Almas carmesí

37 | Escepticismo

Adrien se había marchado antes de que saliera el primer rayo de sol. El viaje fue un poco largo, incluso para él. Tardó horas en llegar, y eso le dejaba bastante inquieto, tomando en cuenta que Melisa estaba en peligro de ser cazada. Se le había pegado esa idea a la mente como un ancla que no lo dejaba tranquilo.

Cuando por fin llegó a su destino, se vio rodeado por un impotente jardín, que se desplegaba ante él sin un final. A lo lejos, en un sendero de piedras, una figura destacaba en particular, vislumbró a una muchacha de cabello largo y liso que llevaba un traje de un sutil color lavanda. Aparentaba aproximadamente doce años en edad humana, y parecía estar vigilando la entrada con un bastón blanco que descansaba a su costado.

Caminó hacia ella, dejando que sus pasos resonaran para que ella advirtiera su presencia.

— Quiero ver a tu superior —le ordenó, metiendo las manos en los bolsillos.

Ella se volteó con ligereza elegante. Su voz era igual de suave y agradable, parecía susurrada por el viento— ¿Me hablas a mí?

— Sí, a ti —mantuvo el gesto serio.

La chica cambió su expresión a una mezcla de irritación, pero sus ojos brillaban con una chispa de ironía— ¿Y quién te crees para venir a darme órdenes de ese modo? Te hace falta un poco de gentileza, ¿no te parece?

— Mira, no tengo tiempo para estas cosas. No te conviene contradecirme —le hizo un ademán con la cabeza—. Ve y llámalo.

Se cruzó de brazos, mirándole fijamente— Pues no.

Adrien se quedó en silencio, bajó lentamente su capucha, y sosteniéndole la mirada, elevó su palma, atrayendo el bastón hacia él. Un relámpago de oscuridad destelló de su mano, quemándolo instantáneamente. Ella retrocedió por impulso, más por sorpresa que por miedo.

— Puedo incinerar hasta tu cráneo si sigues irritándome.

La chica exhaló, evidentemente molesta, y se acercó hacia él con pasos decididos— ¿Tienes alguna idea de quién es mi mentor? Podría matarte si él quisiera.

Adrien apartó la vista hacia otro lado y disminuyó su tono a un murmullo— Por lo visto, tú no tienes idea de quién soy yo.

— Como sea. Eres increíblemente irrespetuoso, no voy a dejarte pasar y tampoco llamaré a nadie —al escucharla, los ojos de Adrien se volvieron más fríos y cargados de oscuridad que ya no se molestaba en esconder. Ella mantuvo la vista sin parpadear—. Tus miraditas tampoco me dan miedo.

Suspiró, exhausto. Su rostro volvió a la normalidad— Solo llámalo, ¿quieres? —ella respondió negando lentamente con la cabeza—. Es importante. No viajé hasta aquí solo para que una niña me lo impida.

— ¿Al menos dirás "por favor"?

— ¿Quieres que te lo suplique?

— Eso sería lo mínimo —le respondió ella—, considerando que me tomará dos días construir otra vara —señaló las cenizas del bastón en el piso.

Adrien estaba tratando de controlar su paciencia— Por favor —recalcó—. Necesito ver a tu superior.

Se encogió de hombros— Está bien —dijo resignada, y caminó hasta el umbral—. Pero, por cierto, no es mi "superior"—añadió, volteandose en el último instante para fulminarlo con la mirada—. Él es mi mentor.

— Lo que sea —movió uja mano, instándola a continuar.

Ella ingresó y desapareció sin decir más. Durante los minutos que siguieron, él esperó, balanceándose en un pie con una paciencia que solo era superficial. La fuerte brisa y los sonidos a su alrededor parecían burlarse de su urgencia.

La chica no tardó mucho en regresat junto a él.

— Tú —la voz de autoridad del recién llegado retumbó a metros—. ¿Te estás atreviendo a venir hasta aquí?

— Quiero hablar contigo —explicó Adrien.

— Yo no tengo nada que discutir con ninguno de ustedes —avanzó hasta él con el puño listo para golpearlo, pero Adrien le detuvo el brazo a medio camino, sin mucho esfuerzo.

Desde detrás, la chica empezó a reirse— Así que no eres bienvenido aquí.

El hombre retrocedió un paso— Puedes retirarte —dijo con voz firme pero sin mostrar enojo hacia ella, sin girar completamente. No quería apartar la vista de él.

— Pero señor... —intentó refutar.

— No quiero que me lleves la contraria—se terminó de voltear hacia ella.

La joven lo miró con súplica, pero al ver que no cedía ni bajaba la mirada, aceptó con un leve asentimiento— Sí, está bien —se retiró con pasos renuentes hacia el interior.

El silencio se volvió pesado, ambos esperaron a que la chica se fuera para volver a desafiarse con los ojos.

— ¿Qué es lo que realmente buscas aquí?

— Debes saber que tengo a tu hija —soltó las palabras de golpe.

El rostro del hombre se endureció— Y además de venir a perturbar mi paz, tienes el descaro de lanzarme eso en la cara —-frunció el ceño—. Supongo que viniste a negociar por su vida.

— Solo necesito dos cosas a cambio de ella —sacó una pequeña tarjeta con su petición escrita en ella, y se la extendió.

El hombre la recibió y acercó su mano al pecho de Adrien, dando golpes con el índice— No creo que estés en posición de pedirme nada. Podría hacerte desaparecer ahora mismo.




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