El día que le siguió a ese, Adrien no estaba. Melisa pensó que había terminado por acceder a su petición de irde lejos, pero cuando fue a prepararse un café –que era para lo único que sus energías le permitían levantarse–, él reapareció como si nada.
No sabía que hacer. Mel había luchado internamente para decidir si quería levantarse para ir a clases o ceder a la tentacióm de quedarse aplastaba en la cama otra vez.
Sinceramente, no tenía intenciones de hacer absolutamente nada. Cocinar, estudiar, bañarse, todo le parecía agotador. Pero sabía que si permitía que la comodidad de las sábabas la absorbiera, sería tarde. Y una parte de ella se negaba a entrar en eso, así que decidió exigirse a realizar pequeñas acciones que la hicieran sentir mínimamente funcional.
Adrien estaba recostado en la pared viendo cómo se esforzaba de sobremanera solo para hervir el agua en la tetera.
— ¿Dónde estabas? —preguntó ella, sin pretender sonar autoritaria. Todavía le costaba un poco encontrar sus ganas.
Adrien pegó un pie a la pared para sostenerse— Estaba ocupado.
Lógico.
Era la misma respuesta vaga de siempre. Ni siquiera sabía por qué se molestaba en preguntar. No buscaba respuestas concretas, simplemente necesitaba romper el incómodo silencio, y cuesrionar eso ya se le estaba empezando a hacer costumbre.
— Entiendo —murmuró mientras mezclaba la esencia del café con el agua caliente, sin darle más importancia. Luego lo tomó, sin poder evitar fruncir el ceño por el amargo que hacía eco en su boca.
Adrien no quería volver a preguntarle por qué se estaba empujando a tomar esa estupidez. Así que lo dejó pasar.
Melisa dejaba entre ver un notable cansancio en su mirada con la sombra que se dibujaba en el espacio por debajo de sus pestañas inferiores. Su cabello esraba reseco por no haber sido lavado recientemente. Su cuerpo se inclinaba ligeramente hacia adelante y sus hombros estaban caídos, como si le pesaran, dejando ver como si estuviera encorvada. Además, sus movimientos parecían estar en automático.
— ¿No has dormido bien, verdad?
— Un poco —respondió sin mucha convicción
Sus ojos apenas tenían la fuerza para mentenerse abiertos, tenían apariencia taciturna y de hecho, sentía un ardor por la sequedad. Daba la impresión de que tenía las baterías agotadas.
— ¿De verdad no vas a decirme qué problema tienes?
— Ya te había dicho que no es asunto tuyo —tomó otro sorbo de su taza.
Chasqueó la lengua— Eres tan terca —musitó, casi como si hablara consigo mismo, pero lo suficientemente alto para que ella lo escuchara igual.
Tampoco podía forzarle a hablar.
Melisa tomó su teléfono, que estaba sobre la encimera, para comprobar la hora, dio un último sorbo a su café y dejó la taza en el fregadero. Luego fue hasta su habitación— No quiero que entres —le advirtió al llegar a la puerta—. ¿De acuerdo? Saldré en un momento.
Adrien la siguió con la mirada hasta ver la puerta cerrarse seguida del sonido del cerrojo.
Melisa volvió a abrir la pierta de su habitación luego de aproximadamente media hora y algo más. Al salir, vio a Adrien todavía de pie en la cocina. No le dirigió la palabra y solo se dispuso a caminar hacia la entrada de la casa.
Se había puesto un poco de maquillaje para intentar cubrir las marcas del mal sueño, pero su esfuerzo fue, en parte, inútil
La fatiga había impedido que hiciera un buen trabajo y todavía dejaba ver lo cansada que se sentía. A pesar de eso, traró de actuar con normalidad.
Al ver que tomaba su bolso y las llaves de su casa, preparándose para salir, Adrien decidió hablar— ¿Por qué no desayunas?
— Ya tomé un café —dijo mientras abría la puerta.
— Eso no es un desayuno
— Da igual, no tengo mucha hambre —cerró la puerta, cortando la conversación.
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El periodo de examenes parciales estaba a una semana de distancia, y a Melisa no podía importarle menos. Al llegar a clase, tomó asiento en el fondo del salón, como solía hacer siempre.
Se prometió a sí misma tratar de comprender el discurso de su docente, pero le fue imposible. Conforme empezó la clase, su mente ya había empezado a divagar hacia otra parte entre pensamientos desconectados, no estaba prestando casi nada de atención. Su maestra hablaba sobre algún tema que no llegaba a retener.
Se quedó únicamente por respeto, y probablemente por la asistencia.
Internamente se sintió mal por ello. Nunca se había imaginado ser ese tipo de estudiante, que solo iba por cumplir, sin un interés real. Sin embargo, no encontraba la motivación. En lugar de tomar apuntes de lo que se estaba dictando, se dedicó garabatear líneas sin sentido y rellenar los cuadritos que estaban, por defecto, impresos en su libreta.
Finalmente, después de dos horas que le parecieron eternas, tenía un receso.
Rouse se acercó a saludarla. Ella sí conservaba la misma energía de siempre, y eso le pareció un poco envidiable.
Saludó a Adrien también, a quien, por cierto, Melisa no había reparado en apreciar durante toda la mañana por haber estado encerrada en su mente.