apreciando la lámpara que colgaba de su techo, mientras seguía el diseño circular con su mirada sin un propósito real, y se hundía en la pena.
No tenía nada más en qué aferrarse. Se resignó a que su mente proyectase sus problemas y la atrajera hacia ellos. Sus pensamientos se mezclaban libremente en un torbellino de dolor.
Se quedó un par de horas en la misma posición, ignorando una serie de recuerdos ásperos que venían en oleadas como tsunami, hasta que la trajo de vuelta el sonido de su teléfono.
Recibió una llamada de Rouse.
Al parecer, su clase de antropología comenzaba dentro de poco y evidentemente ella no estaba en el campus, obviamente no llegaría a tiempo. Tampoco le apetecía ir, por lo que le atinó a justificarse con una gripa y después colgó.
La excusa más vaga y pobre que alguien podría dar.
Dejó caer su teléfono junto con su brazo, en la cama, aún mirando hacia arriba, sin enfocar la vista en un punto en particular. Podía seguir llorando, pero se sentía bastante débil para sacar lágrimas de sus ojos. Estaba vacía.
— Oye, ¿estás bien? —le escuchó decir desde la puerta. Mantenía un tono bajo y neutro, como si no quisiera invadir demasiado. Siguió observándola por un momento. Melisa ni siquiera oía lo que decía, tampoco le interesaba. Estaba sumida en lo suyo, envuelta en un agotamiento mental. Él dio unos pasos más— ¿No te piensas levantar de ahí?
— No tengo ganas —fue lo único que dijo, casi murmurando, su voz se perdió en el aire. No apartó su vista del techo.
Adrien decidió acercarse todavía más, con pasos silenciosos, hasta la silla giratoria frente al escritorio— ¿No se supone que tienes que ir a la escuela hoy?
— ¿Te refieres a la universidad? No. No lo creo —respondió con desgano—. Iré después.
— ¿Y dices que tienes... un resfriado?
— ¿Por qué tienes que escuchar mis conversaciones? —preguntó, con la irritación filtrándose por su voz.
— Estaba afuera de la habitación —señaló en dirección a la puerta, aunque ella no lo estaba viendo—. Era inevitable escucharla.
— ¿Y qué haces fuera de mi recámara como si fueras mi centinela?
— De hecho, estaba vigilando
— ¿Vigilando? —apoyó ambos brazos en la cama hasta incorporarse por completo. «Una flor marchita» pensó inmediata e inconscientemente al verla— ¿Vigilándome a mí? —ya estaba cansada de que siguiera sus pasos por todas partes como una sombra; como si ella fuera una niña a la que le habían dejado a su cuidado—. ¿Podrías dejarme en paz al menos un día?
— Noupe. No se puede.
— ¿Por qué no? —Él no iba a responder a esa pregunta—. Soy un adulto, no una débil criatura. Además, tengo suficiente ya con mi vida como para que me tengas que agregar más carga.
Mel sentía que las palabras se le atascaban, y verdaderamente no tenía energías para seguir discutiendo bobadas.
—Agh —resopló con enojo ante el mutismo—. ¿Por qué no puedes simplemente esperar a que venza nuestro plazo del trato para entonces recién venir y poder llevarte mi alma —tomó aire— y dejarme descansar mientras tanto?
Negó con la cabeza con una expresión imperturbable. Melisa se lanzó hacia atrás con fuerza, dejando que la almohada recibiera la caída de su cabeza.
— ¿Necesitas hablar? —preguntó Adrien.
Sí, de hecho, lo necesitaba. Había muchas cosas dentro de ella que necesitaba dejar salir. Pero era testaruda, no estaba muy segura de querer abrir esa puerta y no estaba dispuesta a compartir sus problemas, mucho menos con él.
— No. Lo que necesito es que te vayas.
No. no iba a hacer eso.
Mel tomó una almohada y la apoyó en su abdomen para rodearla con el brazo. De cierta forma, eso evitaba que sintiera la mirada inquietante de Adrien sobre ella.
— Te había dicho que no puedes simplemente ignorar el problema y esperar a que desaparezca por su cuenta, se volverá a manifestar y probablemente será peor, como ya lo está siendo ahora ¿Por qué te complicas todo? Podrías hacer las cosas más fáciles —añadió con una especie de sinceridad que la desconcertaba—.Lo que no sé es si lo harás.