Almas carmesí

43 | Desamparo

Evidentemente, a Adrien no le tomó el mismo tiempo que al auto llegar a la dirección marcada. Cuando llegó, Melisa estaba sentada en el piso junto a Rouse, en medio del marco de una puerta. A Mel le pesaban hasta los ojos, no por sueño, tenía vértigo y el cuerpo le traicionaba.

Rouse levantó la cabeza para mirarlo— ¿Qué hiciste con él?

— No mucho. No podemos matarnos entre nosotros —respondió con frialdad.

A Melisa le costaba hablar por lo débil que estaba, su boz se emitía entrecortada— ¿Qué es este lugar? ¿Por qué pediste que me trajeran aquí?

El lugar era incluso más grande que el anterior, excepto que este no se desboronaba a pedazos. Parecía ser un antiguo almacén, lleno de habitaciones frías y pequeñas.

Adrien infló sus mejillas al escuchar la pregunta, y soltó todo el aire que había reunido. No sabía cómo empezar. Paseó su vista por su entorno mientras buscaba la forma de explicarse, y finalmente posó sus ojos en Rouse— Nuevamente, ¿dónde está tu collar?

La chica se tanteó el cuello. No, no lo tenía puesto, al notarlo su cara palideció. Se puso de pie con rapidez para inspeccionar sus bolsillos, luego el piso.

— No lo sé, no está —le dio palmadas a su cuerpo con angustia y luego miró a Adrien con preocupación—. No tienes otro, ¿verdad?

Adrien negó lentamente— Fue muy complicado solo conseguir esos.

Tocó sus bolsillos otra vez, como si mágicamente pudiesen aparecer esta vez, todo en vano.

Se maldijo— Probablemente lo dejé caer, pero no sé dónde —giró hacia atrás—. Tal vez lo dejé caer en el auto. Vuelvo en un rato.

Corrió hacia él. La verdad era que al principio no le había tomado importancia. Pero después de comprobar que Dante era una clara amenaza y que podía quitarle la vida con solo apretar los dedos, ya no quería estar sin la piedra.

— ¿Es cierto que el collar puede hacerte daño? —le preguntó Melisa a Adrien.

— Es verdad.

Mel bajó la cabeza para tomar el collar entre sus manos— ¿De dónde lo sacaste? Rouse dijo que te lo habían dado... ¿los dioses del sol?

— No exactamente —la cabeza de Adrien estaba revuelta, exhaló y su expresión se ensombreció—. Hay algo que necesito decirte.

Su tono era tan serio que a Melisa le recorrió un escalofrío. Estaba agotada, ya era demasiado con lo que había cargado, solo quería ir a su casa y dormir.

Al verlo ingresar al pequeño cuarto, se levantó para seguirlo, dudando si verdaderamente quería escuchar lo que tenía para decirle. Al estar frente a ella, se quedó observándola un largo rato, como si estuviera luchando con sus propias palabras pensando en cómo lo diría y cómo iba a reaccionar. Habría preferido evitarse la responsabilidad. Melisa notó esa seriedad en su rostro.

Adrien estiró la mano para cerrar la puerta y la mantuvo ahí, con la cabeza mirando hacia el suelo. Suspiró ligeramente antes de hablar, pero cada vez que estaba apunto de pronunciar las palabras, algo en él le detenía.

Hasta que Melisa decidió reemplazar su incomodidad con una nueva— Rouse dijo que —Adrien levantó la cabeza al escuchar su voz y ella se sintió repentinamente avergonzada de haberlo mencionado— tú... —su voz se apagó.

Él quitó la mano de la puerta— ¿Te dijo qué?

Quería arrepentirse, pero ya no podía retractarse.

— Que sientes algo por mí.

Adrien desvió la vista hacia la pared— Esa niña tiene la imaginación desbordada.

— ¿Entonces no es cierto? —insistió.

— Por supuesto que no.

Mel lo miraba fijamente y él sostuvo la seriedad, su expresión era casi inalterable, no se había dado cuenta de lo cerca que estaban hasta entonces, cuando la tensión les comenzó a pesar.

De repente, Mel se llevó la mano por detrás de la cabeza para desenlazar el collar y dejó que de quedara en un estante detrás de ella.

— Melisa, ¿qué haces? Necesitas tenerlo puesto.

— Solo quiero comprobar algo.

Se mostró confundido— Comprobar qué.

Ella no respondió, en lugar de eso, se acercó lenstamente a él y dejó que sus labios se rozaran. Luego, lo besó. Al principio, Adrien no hizo nada, solo se quedó quieto dejando que la sensación lo invadiera mientras permanecía incrédulo. Pero al instante, terminó por ceder a los impulsos que había estado reprimiendo desde hace tanto tiempo. Con una mano sostuvo su mejilla, dejándose llevar. Le ardía tanto que el simple tacto pudiera sentirse tan bien, que quería clavarse la piedra él mismo. Y se arrepentiría luego, pero ahora no podía apartarse, perdió cualquier forma de razonar.

Temo ser incapaz de definir lo que ambos estaban sintiendo en ese momento.

Cuando Melisa se apartó, notó que él permaneció en la misma posicióm, contrariado y con la mirada hacia el vacío. Se abstuvo de hacer algún comentario, ni siquiera intentó mirarla. Trataba de encontrar sentido a lo que acababa de hacer, y se sentía decepcionado de sí mismo.

— Ponte el collar —dijo por lo bajo.

Era tanto el mar de emociones que Adrien no recordó lo que había querido decirle realmente.




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