Almas carmesí

29 | Renuencia

Desde aquella conversación, Melisa decidió tomar el consejo de Amy y mantener su teléfono apagado. De cualquier forma apenas lo utilizava y no le afectó tanto como pensaba.

Si necesitaba buscar algo realmente importante o comunicarse con alguien del trabajo o la universidad, siempre podía hacerlo desde la computadora, en donde también tenía la bandeja igual de llena con mensajes de su madre, pero al menos esta no vibraba.

Ese día Mel tenía solo medio turno. Y la rutina era la misma: Amy era la que se encargaba de atender la caja por la mañana, y luego Melisa tomaría su lugar hasta las cuatro. Mientras tanto, estaba ocupada haciendo el inventario de los nuevos insumos en el almacén que habían llegado temprano.

Esa parte era la que más odiaba. Tenía que mantener su concentración para no petder la cuenta mientras anltaba con el bolígrafo en la lista, de lo contrario empezaría a contar de nuevo.

Y lamentablemente eso fue lo que ocurrió. De repente escuchó gritos provenientes de fuera del almacén, pero dentro del local. Se detuvo para escuchar mejor, pero no podía entender lo que decían.

Los gritos se apagaron un poco. Pensó que la situación se había calmado. Sin embargo, Amy ingresó a pasos apresurados, sus ojos lucían bastante preocupados y estaba ligeramente nerviosa.

— ¿Qué pasa? —cuestionó Mel

— Tu madre está aquí —soltó las palabras, y Melisa el tablero—. Entró gritando a la heladería.

Mel sontió una oleada de calor en el rostro.

— Sí, sí oí eso —murmuró—. No puede ser —fue lo único que alcanzó a decir.

Nunca habían llegado a este punto. Siempre habían tratado de confrontarla en su casa. Claro que había pensado en la posibilidad de que algo así ocurriera, pero nunca se había cumplido.

Al haber cruzado esta raya, significaba que se habían dado entrada y lo harían de nuevo. Y si eso se repetía, podrían perjudicar su trabajo, si es que no lo estaba ya.

— Se está negando a irse hasta que te vea y está armando un escándalo —continuó, tragando saliva, todavía un poco agitada.

— Dile que no es mi turno de trabajar hoy

— Ya se lo dije, pero no quiere irse. Dice que conoce cuál es tu horario.

Una combinación de vergüenza y rabia la invadieron— Dios mío, está loca —miró al suelo, como si la respuesta estuviera en las baldosas. Trataba de tomar una decisión.

Amy ya no respondió, solo miraba en dirección a la puerta del almacén para asegurarse de que no la siguiera hasta acá.

Mel llegó a una conclusión— Esto es porque apagué el teléfono —se dijo más para sí misma, lamentándose—. Creo que no debí escucharte.

Eso sí se lo dijo a Amy, quien, de hecho, ya había pensado en eso y se sentía culpable— Lo lamento. No pensé que realmente llegaría así de histérica. No estabas exagerando—se quedó callada un momento—. A lo mejor, ¿podemos esperar a que se canse y se vaya por su cuenta?

Mel ya estaba negando la idea con la cabeza antes de que terminara de hablar— No, no. Ya viste que ayer no estaba mintiendo. No se irá. Y no creo que a Roxane le agrade saber que están haciendo un alboroto en su local por culpa mía.

— ¿Y qué es lo que vas a hacer?

— No lo sé —respondió, y se desató el mandil, luego se lo quitó por la cabeza con gestos bruscos—. Y lo peor de todo es que no tengo a nadie en este momento que pueda ayudarme a echarla.

Se refería específicamente a Adrien, pero Amy no lo interpretó de esa manera. Se sintió un poco mal internamente de que no la tomara en cuenta. A pesar de que no eran amigas íntimas, había imaginado que, al menos, el aprecio entre ellas era recíproco.

— Yo te puedo ayudar —dijo más seria de lo habitual.

— No Amy —la descartó enseguida, ni siquiera lo pensó—. Tú eres parte de los empleados de Fresde. Si esto me termina arrastrando de alguna forma, te arrastrará a ti también. Podrían despedirte, y tú necesitas el trabajo para pagar la mitad de tu depa y tus cosas.

Analizó su comentario. La verdad es que no había considerado ese punto. Pero algo dentro de ella la empujaba igualmente— Me da igual, no voy a dejarte sola en esto —insistió

— No, déjalo —dijo con suavidad—. Ya pensaré en algo.

Amy buscaba una solución hasta que la idea le vino a la mente— ¿Y si llamas a Adrien?

El corazón de Melisa dio un extraño vuelco.

— ¿Adrien? Es que... Adrien está de viaje ahora —se excusó rápidamente.

— ¿De viaje?

— Sí, no preguntes mucho. No tengo ni idea de dónde está exactamente.

Buscó más opciones— ¿Y qué hay de tus amigos? De Rouse y ese chico... ¿Lucas?

— No —respondió otra vez—. Rouse tiene clases los viernes temprano, y yo no quiero saber nada de Lucas justo ahora.

Miró hacia la ventanilla para verificar si su madre seguía ahí. A travéa del cristal, pudo ver a su madre parada frente al mostrador, con una mirada desquiciada.

Al observarla se lo pensó mejor, por un segundo reconsideró la posibilidad de llamar a Lucas, a pesar de lo que había hecho, capaz merecía la pena teniendo en cuenta que se trataba de la loca sin control de su madre.




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