Almas carmesí

28 | Comprensión

El teléfono de Melisa no paraba de vibrar por las llamadas que recibía, cada vez con más insistencia. Hacía que quisiera tirarlo al tacho de basura para no escucharlo más.

Desde luego, sabía que era su madre desde un número desconocido, lo sabía sin siquiera ver los mensajes, conocía el patrón.

Siguió ignorándola tanto como pudo.

Amy, que había estado limpiando mesas y atendiendo a los clientes, se acercó al refrigerador para tomar agua. El timbre seguía resonando en el ambiente.

— Oye, ¿no piensas contestar? —preguntó, dándole la espalda mientras tomaba un trago de su botella.

— No es importante —contestó Mel con amabilidad, en tanto entregaba tres gelatinas al cliente que tenía tras la cabina.

Amy dejó la botella en su lugar y cerró el refrigerador para tomar la franela nuevamente— Creo que he escuchado tu teléfono sonar como treinta veces en lo que comenzó nuestro turno.

— Lo sé, es algo molesto —se disculpó. Empezó a hacer un registro de pedidos en la pantalla—. Realmente no puedo hacer nada. Es mi madre, y siempre encuentra la forma de volver a coctactarme aunque la bloquee. Así que solo me queda ignorarla.

Amy la miró mientras limpiaba una mesa cerca a ella. Cuando terminó, se acercó para ordenar los postres dentro de la vitrina, en el mismo espacio en el que estaba Mel.

En verdad no había nada que ordenar, Melisa pensó que seguramente solo lo estaba haciendo como excusa para seguir charlando.

— ¿Por qué simplemente no dejas el móvil apagado mientras trabajas o cuando necesites que te deje en paz?

Melisa se quedó quieta con la mano levantada sobre la pantalla, como si el tiempo se hubiera detenido para ella.

— ¿Sabes qué? En verdad creo que no lo había pensado —sacó su teléfono del cajón donde lo había guardado para ahogar el ruido, y lo apagó. Se sentía avergonzada de no haber podido considerarlo antes.

Después descubriría por qué.

Amy dejó de ordenar por un momento y soltó unas risillas ligeras— ¿En serio no se te había ocurrido antes?

Levantó los hombros mientras continuaba su tarea en la registradora— Supongo que el hecho de buscar constantemente formas de evitarla hizo que se me pasara lo más obvio. Aunque tendré que encenderlo en algún momento y seguro que me atormentarán las notificaciones de los mensajes y llamadas perdidas.

— ¿Y por qué no le bloqueas el número también? —aunque Amy creyó que sería un poco grosero bloquear el número de tu propia madre, pero si Mel no contestaba, tal vez tenía sus razones—. No me digas que tampoco habías pensado en ello —le dijo al ver que Melisa estaba pensando en la respuesta.

— No es eso —respondió, mordiéndose las uñas—. La verdad es más complicado.

Su expresión se volvió pensativa— ¿Qué ha pasado para que quiera contactarte de esta forma con tanta persistencia?

Los pensamientos volvieron a su mente de manera involuntaria, recordando lo que le había dicho Sandra en la puerta de su casa y lo mal que la había hecho sentir.

— Eso también es complicado.

— ¿Qué fue lo hizo? —ahora su semblante se volvió en preocupación—. Puedes contármelo si quieres.

Y de hecho, Melisa no quería hacerlo. Pero no porque no quería que ella supiera, sino porque estaba tratando de hacer lo posible por mantener ese tema alejado de su cabeza.

Al final decidió por contarle de forma superficial. Quizá le sirviera de deshaogo.

— Es que —analizó bien lo que iba a decir—. Básicamente, se resume en que nunca hemos tenido una buena relación. Digamos que jamás me he sentido precisamente segura con ella, y en general dentro de esa casa —Amy la escuchó con atención, asintiéndo con la cabeza en señal de que entendía—. De hecho, podría jurar que he sentido más la necesidad de cuidarme de ella que de recibir su protección.

Ella no supo bien qué decir, no era muy buena con las palabras de apoyo. Había dejado de hacer su tarea, sorprendida por la revelación.

Una cliente se acercó al mostrador y Mel se dispusó a atenderla. Amy aprovechó ese tiempo para procesar el contexto que se le había brindado, sintiendo el peso de lo que acababa de contarle. Pero seguía sin saber cómo reaccionar, ella misma no tenía una mala relación con sus padres, le costaba trabajo caer en cuenta que existían vínculos así.

— Eso suena bastante difícil —dijo, una vez que Mel había terminado de atender.

— Lo es —dijo, mientras volvía enfocarse en la pantalla—. ¿Recuerdas que hace unas semanas falté al trabajo?

Ella asintió— Se me hizo un poco raro, sí.

— Bueno —suspiró, intentando elegir sus palabras—. Ella había ido a mi casa a... decirme unas cuantas cosas, y no me sentía bien. No pude con eso.

Amy tenía la vista baja, de verdad intenraba comprender— ¿Por qué fue hasta tu casa?

Mel había terminado de registrar, pero ahora que estaba contando algo personal se sentía inquieta. Fingió que ahora se ocuparía en contabilizar las monedas para no tener que enfrentar la vulnerabilidad que sentía al hablar de su familia.




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