El viernes, Melisa había pensado en arrepentirse, pero la sensación de estar comprometida con su palabra fue suficiente para que finalmente decidiera ir.
De cierta forma, lo admitía. Algo en ella sentía que necesitaba un respiro. Luego, cuando acabara la noche, volvería a preocuparse por sus asuntos con el universo. Además, aunque no lo pensara conscientemente, quería verlo.
Se acomodó en una de las bancas más alejadas, moviendo los pies con la música que se escuchaba de fondo. El lugar estaba lleno de gente, lucía bastante animado, iluminado por las luces tenues que rodeaban el área. Desde su posición, observaba a las personas deambular, eperando a que Dante regresara.
Entonces, él apareció. Al llegar junto a ella, le extendió una botella de alcohol.
— ¿No crees que es un poco excesivo? —preguntó Mel, sin recibirla de inmediato.
Empezaba a cuestionarse seriamente si debía detener ese hábito desde ahora. Dante lo percibió de inmediato al notar su vacilación.
Levantó una ceja— No me digas que eres una aburrida
— Creo que la última vez tomé demasiado —cubrió la boca de la botella para alejarla de sí.
Pero él no tenía intención de rendirse tan fácil. Con un movimiento fluido, quitó la botella de su alcance para poder abrirla con un destapador— No me vas a dejar tomando solo, ¿verdad?
— El acuerdo era venir aquí. Nunca acepté beber contigo.
Los ojos de Dante sobre ella la desconcertaban, parecían querer atravesarla.
— ¿Solo viniste por compromiso?
— No es lo que quise decir —sintió que su voz flaqueaba—. Solo digo que no prometí nada sobre el alcohol.
Una sonrisa se formó en el rostro de él, acercándose a ella. Estando de pie, su presencia imponía, y la diferencia de altura, una vez más, la hacía sentir pequeñita.
— Solo unos cuantos tragos. No te harán daño —acercó la botella, inclinándola hacia sus labios y sosteniendo su mentón con suavidad, dejó caer el líquido en su boca antes de que pudiera objetar, obligándole a beber.
Melisa se quedó quieta ante el cálido roce de sus dedos. Tenía un dilema; no sabía si recuperar el control o marcar un límite.
Cuando terminó, le extendió la botella. Esta vez la tomó, suspirando— De acuerdo —dijo en voz baja—. Solo tomaré la mitad, ¿bien?
— Me conformaré con eso, por ahora —se sentó a su lado, dando unos sorbos—. Tengo que admitir que pensé que no vendrías.
— ¿No confías en mi palabra?
Dante soltó una ligera risa, con la mirada hacia ella— No me fío mucho de las palabras.
Cada palabra que salía de su boca, tenía impregnada un tono seductoramente desconfiado, lo qur la hacía desequilibrar su pulso.
Mel bebió otro trago y dejó la botella en su regazo.
— Te advierto que no me quedaré demasiado tiempo.
Él se quedó unos minutos en silencio ante la declaración.
— ¿Eso crees?
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Ciertamente, pasaron aproximadamente tres horas después de eso. Lo que al principio se había prometido que serían un par de tragos, inevitablemente se transformó en una cadena de la que apenas se dio cuenta.
Ni siquiera podía sostenerse por sí misma, sus piernas perdían el equilibrio. Dante se había encargado de asegurarse que bebiera más de lo que su cuerpo estaba acostumbrado a soportar.
Estaba cansada y se apoyaba en el hombro de él, incluso estando sentada. Para evitar que su cuerpo se venciera hacia atrás.
— No aguantaste mucho —murmuró en un tono burlezco que Mel no logró entender por el estado en el que se encontraba.
— Necesito descansar un rato —su voz sonaba atontada. Se inclinó hacia delante para dejarse caer en el suelo, de golpe. La música ya le estaba atormentando.
Terminó por tumbarse por completo sobre el frío suelo, dejando reposar sus manos sobre el abdomen. Estudió el cielo, podía dislumbrar una que otra estrella.
— Si estás muy cansada, podría llevarte a tu casa
— ¿A mi casa? —preguntó sin analizar realmente lo que estaba escuchando. Las palabras solo salían en automático.
Dante se acercó un poco más a ella, mirandola desde su posición— ¿O prefieres ir a la mía?
Por un momento, la claridad la invadió y se quedó observándolo fijamente— ¿Qué?
Dante desvió su vista hacia otro lado— Solo era una sugerencia.
— No juegues —rió, y sin prestarle más atención, sus ojos regresaron al cielo nocturno.
A medida que avanzaba la conversación, las cosas parecían no quedar en su memoria, olvidaba las palabras que dejaba atrás
— ¿Entonces es un no?
— La verdad, me siento algo débil para caminar a cualquier parte ahora —cerró los ojos—. Solo déjame reposar unos minutos, ni siquiera puedo pensar con claridad con esa música reventándome los tímpanos.
Algo oscureció en su expresión. Para Dante, eso no podía ser.