La siguiente semana, Mel estaba nuevamente tras el mostrador, con el sonido de la maquina de los batidos y el murmullo de los pocos clientes comiendo en el fondo. Había temido que la promesa de su madre de no volver había sido una mentira, pero no volvió a aparecerse por ahí hasta ahora. Y eso la dejaba tranquila mientras tanto.
Esta vez, Amy había tenido una reunión con su asesora académica, y había conseguido a alguien para que tomara su lugar: una completa desconocida que, desde el primer momento, no parecía interesada en socializar. Por lo tanto, Melisa no tuvo casi nada de interacción con nadie en todo lo que llevaba del turno.
No parecía agradarle mucho a aquella chica, o tal vez solo era demasiado retraída para abrirse a una conversación.
De cualquier forma, el día no estaba ni especialmente ajetreado ni tranquilo. La tarde transcurría lentamente, y el calor había encontrado la forma de molestarle igualmente.
Melisa estaba revisando el correo universitario en su teléfono cuando el timbre de entrada titiló.
Un jóven de rostro pálido y serio se acercó a ella con paso firme. Su cabello largo caía sobre sus hombros, y sus ojos rasgados desprendían un verde vibrante que le fue imposible ignorar desde la distancia. Sostenía un juego de llaves en la mano que hacía girar con el índice a medida que avanzaba.
— Hola —le saludó Mel conforme llegó al mostrador, esforzándose por mantener una sonrisa amistosa, esa misma que ofrecía a todos los clientes—. ¿Qué deseas?
Él mantuvo la vista directamente en los ojos de ella. Escuchó la pregunta, pero se quedó en silencio unos cuantos segundos que Mel se le hicieron una eternidad.
— Un batido de frambuesa, por favor.
Su voz era gruesa. Le hizo sentir cierto escalofrío extrañamente agradable al oírla. Se sorprendió a sí misma pensando en lo atractivo que se le revelaba, y se regañó. Necesitaba mantener la compostura, estaba ahí para trabajar, no para usar la tienda como una app de citas.
— ¿Es... para llevar o lo comerás aquí? —empezó a teclear en la pantalla, usándolo como excusa para quitarle los ojos de encima.
— Será para comer aquí
— De acuerdo —chancó unos cuantos botones y luego tomó el papel de la boleta para entegárselo—. Dame un momento, ¿sí?—.Se giró para tomar un vaso desechable y llenarlo en las máquinas que tenía tras de ella, dándole la espalda.
Aprovechó ese breve instante para liberar el hormigueo que estaba sintiendo en el rostro por reprimir sua expresiones.
— No creí que tuvieras trabajo a medio tiempo —dijo él, en un tono más bajo que le hizo levantar la mirada de inmediato.
Melisa dejó de hacer lo que estaba haciendo y miró un punto fijo en la pared. Terminó de llenar el vaso y se giró de nuevo.
— Disculpa, ¿nos conocemos de algo? —le preguntó, desconcertada.
— No. No realmente
— ¿Y por qué dices eso? No entiendo —tomó una cañita para extendérsela, junto al batido.
Él la recibió pero todavía la miraba— Solo tengo muy buena memoria. Sé que te había visto antes.
Frunció el ceño— ¿A mí? ¿Dónde?
Le sonrió. Una sonrisa que le provocó algo, aunque no sabía qué, con certeza.
— Por aquí y por allá...
Mel resopló en su cabeza. Probablemente solo era un tipo intentando hacerse el interesante. Porque estaba segura de que no lo había visto en ningún lugar antes.
No podría haber olvidado su rostro.
El chico no dijo nada más después de eso. Simplemente agradeció y salió del local, dejandola algo confundida. Se quedó mirando la puerta hasta que desapareció.
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Se suponía que ese día la encargada de cerrar la heladería era Amy, y seguramente le había dado la misma indicación a su compañera de reemplazo. Pero la chica salió tan pronto como se marchó el resto de los clientes, evitando que Mel si quiera pudiera recordárselo.
Le dio un poco igual; de todaa formas, si ella no hubiera estado, seguramente Mel habría tenido que atender sola el local, otra vez.
Colocó el candado, se puso la mochila y sacó los audífonos mientras caminaba. Estaba a punto de reproducir la música cuando dobló la esquina y se encontró con el mismo chico de esa tarde.
El susto hizo que su corazón empezara a latir con fuerza.
— No pensé que salieras tan tarde —dijo con un tono suave.
Se quitó los audífonos para evitar que ahogara el sonido. Los guardó de nuevo en su mochila— ¿Me estabas esperando? —preguntó con un toque de incomodidad.
Él se tomó un momento para responder, soltando una pequeña risa— No te preocupes, no soy un acosador. Solo vivo cerca de aquí y no pude evitar notarte al pasar.
Ambos empezaron a caminar antes de que pudieran decidirlo. La verdad era que se sentía un poco insegura. Había aparecido de la nada y le daba malestar pensar que ahora sí estaba sola.
— Creo que deberías ser más cuidadosa al salir tan tarde de noche.
Pero desprendía tal gentileza que Melisa no pudo evitar disipar un poco sus instintos de supervivencia. Solo un poco.